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Original Web

Un mundo más luminoso

Del número de mayo de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de enero de 2025 como original para la Web.


Jesús no cambió a los enfermos en personas sanas. Comprendió que, en realidad, nadie ha estado enfermo de ninguna manera. 

¿Cómo hizo la comprensión espiritual de Jesús que los sentidos corporales renunciaran a su falso testimonio de pecado, enfermedad y muerte? En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy da esta explicación: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 476-477).

Jesús percibía, a través de los sentidos espirituales, lo que Dios sabe del hombre de Su propia creación, allí mismo donde otros —que creían que los sentidos corpóreos representaban la realidad— veían erróneamente a un hombre material enfermo, pecador o moribundo. Jesús confiaba en que Dios siempre mantendría a todos perfectamente bien, porque todos viven en Dios bajo Su cuidado amoroso y omnipotente. Como escribió el salmista: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmos 139:7-10).

La Ciencia Cristiana revela que Dios, que es totalmente perfecto y bueno, es la única causa y creador. Él es Espíritu, y creó todo espiritualmente. Por lo tanto, una existencia llamada corpórea —vida e inteligencia en la materia— no debe ser más que un falso sentido o sueño. 

Nadie realmente nació, vivió o murió fuera de este sueño, porque la creación de Dios está abrazada para siempre en Su perfección, la única realidad. “El testimonio de los sentidos corporales no puede informarnos qué es lo real y qué es lo ilusorio, pero las revelaciones de la Ciencia Cristiana abren la cerradura de los tesoros de la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 70).

Cuando comencé a recibir llamadas pidiéndome ayuda como practicista de la Ciencia Cristiana —solicitudes para orar por un problema que una persona estaba experimentando— sentía una gran responsabilidad si el problema se consideraba grave o importante. Sabía que el Cristo, la manifestación divina de Dios que expresa eternamente el bien, siempre estaba suministrando la inspiración sanadora necesaria. Pero también creía erróneamente que después de la llamada pidiendo ayuda, se produciría una batalla entre el problema y mi propio poder personal para sintonizar mi pensamiento con esa inspiración.

Al orar al respecto, me di cuenta de que tenía razón al creer que mi propio poder personal era inadecuado para sanar. Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). La oración espiritualmente científica implica contemplar al paciente como la imagen de Dios. Esa imagen de Dios nunca tiene un problema, jamás tiene una enfermedad, nunca le falta nada necesario o verdaderamente deseable, y jamás ha pecado. No puede tener nada que necesite ser sanado. La creencia de que está enfermo o es un pecador es una ilusión de los sentidos corpóreos. Estar de acuerdo en que esa ilusión es una realidad que necesita ser expulsada por la habilidad personal es estar engañado.

Decidí mantener los pensamientos sobre mí mismo completamente fuera de mis oraciones. Y ya no trataba al paciente como enfermo o sufriente. ¿Por qué? Porque el paciente ya está perfectamente bien, exactamente como Dios lo hizo que fuera. Me limito a tratar la pretensión errónea de que el individuo puede tener un problema de cualquier tipo.  

Todo el poder para afectar nuestro bienestar pertenece únicamente a nuestro Dios, y Él nos mantiene para siempre armoniosos, sanos y libres. Ningún practicista, ni siquiera Cristo Jesús, ha sido capaz de afectar un ápice del ser real de ningún hombre, el cual ya es perfecto. En la curación, nada de lo que es real cambia, aunque los sentidos corporales dejen de dar testimonio de la discordia y la enfermedad. La salud y la santidad que aparecen en realidad estuvieron allí todo el tiempo.

Cuando los sentidos representan discordia, podemos verla como una invitación a purificar y exaltar espiritualmente nuestro pensamiento. Como escribe la Sra. Eddy en su poema “Cristo mi refugio”:

Resuena el arpa del pensar
con la canción,
que tierna y dulce calma ya
todo dolor.
La idea surge angelical
en su claror,
y es ella canto celestial
de fe y amor.
Las cargas muestra Su merced
ligeras ya;
la cruz yo beso, al conocer
un mundo ideal.
(Escritos Misceláneos, pág. 396)

La única importancia de cualquier experiencia discordante es que nos da un motivo para estudiar la Ciencia Cristiana más profundamente y practicarla con más eficacia. Entonces el mundo —y nuestra experiencia— serán a partir de ese momento, más luminosos.

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