Un día, mi papá me llevó a una clase de baloncesto. Llegamos temprano, y yo quería ser como Spider-Man y trepar a lo alto de una pared de roca que es una de las paredes exteriores del gimnasio. Mientras escalaba, una roca a la que me aferraba se soltó de la pared. Me caí y la roca aterrizó en mi cabeza. Me puse a llorar porque me dolía y sangraba.
Mi papá me metió en el auto y condujo hasta la sala de emergencias para que me limpiaran. Mientras conducíamos, papá cantó un himno llamado “‘Apacienta mis ovejas’” que yo había cantado antes en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Parte de este dice así:
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar.
(Mary Baker Eddy, Himnario de la Ciencia Cristiana N° 304)
Papá también llamó a mi maestra de la Escuela Dominical y me dio el teléfono. Mi maestra es siempre amable conmigo. Hablamos de ver con mis “gafas de Dios”. Esto es algo que decimos cuando solo veo el bien, que es lo que es Dios. Me dijo que podía pensar que eso era como llenar una taza con mi bebida favorita: chocolate caliente. No hay lugar para nada malo en una taza llena de bondad.
Me sentí mejor porque solo pensaba en las cosas buenas, que todas vienen de Dios. Una de esas cosas fue que sé que mi papá me ama y hará todo lo posible para protegerme. La sangre se detuvo y el bulto en mi cabeza desapareció. Para cuando llegamos a la sala de emergencias me sentía bien. Me revisaron y me dijeron que podía irme a casa. Hasta me sentía feliz. Solo quería ir a casa y jugar. ¡Había sanado!
Aprendí que hay que orar todos los días. Si oras, verás que Dios te ayuda. Dios no te habla con la voz de una persona, sino que Sus respuestas simplemente aparecen en tu cabeza. Papá lo llama la “voz callada y suave” ( 1.º Reyes 19:12, Versión Moderna). Está ahí para ti porque Dios siempre te cuida y te ama.
