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Original Web

Eres el efecto del Amor perfecto

Del número de mayo de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 10 de marzo de 2025 como original para la Web.


Últimamente me he encontrado mucho con este dicho: “Está bien no estar bien”. Estoy muy agradecido por la compasión que generalmente motiva esta declaración. Es importante que las personas sepan que no tienen que ocultar que están lidiando con algo o tratando de parecer fuertes por el bien de sus familias, amigos o incluso carreras; que pase lo que pase, son amadas y valoradas.

Pero ¿qué pasa con la suposición subyacente de que en realidad es normal que tengamos uno o más problemas “incorporados” a nuestra identidad? En otras palabras, ¿son las experiencias discordantes simplemente parte de quien somos?

Cuando era niño, tenía convulsiones dolorosas cada vez que participaba en actividades deportivas. También tenía que vigilarme cuidadosamente cuando jugaba al aire libre para asegurarme de que podía volver adentro rápidamente si surgía este problema. Mis padres y maestros siempre fueron muy considerados y atentos al ayudarme, cuidarme y consolarme cuando lo necesitaba.

Mi familia siempre había encontrado que la Ciencia Cristiana era el método más eficaz para cuidar nuestra salud y lidiar con los problemas; e incluso cuando era niño, estaba acostumbrado a orar cuando enfrentaba desafíos. Por lo tanto, era natural que mi familia y yo nos volviéramos a Dios para manejar esta condición también; aunque en un momento mis padres consultaron a un profesional médico. El médico no pudo diagnosticar la afección ni ofrecer una solución que ayudara. 

Aunque continuamos orando y nos mantuvimos a la espera de la curación, en algún momento comencé a identificarme con este problema, a menudo refiriéndome a él como “mi problema”; hasta que, justo antes de ingresar al sexto grado, se produjo un gran cambio. Un practicista de la Ciencia Cristiana que me estaba dando tratamiento metafísico me preguntó: “¿Eres perfeccionista?”. Esta fue una pregunta interesante, y he reflexionado sobre sus implicaciones hasta el día de hoy. Era una nueva forma de ver las cosas; específicamente al considerar cómo podría estar abordando un problema en particular a través de la oración. ¿Hasta qué punto creía que yo era el encargado de hacer las cosas bien? ¿Hasta qué punto me interesaba subordinar mis esfuerzos humanos a la acción incesantemente perfecta de Dios?

Con esto en mente, esperaba con ansias el nuevo año escolar, cuando mi clase de educación física comenzaría a jugar fútbol americano. Tenía muchas ganas de ser parte de eso. Durante el verano, recuerdo haber hecho un cambio consciente en la forma en que pensaba sobre este tema de las convulsiones: Me comprometí a dejar de referirme a esto como “mi problema”. Este no era mi problema a resolver por medio de mis esfuerzos personales, humanamente perfeccionistas; esto era simplemente un problema. Este fue el comienzo de mi sumisión al cuidado y control omnipresentes de Dios.

Ahora bien, este cambio en mi premisa y enfoque no fue el final del problema, pero me abrió la puerta para considerar la siguiente gran idea: Si todo lo que estaba aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana era cierto, debería poder jugar al fútbol. El hilo conductor que subyacía constantemente en mi experiencia en la Escuela Dominical era el hecho de que Dios, el bien, es el creador del hombre y que el hombre —cada uno de nosotros— expresa a Dios, el Espíritu, a través del poder de Dios, no del esfuerzo humano. Era imposible para mí no ser espiritual. Y ser espiritual es lo mismo que ser enteramente armonioso, sin rastro de discordia.

Fue interesante cuánto captó esto mi atención. Había estado asistiendo a la Escuela Dominical toda mi vida y la disfrutaba. Pero ese verano, de repente me di cuenta de que lo que estaba aprendiendo allí era verdad. A pesar de que mi experiencia en ese momento aún no manifestaba la armonía perfecta que Dios me había dado, eso no significaba que lo que estaba aprendiendo no fuera verdad; debía significar, en cambio, que seguir con lo que estaba aprendiendo podía cambiar mi experiencia para mejor. La Verdad divina podía tener un efecto muy práctico en mi vida, y llevarme a la libertad física.

Así que les pedí a mis padres, maestros y entrenadores de educación física que me permitieran participar en la educación física y el recreo. (¡Ya basta de jugar juegos de computadora y hacer tareas escolares adicionales mientras todos mis amigos se divertían en el patio de recreo!) Los adultos apoyaron esta decisión, siempre y cuando prometiera que no me exigiría y que pediría ayuda si fuera necesario. Mis padres y yo continuamos orando, y nuestras oraciones me ayudaron a comprender mejor mi relación con Dios. 

Tuve que ser persistente, pero estoy agradecido de decir que sané por completo y terminé mi séptimo grado completamente libre de este problema. La curación se produjo, no por mi propio poder, sino de acuerdo con esta instrucción que encontré más tarde en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy: “... debemos actuar como poseedores de todo el poder de Aquel en quien tenemos nuestro ser” (pág. 264).

La Sra. Eddy no escribió sobre conceptos filosóficos abstractos o formas de lograr  obstinadamente más bien en nuestras vidas. A través de un profundo compromiso con la Biblia, descubrió que, para decirlo sin rodeos, Cristo Jesús no estaba mintiendo cuando dijo: “El reino de Dios está aquí” (Mateo 3:2, Eugene Peterson, The Message). 

Ese consejo de Ciencia y Salud, entonces, no es un llamado a “fingir hasta que lo logres”. Más bien, es una invitación a considerar que cada uno de nosotros, por ser la imagen y semejanza de Dios (como nos describe la Biblia), podemos vivir —pensar, hablar y actuar— con la autoridad y la expectativa de bien que caracterizan al reflejo de Dios. La Biblia dice: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza” (Salmos 62:5).

En lugar de aceptar una percepción de las cosas que las situaciones a nuestro alrededor nos informan, podemos dejar que la omnipotencia de Dios —el Espíritu puro, el Amor divino— nos mueva e informe nuestro reconocimiento de que tenemos la capacidad de vivir libremente. Entonces, nuestras expectativas no se basan en experiencias pasadas, diagnósticos actuales o temores por el futuro. Podemos esperar en Dios —reconocer Su presencia y servirle activamente— y dejar que nuestras expectativas reflejen Su naturaleza totalmente buena.

Esta curación continuó expandiéndose en una vida llena de vibrante actividad, incluido un enfoque profundo en la danza, juegos diarios de ultimate Frisbee en la universidad y constante actividad física.   

En realidad, no estaba bien no estar bien. Mi identidad no era codependiente ni estaba envuelta en discordia. La armonía del Dios único e infinito y Su creación significa que simplemente no puede haber ninguna discordia. Y la armonía de Dios no “arregla” la discordia; la armonía es precisamente lo único que  existe. Y ese es un punto vital. Dios es la fuente y la sustancia de toda la existencia, por lo que solo el bien existe. Eso es cierto para todos, ya sea que las personas crean en Él o no. El poder de Dios no depende de nosotros, sino de Él.

No importa cuán bien o cuán mal parezcan las cosas, o parezcan haber estado  siempre, la Ciencia del Cristianismo que Jesús enseñó y vivió está aquí, ofreciendo la dulce y sanadora seguridad del cuidado omnipresente del Amor divino y la confianza de que cada uno de nosotros es el amado efecto de ese Amor perfecto.

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