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Original Web

Para jóvenes

Cuando mi mejor amiga difundió rumores sobre mí

Del número de mayo de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 4 de abril de 2024 como original para la Web.


Me encanta pasar tiempo con mis amigos. Ya sea para ponernos al día después de estar separados mucho tiempo o vernos todos los días, para mí siempre han sido importantes los momentos valiosos, y me encanta la calidez y el apoyo que brindan las amistades.

Sin embargo, hace unos años, algo cambió. Mi mejor amiga  desde hacía cinco años de repente no quiso ser mi amiga. Un día, en la escuela, me  ignoró cada vez que  traté de hablar con ella. Yo no podía entender qué pasaba. Y cuando fui a la escuela al día siguiente, las cosas habían empeorado aún más.

Mi amiga había difundido rumores sobre mí y le había dicho a todo el mundo por qué no deberían ser mis amigos. Yo estaba muy dolida; no podía entender por qué había hecho esto. ¿Era porque me había hecho amiga de otras chicas? ¿La había molestado de alguna manera? No estaba segura. Al tercer día de esto, nadie me habló; me  insultaban cuando pasaba junto a ellos en el pasillo y compartían notas sobre mí en clase. Molesta y abrumada, le pregunté a la maestra si podía irme a casa.

Cuando mi madre me recogió de la escuela, ella supo que algo andaba mal, pero lo único que le dije fue que no me sentía bien y que quería irme a la cama. Más tarde esa noche, fui al jardín y me senté sola. No quería volver a la escuela en absoluto. Estaba muy molesta y seguí preguntándole a Dios: “¿Por qué ha pasado esto?”. 

Me encanta asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y aprender acerca de Dios.  Allí había aprendido que Dios es bueno, así que, ¿cómo podían estar sucediendo estas cosas con mi amiga? ¿Era este de alguna manera el plan de Dios?

Mi madre salió, se sentó a mi lado y me preguntó qué había pasado. Le conté todo. Me dijo que Dios siempre me está protegiendo, que Su amor me envuelve tan herméticamente que nada puede hacerme daño. También me sugirió que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí.

La practicista me explicó que las palabras desagradables de mis compañeros de clase no eran pensamientos de Dios, que es la Verdad, por lo que no podían ser reales . Y que, incluso, a pesar de los rumores que circulaban por ahí, yo, no obstante, podía escuchar a los ángeles de Dios, que son pensamientos buenos y verdaderos de Dios. También compartió conmigo esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los ángeles son pensamientos puros de Dios, alados con Verdad y Amor, …” (Mary Baker Eddy, pág. 298). La practicista me dijo que podía dejar que esos ángeles me llevaran y me protegieran durante todo el horario escolar; que podía aferrarme a esos buenos pensamientos y dejar que Dios me guiara a cada momento.

Luego me preguntó si quería jugar al juego de la alegría, en el que nos turnamos para decir cada pequeña cosa por la que estamos agradecidos. Este juego siempre me hace sentir mejor, porque me recuerda todo lo bueno que tengo en mi vida; que a pesar de lo que pueda estar pasando, todavía hay mucho por lo que agradecer. Lo hicimos, y me hizo sentir más tranquila y  más cerca de Dios.

Cuando regresé a la escuela, recordé lo que la practicista había dicho acerca de los ángeles de Dios que me protegían y que podía dejar que ellos me guiaran . Eso me dio el valor para hablar con un grupo de chicas con las que nunca había hablado, y fueron muy amables y cordiales. Cuando un chico se acercó a difundir rumores sobre mí, le dijeron que no lo escucharían y que nos dejara en paz. ¡Estaba tan agradecida! Les agradecí por el apoyo y luego agradecí a Dios en silencio. Había sentido Su protección a través de esas chicas. ¡Nos convertimos en grandes amigas! Y muy pronto, los rumores se calmaron y muchas de las otras chicas volvieron a ser mis amigas. Después de eso, supe que siempre podía confiar en los mensajes de los ángeles de Dios. 

En cuanto a la amiga que había iniciado los rumores, terminó  trasladándose a una escuela diferente a las pocas semanas  que empezara el nuevo trimestre. Algunos años después, la volví a ver y hablamos. No sentí resentimiento ni odio hacia ella, lo que para mí fue una prueba de lo completa que era esta curación.  Me retiré de allí feliz de que ambas estuviéramos bien. 

Cuando recuerdo esta experiencia, pienso en esta promesa de Ciencia y Salud: “Paso a paso, aquellos que en Él confían hallarán que ‘Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones’” (pág. 444). Descubrí que realmente podía confiar en Dios para que me diera la fortaleza y el valor para volver a la escuela y, además, grandes amigos. Tengo mucho por lo que estar agradecida.

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