Hace varios meses, me encontré con un artículo maravilloso titulado “‘Ser un refugiado no es una profesión’”, en El Heraldo de la Ciencia Cristiana (Anni Ulich, diciembre de 2018). Mientras lo leía, mis ojos se llenaron de lágrimas de gratitud.
Recordar la fe y perseverancia de la autora fue un gran estímulo para mí durante una reciente excursión en las montañas. Su artículo cuenta acerca de cuando ella era jovencita durante la Segunda Guerra Mundial, y su madre tuvo la intuición de abandonar el pueblo a donde los habían evacuado después del bombardeo de su ciudad, al acercarse la batalla.
Durante la larga travesía nocturna hacia un puerto cercano, la hermanita de la autora, que tenía tan solo cinco años, se quejó varias veces de que ya no podía seguir caminando. Su hermano mayor continuó orando en voz alta el Padre Nuestro. Su madre, también, sin duda estaba orando a cada paso del camino, y ella se sintió guiada a decirle a su hija que debía decirles a sus pies que siguieran caminando.
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