Los últimos meses en mi país han sido los más difíciles que he conocido, social, política y económicamente. Muchos dirían que estamos pasando por una hambruna.
Una mañana, hace unos días, al acercarme a una tienda donde se revenden mercancías y alimentos a precios más altos, algunas personas en la calle me preguntaron: “Amigo, ¿puedes darnos algo para comer?”. Qué triste y preocupante fue para mí ver a los miembros de mi comunidad, a quienes considero mis hermanos y hermanas, en un estado tan desesperado. No sabía qué decir ni qué hacer. Lamentablemente, lo único que salió de mi boca fue: “Disculpa, tengo que irme”.
Cuando llegué a casa, lloré. Pasé algunas horas tristes, hasta que al llegar la tarde me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle que orara por mí, ya que finalmente tuve que admitir que necesitaba un tratamiento de la Ciencia Cristiana. Me di cuenta de la importancia de no ser demasiado orgulloso para pedir ayuda, a pesar de que yo mismo soy practicista de la Ciencia Cristiana.