Relatos de curación
En diciembre de 1974, debido a reajustes de personal, me dieron licencia por período indefinido en mi trabajo de azafata. Mi madre opinó que yo volviera a la universidad mientras me llamaba otra vez la compañía aérea, y unas semanas después reanudé mis estudios.
Mi primer contacto con la Ciencia Cristiana fue muy memorable, y determinó mi deseo de aprender más acerca de ella. Hace unos treinta años, por habérmelo recomendado un amigo que era Científico Cristiano, busqué la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana en lo concerniente a una relación difícil.
Refiriéndose al significado de la Navidad, la Sra. Eddy escribe: “Una Navidad eterna haría de la materia un ente extraño, salvo como fenómeno, y la materia se retiraría respetuosamente ante la Mente.
En la Nochebuena de 1977, hallé a mi esposo sin conocimiento. Como estaba sola, pensé en llamar a una enfermera de la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens) para que me ayudara.
En agosto de 1977 fui internado en un hospital para veteranos debido a que sufría de fuertes dolores en la espalda. Después que me sacaron una radiografía me informaron que se me había desintegrado un disco de la espina dorsal, produciendo una condición llamada osteomielitis, que venía acompañada de fuertes espasmos musculares.
Poco después de comenzar el año escolar, la maestra de primer grado de nuestra hija llamó para decirme que la niña no respondía a las preguntas en la clase, y que parecía ser diferente de sus compañeras de clase. La maestra también pensaba que la niña tenía serios problemas de aprendizaje que le impedirían progresar normalmente en la escuela.
Nuestro curso en la vida depende de si nos hemos apoyado en la materia o en el Espíritu, Dios, para determinar nuestro camino. La Biblia ofrece un consejo firme sobre este asunto: “Reconócelo [a Dios] en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:6).
La primera vez que oí hablar de la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens) fue cuando mi profesora de inglés nos habló en la clase acerca de su hijo. Él había estado por un largo tiempo enfermo y postrado en cama, y a los doctores no les era posible ayudarlo.
Una tarde, mientras podaba las ramas de un árbol muy alto, me caí. El golpe fue tan fuerte que un vecino gritó: “¿Qué pasó?” Yo respondí: “¡Nada!” Esta declaración fue el comienzo de mi enfoque espiritualizado acerca de la situación.
Hace muchos años, seis meses después del nacimiento de nuestro segundo hijo, un médico me dijo que tendría que permanecer bajo medicación por el resto de mi vida. En ese entonces ya estaba cansada de tomar píldoras tres o cuatro veces al día.