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En el otoño de 1972 un día salí a caminar para familiarizarme con la...

Del número de abril de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el otoño de 1972 un día salí a caminar para familiarizarme con la zona de la ciudad de los Estados Unidos donde vivía en esa época. (En ese momento, era profesor visitante en una de las universidades de la ciudad). En el camino de regreso a mi apartamento me detuve frente a una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana para mirar la exhibición de la vidriera donde había un ejemplar abierto de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Leí un poco y luego entré. Antes de irme, la bibliotecaria de la Sala de Lectura me ofreció dos ejemplares de folletos sobre Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), los cuales acepté. Pero supongo que no pensé mucho más sobre ellos pues cuando llegué a casa, los puse en un rincón de mi maleta.

Algún tiempo después, y sin razón aparente, comencé a debilitarme mucho. Un amigo me aconsejó que fuera a ver a un médico, así lo hice, pero esto no pareció ayudarme, pues no me sentía mejor. Cuando, al poco tiempo, me mudé a la ciudad de Nueva York, la situación se agravó. Había perdido bastante peso para entonces y me sentía tan débil que no era capaz de subir ni un tramo de la escalera. Nuevamente fui a ver a un médico, y esta vez el examen mostró que mi presión sanguínea era alta y que tenía poca azúcar en la sangre. El médico me dijo que debía someterme a una serie completa de exámenes en un hospital. Sin embargo, yo no tenía recursos para pagar un examen de ese tipo en aquel momento, por tanto, me quedé en casa y pasé mucho tiempo en cama. Debido a que no podía dormir, me sentí preocupado y nervioso. Fue durante este tiempo de frustración y depresión que empecé a leer los folletos que había puesto en mi maleta. Las verdades espirituales que vislumbré mientras leía me iluminaron y trajeron paz a mi corazón, y me quedé dormido y al despertar, estaba lleno de gozo y esperanza.

Un mes más tarde, me mudé a Boston para hacer un trabajo de investigación. Durante este tiempo concurrí a una reunión de testimonios de los miércoles en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Después me presentaron a dos señoras; una de ellas sabía chino y traducía mientras yo les hacía preguntas sobre Ciencia Cristiana. A la semana siguiente, debido a que yo quería hacerles muchas preguntas, nos encontramos los tres para cenar. Hablamos sobre los siete sinónimos de Dios que aparecen en la página 465 de Ciencia y Salud. Por primera vez sentí que entendía algo de la relación que existe entre Dios y el hombre. Me consoló saber que Dios está siempre presente y que Él cuida de nosotros todo el tiempo. De ahí en adelante hice firmes progresos. Y durante el resto de mi estadía en los Estados Unidos, tuve un hermoso sentimiento de gozo.

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