Hace algún tiempo me encontraba sola en un hotel en el extranjero. La vida parecía vacía, sin sentido. En mi larga búsqueda por una base sólida, había recurrido incluso a una iglesia protestante en busca de ayuda. No había encontrado una respuesta satisfactoria a mis problemas. Sin embargo, estas palabras de Cristo Jesús nos aseguran: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).
En el hotel comencé a conversar con un matrimonio de Dinamarca. Cuando me disponía a alejarme el señor me dio una revista, comentando que yo parecía necesitarla. La revista era El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y era exactamente lo que necesitaba. La leí toda inmediatamente y supe que la Ciencia Cristiana era mi respuesta. Revela las verdades de la existencia espiritual, basadas en Dios como el Principio divino de todo el ser.
Después de regresar a mi casa en Copenhague, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí una cita. Nunca olvidaré el amor con el que me recibió; me impresionó pues era como si éste procediera de la Deidad. Al retirarme, cantaba silenciosamente: “Dios es Amor, y Él me ama”.
Unos días después todo mi mundo pareció derrumbarse. Con el fin de comenzar una nueva vida me fui de la casa llevándome a mi hijo. Esa noche llamé a la practicista, y después de contarle lo que había pasado le pedí ayuda, porque ahora tenía que arreglármelas sola. Los resultados de sus oraciones fueron maravillosos. Fui guiada, protegida y sostenida, y todas mis necesidades fueron satisfechas, incluyendo un empleo.
Trabajé en una tienda donde la luz variaba de una gran intensidad hasta casi una completa oscuridad. Esta condición me molestaba porque además de ser miope y usar anteojos tenía otros defectos en los ojos. Era necesario insistir en que Dios me había dado la habilidad para hacer este trabajo sin ningún inconveniente, y que la materia no tiene sensación ni poder para limitar la existencia del hombre. Me mantuve en esta línea de pensamiento por varios días. Una noche, mientras lavaba los platos, repentinamente mi vista se nubló. Me quité los anteojos y me froté los ojos. Sentí entonces que algo se ajustaba en mis ojos, y nuevamente mi vista era clara. Continué trabajando y olvidé los anteojos.
A la mañana siguiente al ponerme los anteojos en el trabajo, descubrí que no podía ver con ellos. Pedí permiso a mi jefe para visitar a un oculista en la vecindad. Me examinó y miró mis anteojos. Luego riéndose me dijo que no tratara de hacerlo creer que yo había podido ver alguna vez con esos anteojos, porque mi vista no tenía nada mal. Cuando salí a la calle lloraba y reía de alegría porque comprendía la maravillosa curación que había tenido. Como apenas comenzaba con mi estudio de Ciencia Cristiana, me sentí especialmente agradecida y humilde. Más aún, desde entonces mi gratitud por esta Ciencia ha crecido inmensamente.
Estoy profundamente agradecida a Dios por la ayuda de la practicista, y por nuestra amada Guía, la Sra. Eddy. Sus enseñanzas nos guían a una comprensión de la Biblia y de las obras maravillosas de Cristo Jesús. Realmente, la curación espiritual es tan segura hoy como lo fue hace casi dos mil años.
Copenhague, Dinamarca