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Un día en el trabajo me mandaron, junto con otros hombres, a probar...

Del número de abril de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día en el trabajo me mandaron, junto con otros hombres, a probar la instalación de una nueva cañería. Después de la prueba, hubo que sacar agua del tubo, de modo que aplicamos aire comprimido por un extremo, pero no salió agua por el otro. Al ir a la estación donde se cargan los camiones, descubrí que la válvula de escape no estaba abierta. Sin darme cuenta de que la presión de aire había aumentado dentro del tubo, abrí la válvula. La súbita descarga de agua causó que el brazo de acero para cargar diera vuelta y me golpeara en un lado de la cabeza.

El golpe me dejó inconsciente y la herida parecía ser tan seria que los hombres que trabajaban conmigo temieron que fuera mortal.

Me llevaron de prisa al hospital y le avisaron a mis padres diciéndoles que yo quizás no sobreviviría. A pesar de que estábamos a más de tres mil kilómetros de distancia, mis padres confiaron en el conocimiento de que el hombre está siempre bajo el cuidado de Dios; que como el efecto perfecto del Espíritu, mi identidad real permanecía imperturbable e intacta. Se le pidió a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí.

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