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Me enteré de la Ciencia Cristiana en Bombay, India, un poco después...

Del número de abril de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me enteré de la Ciencia Cristiana en Bombay, India, un poco después de la muerte de nuestra segunda bebita, a la semana de nacida. La pérdida de nuestra hija me hizo preguntarme cómo era que un Dios amoroso podía permitir que sucediera tal cosa. Sin embargo, al estudiar esta Ciencia con la ayuda de una amiga, aprendí que Dios no causa las enfermedades, sino que mantiene a Su idea, el hombre, en perfecta salud. Esta poderosa verdad, una vez comprendida, nos libera de la enfermedad. Me di cuenta de que yo podía recurrir a Dios en busca de curación, sin tomar en cuenta lo que pareciera ser el problema. Esto me dio tranquilidad mental y una sensación de seguridad. Empecé a entender el significado de lo que dijo nuestro Maestro (Juan 14:27): “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”. Y el mensaje de Pablo a los Filipenses significó para mí una rica promesa (4:7): “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

Con el tiempo, tuvimos dos niños más. Para entonces, yo pude confiar en una comprensión más elevada acerca de Dios, y me sentí liberada de la falsa responsabilidad. El resultado fue que los niños crecieron más felices, más libres. Los tres fueron inscritos en una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde rápidamente aprendieron a confiar en Dios. Se les enseñó que eran hijos de nuestro Padre celestial, que estaban bajo Su constante amor y cuidado, por tanto, no había lugar para la enfermedad o la falta de armonía en su vida. Ellos aceptaron esto fácilmente, sin reserva alguna, y los efectos benéficos se manifestaron inmediatamente. Tuvieron varias curaciones, entre ellas la de sarampión y mordida de perro.

Cuando mi hermano menor murió debido a un accidente, pude vencer el sentido de pérdida y de separación al reconocer que el hombre, creado a imagen de Dios, es espiritual, y siempre refleja la vida y la armonía. Él no está a merced de la casualidad o de leyes materiales. Las declaraciones de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud que ponen énfasis en la irrealidad de los accidentes, fueron un gran consuelo. En la página 424 ella nos asegura: “Bajo la Providencia divina no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”. Como resultado de mi estudio, mis padres y mi hermana obtuvieron lo que tanto necesitaban, consuelo y fortaleza.

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