Relatos de curación
Cuando la Ciencia Cristiana me fue presentada hace casi cincuenta años, me hallaba en completa obscuridad, declarando que Dios no existía. En consecuencia, si Dios no existía, tampoco había vida eterna, y me parecía haber llegado al fin de todo y no quería continuar viviendo.
Mis años de estudio de Ciencia Cristiana me han enseñado a amar a Dios sobre todas las cosas y a mi prójimo como a mí mismo. Agradezco de que gracias a estos conocimientos he sido liberado de muchos males.
En Hechos 17:22, 23, leemos: “Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio”.
Cada vez que sé de alguien que sufre intensamente a causa del reumatismo, pienso: “¡Ah, si esta persona tan sólo supiera de la Ciencia Cristiana!” Tuve la oportunidad y la necesidad de comprobar por mí mismo que la Ciencia cura esta enfermedad. No presté atención a los primeros síntomas.
Hace algunos años me dedicaba a la extracción de madera de los bosques, trabajo que siempre me había gustado, pero gradualmente comencé a tener dificultades en mis relaciones con ciertas personas. Una situación en particular se empeoró mucho, con actitudes de dominación, arrogancia e incompetencia, de manera que la alegría que tenía en mi trabajo quedó destruida.
Quiero expresar mi profunda gratitud a Dios por las bendiciones recibidas desde que conocí la Ciencia Cristiana. Tuve mi primer contacto con esta maravillosa Ciencia hace varios años cuando me encontraba muy enferma.
Los testimonios en las publicaciones periódicas me han ayudado mucho en mi aprendizaje del uso de la Ciencia Cristiana Christian Science: Pronunciado Crischan Sáiens.
La curación que probablemente ha sido la más importante para mí, ocurrió justo antes de Navidad, hace algunos años. He sido Científico Cristiano toda mi vida, y ésta fue la curación en la que tuve menos ayuda de los demás.
Cierto día, mientras iba manejando por la ciudad, me di cuenta de que no podía leer las señales de tránsito a menos que estuviera cerca de ellas. En ese tiempo yo planeaba hacer un largo viaje en automóvil.
Nunca me había parecido deseable el jubilarme. Por más de cuarenta años mi exigente y recompensadora manera de vivir había sido enseñar a niños pequeños en escuelas públicas.