Hace algunos años al iniciar una empresa asesora enfrenté lo que parecía ser una insuperable acumulación de deudas, tanto en la compañía como en mi hogar.
El único cliente con el cual se mantenía el negocio en esa época repentinamente quebró, lo que significaba que teníamos que conseguir otros clientes inmediatamente. Oré diariamente para ser guiado por Dios, pero muchas veces mis pensamientos se llenaban de temor, desaliento, y sentía la carga de las responsabilidades familiares.
Una noche, después de lo que pareció ser un día desalentador, llamé al practicista de la Ciencia Cristiana que me estaba ayudando con el problema. En el curso de nuestra conversación dije que estaba dispuesto a dejar el negocio y buscar empleo en otra parte. Recuerdo las tranquilizadoras palabras de aliento del practicista con respecto al tierno y protector amor de Dios por todos Sus hijos, y estas palabras elevaron mi pensamiento por encima del mesmerismo de la preocupación, la que unos momentos antes me había parecido tan real.
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