Me es muy grato poder compartir con otros, parte del beneficio que he recibido de la Christian Science. Desde el punto de vista mundano, dos casos de curación física experimentadas se destacan por encima de las muchas otras demostraciones que hemos tenido. Las ventajas morales, mentales, educacionales y económicas han sido grandes, mas las bendiciones espirituales han sido aun mayores.
Cuando por primera vez busqué ayuda en la Christian Science, sufría ataques periódicos de parálisis, que me dejaban completamente inválida—dificultándoseme hablar, oír o ver. Esta enfermedad, que volvía con intervalos de unas cuantes semanas y sin previo aviso, fué el resultado de una operación de emergencia que se me había practicado. El médico y el especialista que me atendieron confesaron que jamás me podrían sanar. No encontraron la manera de aliviarme sino administrando narcóticos en cantidad suficiente para mantenerme bajo su influencia, por lo general durante veinticuatro horas. Avisaron a un miembro de mi familia que sería humanamente imposible que yo sobreviviera la repetición de dichos ataques y que cualquiera de ellos podría ser el último.
Mientras esto me acontecía, mi hija sufría de una condición tubercular que se suponía hereditaria. Ya se le habían practicado varias operaciones menores, como preparativo para una operación mayor, y tres veces por semana visitaba el hospital para que le examinaran la piel y le dieran tratamientos de rayos X. Al ver que no se mejoraba, consultamos al especialista de mayor fama, quien nos dijo que no había esperanza alguna de que sobreviviera a la operación mayor y que, a lo mejor, solamente existía una probabilidad en mil de que viviera por más de tres meses, pero que si por algún milagro llegara a vivir, se convertiría en una inválida, postrada en cama por el resto de la vida. Entonces la niñita tenía seis años y la llevábamos en silla de ruedas.
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