Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Una cara sonriente

Del número de enero de 1947 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


UN niño, el más pequeño de la familia, había platicado a menudo con sus compañeros de juego, sobre la próxima visita de su abuela, a quien mucho amaba. Poco después de su llegada, un vecinito con quien jugaba le dijo: "Tu abuela es anciana; tiene los cabellos blancos." El primero se detuvo un momento y luego, como si declarase una cosa muy importante, respondió: "Mi abuela no es anciana; ella tiene una cara sonriente."

La cara que refleja alegría, bondad y amor desinteresado, jamás lleva marcas del número de inviernos que ha pasado, sino solamente las impresiones de una experiencia más amplia.

En la primera página del prefacio de su libro Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos), Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science, ha escrito lo siguiente: "Para conservar un largo curso de años tranquilos y uniformes, en medio de la obscuridad uniforme de la tormenta, la nube y la tempestad, se necesitan fuerzas de las alturas,—tragos profundos de la fuente del Amor divino. Bien puede decirse: Hay vejez del corazón, y juventud que jamás envejece; un Amor que es un niño, y una Psiqué que siempre es niña. Sin embargo, la frescura fugaz de la juventud, no es la siempreviva del Alma, el colorido glorioso del florecimiento perpétuo, el resplandor y la grandeza espiritual de una vida sanctificada, en la cual mora la paz, sagrada y sincera tanto en las tribulaciones como en el triunfo."

Cuando se sonríe con sinceridad, se está reflejando a Dios. Este reflejo, o sonrisa, no es cosa física, no es una mera expresión del rostro, ni es algo que se pone y se quita. Tampoco es un adorno social, sino más bien, una irradiación interior—"la belleza de la santidad." La afectación y el fingimiento no forman parte de ella. La sonrisa genuina más bien demuestra buena voluntad para todos, la verdadera hospitalidad, que no se limita a los suyos, sino que es tan imparcial como la lluvia. Con ella se da la bienvenida al extraño, se consuela al afligido, se atrae al solitario, se da ánimo al desalentado. Embellece y transforma el ambiente. ¿Habéis notado que uno no se fija en las facciones físicas de una cara radiante? El rostro radiante es irresistible; disuelve la irritación, lubrica la maquinaria de las relaciones comerciales, conserva el afecto en las familias.

¿Como se demuestra esta facultad tan deseable? En la segunda epístola a los Corintios, leemos: "Empero nosotros todos, con rostro descubierto, mirando en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor." Así es que el reflejo del Espíritu es lo que hace la cara radiante. Es bueno preguntarnos a nosotros mismos qué es lo que estamos contemplando. ¿Será un mundo en guerra, un cuerpo enfermo, un hombre pecador, o la miseria por todos lados? Esto no es "la gloria del Señor." Esto es la neblina de la materialidad ignorante, que desfigura la visión.

La gloriosa naturaleza del Espíritu lo abarca todo, es la perfección y la omnipresencia. Cuando uno rehusa aceptar el falso testimonio del sentido material, la supuesta obstrucción no existe para impedir la expresión de la Verdad, la Vida y el Alma. El hombre verdadero expresa naturalmente la luz de la Verdad, la eternidad de la Vida, la hermosura del Alma, el esplandor del Espíritu, glorioso y sin cadenas.

La historia bíblica nos ofrece muchos ejemplos: Moisés, cuya cara se iluminó con el esplendor de la inspiración; Abigail, a quien se describe como mujer "de despejada inteligencia y de bella figura"; Esteban, cuya cara, se nos dice, apareció a quienes le rodeaban como "el rostro de un ángel."

En cierta ocasión, Jesús, acompañado por Pedro, Santiago y Juan, subió a una montaña para orar y se transfiguró delante de ellos. Imbuído de fulgor espiritual, su cara parecía, para quienes estaban con él, que brillaba como el sol.

La transfiguración ha sido considerada como sobrenatural, pero la Christian Science la explica como divinamente natural, como el efecto del pensamiento exaltado. Mediante la oración—es decir, el darse cuenta de la unidad de Dios y el hombre—Jesús vió al hombre como imagen, jamás limitado por el tiempo ni el espacio. Sabemos que los discípulos oyeron una voz que "salía de la nube" diciendo: "Este es mi amado Hijo, en quien tengo mi complacencia", lo cual confirmó la gloria del hombre, como hijo de Dios.

En la Christian Science, el hombre, como reflejo de Dios, manifiesta el esplendor de Dios. La fuerza, el vigor, la belleza, la lozanía, la grandeza son suyas, sin que el tiempo, el esfuerzo ni la madurez lo puedan mermar. El hombre inmortal no puede ser medido por la vara de medir mortal. La Vida no puede ser dividida en períodos, puesto que la Vida es Dios. Dejemos de clasificarnos a nosotros mismos y a los demás, como jóvenes, de edad madura o viejos.

En una reunión testimonial de las que se celebran los miércoles por la noche, una señora se puso de pié para expresar su gratitud. Más tarde ella confesó a una amiga, que por un instante le pareció imposible articular palabra alguna. En ese momento el Primer Lector le sonrió. Alentada, relató su experiencia, y de ahí en adelante jamás temió a dar un testimonio. Con cuanta sabiduría Mrs. Eddy le aconsejó a un Primer Lector en los siguientes términos (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany [La Primera Iglesia Científica de Cristo y Miscelánea], pág. 247): "No es la mirada austera, sino la cariñosa, la que atrae a la humanidad a recibir vuestra dádiva,—no es tanto la elocuencia, sino la tierna persuasión, la que les quita el temor, pues es sólo el Amor el que los alimenta." ¡Bien podríamos nosotros todos valernos de este consejo!

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 1947

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.