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Aniversarios de oro

Del número de abril de 1950 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los Científicos Cristianos últimamente han tenido aniversarios de oro de hondo significado para ellos. Bien recordamos que el 1° de septiembre del año 1898 nuestra Guía, Mary Baker Eddy, regaló al mundo el Christian Science Sentinel. Respecto a este regalo ella nos dice: “El segundo [periódico] lo titulé Sentinel [Sentinela], pues tenía por objeto servir de guardia para la Verdad, la Vida y el Amor” (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 353). Anteriormente, aparte del Trimestral de la Christian Science, el único periódico que nuestra Guía había dado al movimiento era The Christian Science Journal, fundado en el año 1883. De manera que el Sentinel fué recibido con gran regocijo por parte de los adherentes de la Christian Science.

Diez años más tarde y hace de esto cuarenta años, fué establecido nuestro gran periódico diario The Christian Science Monitor, y el día de Acción de Gracias el primer ejemplar fué presentado a nuestra Guía por varios Científicos Cristianos que se dirigieron a su hogar en Chestnut Hill encargados de tan feliz misión. Nuestra Guía ya había sido advertida de que se le entregaría el primer ejemplar de su diario, y cuando lo vió en manos de uno de los portadores, se adelantó hacia él con paso ligero y, extendiendo las dos manos, recibió el diario, apretándolo contra su corazón, con cara radiante de felicidad. En este cuadragésimo aniversario, todos sentimos inmensa gratitud por este misionero mundial, el generoso regalo al mundo de nuestra Guía.

Ahora nos sentimos felices por otro aniversario que hoy se cumple. El 20 de noviembre del año 1898, nuestra venerada Guía dió al mundo la ofrenda final de sus incomparables enseñanzas. Todo lo que Mrs. Eddy hizo por uno de nosotros fué hecho con la intención de bendecir a todos.

A principios de noviembre, se habían enviado invitaciones a cierto número de Científicos Cristianos para que concurrieran al Christian Science Hall, en Concord, New Hampshire, encareciéndoseles que esta invitación se mantuviera estrictamente confidencial. Los que recibieron este maravilloso mensaje pensaron que probablemente éste sería un llamado para asistir a una clase suya, pero naturalmente nadie mencionó este llamado a los demás. A los pocos días un tren lleno de Científicos Cristianos llegó a Boston, y nadie se sorprendió de ver entre los que allí se reunían muchas caras conocidas. Muchas amistades antiguas fueron renovadas pero no se mencionó palabra alguna acerca del posible objeto del viaje.

Sólo cuando todos se hubieron cambiado de tren en Boston, para tomar un tren especial a Concord, se notaron muchas sonrisas significativas entre los estudiantes, pero ni aun entonces se dijo palabra alguna. El pequeño hotel en Concord muy pronto se vió lleno, pero como se habían reservado habitaciones en casas particulares, todos se vieron instalados cómodamente en poco tiempo.

A las cuatro de la tarde del domingo, todos se reunieron en el Christian Science Hall. Sólo entonces los estudiantes hablaron los unos con los otros acerca del posible propósito de la invitación que habían recibido. El hecho de que setenta personas pudieran haberse reunido en semejantes circunstancias con tanta obediencia y lealtad que resultara posible mantenerlo todo estrictamente secreto, ha sido recordado siempre como un ejemplo de suma fidelidad.

Puntualmente a la hora designada del día 20 de noviembre, la puerta del estrado se abrió, y entró nuestra amada Guía. Al instante los estudiantes se pusieron de pie, ofreciendo a su venerada Guía una tierna acogida. Como de costumbre, ella inmediatamente se hizo dueña de la situación, “no afirmando con rudeza su propia autoridad, sino como animada por un ímpetu espiritual” (Pulpit and Press [Púlpito y Prensa], pág. 32). Mientras con tierna sonrisa ella se detenía a contemplar serenamente cada cara conocida, muchos ojos se llenaron de lágrimas y hasta Mrs. Eddy parecía estar profundamente conmovida. Los que tuvieron la buena fortuna de estar presentes, jamás olvidarán el cuadro de belleza, dignidad y hermosura que presentó Mrs. Eddy en aquella ocasión. Los colores le subían a la cara, sus ojos brillaban como estrellas, y sus blancos cabellos eran sin duda una “corona de gloria ... en el camino de justicia” (Prov., 16:31). Mrs. Eddy nos dirigió unas cuantas palabras de bienvenida. Después anunció que el curso de instrucción sería de dos o tres sesiones, según las necesidades de los estudiantes.

A pesar de que se ha referido a esta clase como “la clase de los setenta”, debido a que fué ese el número de personas llamadas a asistir, dos o tres de ellas no pudieron llegar hasta después de finalizar la clase, lo que resultó muy penoso no solamente para los que no asistieron sino también para sus colegas. El domingo por la mañana, siendo el día antes de la primera clase, el Primer Lector de la iglesia leyó en el capítulo diez del Evangelio de San Lucas el relato del encargo hecho por el Maestro a los otros setenta discípulos. Sin duda lo hizo por expreso ruego de nuestra Guía, ya que el Lector apenas hubiera presumido trazar en forma tan obvia un paralelo a la Biblia sin la aprobación de Mrs. Eddy.

Estudiantes anteriores habían observado que el método usual de enseñanza adoptado por Mrs. Eddy era por medio de preguntas y respuestas, y este fué precisamente el sistema que adoptó en aquella ocasión. A muchos de los estudiantes — posiblemente todos — se les pidió que se pusieran de pie y contestaran las preguntas que les fueron formuladas. A medida que cada uno así lo hacía, nuestra Guía analizaba las respuestas, comentándolas. Estas respuestas, corregidas y enmendadas por nuestra profesora, elevaban al instante nuestros pensamientos al reino de la Mente divina. A muchos se les hizo esta pregunta: “¿Qué es Dios?” Las declaraciones de cierta estudiante sobre las verdades acerca de Dios permanecerán profundamente grabadas en nuestras memorias. Sus pensamientos concernientes al poder, presencia y amor de Dios fueron de tanta inspiración que parecía seguro que nuestra Guía aprobaría su respuesta.

Lo siguiente es, en resumen, el comentario que ofreció nuestra Guía: “Usted ha hecho una declaración hermosa y científica acerca de Dios, pero ¿qué ha hecho usted del hombre? Usted no puede dar un tratamiento correcto en la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”. sin incluir al hombre.” Luego ella se dispuso a explicarnos que la unidad de Dios y el hombre es la base misma de la Christian Science. Después de esta primera pregunta: “¿Qué es Dios?” muchas otras les fueron formuladas individualmente a los estudiantes, evidentemente con la intención de que sirvieran de instrucción individual para cada uno. Una de las preguntas que recordamos especialmente fué esta: “¿Cómo definiría usted a Jesús?” La respuesta fué dada en las palabras del Glosario de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mrs. Eddy, añadiendo nuestra Guía valiosa instrucción respecto a lo importante que es comprender: “El más alto concepto humano y corporal de la idea divina, que reprende y destruye el error y saca a luz la inmortalidad del hombre” (Ciencia y Salud, pág. 589).

Una de las estudiantes presentes había llevado a cabo notables curaciones que eran conocidas y altamente apreciadas por todas partes. Cuando nuestra Guía preguntó a esta estudiante: “¿Cómo efectúa usted el trabajo de la curación?” la estudiante le respondió que ella siempre curaba sobre la base de la omnipresencia de Dios. Al oír esto una expresión de inmenso gozo iluminó el semblante de nuestra Guía, y con voz llena de ternura dijo: “Has sido fiel.” Todos los presentes estuvieron muy contentos de que esta devota discípula recibiera de la Descubridora de la Christian Science este justo y merecido elogio.

Durante uno de los cortos intervalos, una de las estudiantes se puso de pie y habló de la gratitud que sentía hacia la amada Guía y amiga cuya vida y amor nos habían proporcionado la Christian Science, y de cómo su afecto se extendía diariamente a ella en tierna gratitud. Mrs. Eddy le respondió afectuosa y sabiamente, diciéndole: “Guarda celosamente tu oferta en tu corazón, querida estudiante, consérvala y ella te salvará”. El amor que conservemos como una oferta del corazón para aquella que lo renunció todo por Cristo ciertamente nos protegerá del mal y nos capacitará para seguirla a ella tal como ella siguó a Cristo.

Luego Mrs. Eddy hizo esta pregunta: “¿Cómo procedería usted si fuese llamado para tratar a un paciente que pareciera estar moribundo?” Varios estudiantes fueron interrogados acerca de este punto, y todos respondieron haciendo claras y hermosas declaraciones acerca de la Vida y la Verdad, pero cuando todos hubieron respondido, nuestra profesora dijo: “Todas vuestras declaraciones son ciertas pero ninguno de vosotros habéis dado la respuesta correcta. Para sanar un caso tal es menester haber vivido el Amor.”

Durante la tarde de la segunda clase, Mrs. Eddy anunció que sentía que las presentes necesidades de los estudiantes habían sido satisfechas y que la sesión en curso sería la última. Luego nos dió un glorioso resumen de nuestro trabajo, exhortándonos tierna y muy especialmente a que buscáramos con diligencia la Mente del Cristo e hiciéramos del Amor divino nuestro compañero diario y de todo momento. En ese instante todos deben haberse sentido más cerca del cielo que nunca antes, a la vez que convencidos de que en adelante todo problema hallaría su solución al obedecerse fielmente el espíritu de estas enseñanzas.

Nuestra Guía anunció entonces que el curso había finalizado. Los estudiantes se pusieron de pie y Mrs. Eddy, acercándose al borde del estrado y abrazando a todos con su mirada, pronunció estas palabras inspiradas: “Amad, amad, amad. Sólo así podréis sanar a los enfermos y resucitar a los muertos.” Inclinando la cabeza, Mrs. Eddy permaneció por un instante evidentemente en silenciosa oración y bendición, y luego se retiró.

En el vestíbulo de la iglesia estrechó la mano a cada estudiante, dirigiendo a cada uno palabras de aliento y amor. Los alumnos tuvieron pocos deseos de conversar entre sí después de haber contemplado la gracia, hermosura, claridad y sabiduría de su profesora y su generoso interés por cada uno de sus estudiantes. Todos sintieron la necesidad de aceptar humildemente en la consciencia las enseñanzas profundas, el tierno amor y las declaraciones tan poderosas de nuestra Guía. Por sobre todo se destacaba ese ardiente deseo suyo de que todos nosotros presentásemos humilde y fielmente al mundo aquello que ella descubrió y fundó con tanto amor, consagración y sufrimientos — la Ciencia del cristianismo.

Los miembros de esta clase habían venido de todas partes del país y aun de varios países del extranjero. Tan ansiosos estaban todos de volver a sus respectivos campos de acción para compartir con sus discípulos y pacientes algo de lo que habían recibido, que a una o dos horas de haberse disuelto la clase, todos se habían dispersado silenciosamente. Al referirse a esta clase, Mrs. Eddy escribió en su obra (Miscellany, págs. 104, 105): “¿Qué fué lo que atrajo a este grupo que acudió a aprender de una persona, quien, treinta años antes, se había enfrentado con el anatema de que se habla en las Escrituras: ‘Bienaventurados sois vosotros cuando os vituperan, y os persiguieren, y dijeren de vosotros toda suerte de mal, por mi causa, mintiendo’? Fué la curación de los enfermos, la salvación de los pecadores, las obras aun más que las palabras de Cristo, de la Verdad, que ciertamente habían despertado en estas personas el deseo de escudriñar las Escrituras y hallar en ellas el remedio único para la mente y el cuerpo.”

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