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Las comparaciones

Del número de abril de 1950 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El afan por hacer comparaciones, que parece ser tan natural al pensamiento humano, constituye una señal de peligro para aquellos que sinceramente desean obedecer la amonestación de Cristo Jesús, quien dijo (Mateo, 26:41): “Velad y orad, para que no entréis en tentación.” Esta advertencia debiera ser escuchada cuando se presenta la tentación de hacer comparaciones entre dos conceptos mortales con el objeto de hallar el bien. Así es que cuando nos encontramos haciendo comparaciones, ya sea de rasgos de carácter, aptitudes, talentos o cualquier otra de las muchas diferenciaciones humanas, podemos estar seguros de que estamos contemplando el sueño de Adam y no al hombre creado a la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu.

Mary Baker Eddy declara en su libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 301): “Puesto que Dios es substancia y el hombre la imagen y semejanza divina, el hombre debe desear, y en realidad sólo posee, la substancia del bien, la substancia del Espíritu, y no de la materia.” ¿No es esta acaso la realidad espiritual que Moisés demostró a los israelitas?

Según el primer capítulo de Deuteronomio, cuando Moisés y su pueblo partieron de Horeb y atravesaron el desierto, llegaron a las serranías de los Amorreos. Allí levantaron campamento y enviaron delante a doce hombres, uno de cada tribu, para que explorasen la tierra y trajesen razón del camino que debían tomar. Los mensajeros trajeron respuesta diciendo de la tierra prometida: “Buena es la tierra que Jehová nuestro Dios nos da.” Sin embargo, compararon a las gentes que ahí vieron con los de su propia compañía y luego se preguntaron: “¿A dónde hemos de subir?” añadiendo: “Nuestros hermanos nos han hecho desmayar el corazón, diciendo: ‘El pueblo es más grande y más alto que nosotros.’” Por comparación, los israelites se consideraron inferiores a los Amorreos. Y porque dudaron poder llegar a la tierra prometida, el viaje se vió lleno de dificultades y demoras.

Mucho se dice de la persona que sufre del tal llamado complejo de inferioridad. Los remedios materiales que se ofrecen para vencer el complejo de inferioridad nunca se elevan por encima del sentido personal y sus limitaciones. El hombre creado a la imagen y semejanza de su Hacedor no es inferior, de manera que no se le puede definir en términos finitos. Cuán superior será la demostración de nuestra individualidad espiritual como hijos de Dios cuando dejemos de mirar en derredor para compararnos con los demás.

Una estudiante de la Christian Science creyó que al fin había llegado a comprender esta Ciencia lo suficientemente para poder demostrar su dominio sobre el hábito de fumar. Pero al punto comenzó a comparar las demostraciones de aquellos que mediante la Ciencia habían logrado sobreponerse a este vicio. Escuchó en una de las reuniones de los miércoles por la noche el testimonio de una persona que se había curado instantáneamente. Otra persona fué sanada después de una larga y ardua lucha y con el apoyo de afectuosos amigos, y aun otra persona obtuvo su curación mediante el consagrado trabajo de un practicista.

La estudiante descubrió que los grados del pensamiento humano eran tan numerosos como las personas a quienes interrogaba o a quienes escuchaba relatar sus experiencias. Al fijar su atención en la personalidad y las circunstancias, que siempre son materiales, la estudiante halló que estaba haciendo comparaciones entre “muchas mentes”, en vez de aceptar las curaciones espirituales que evidencian y glorifican a Dios, la Mente única, el Principio, el bien. Mientras se mostraba curiosa respecto a las demostraciones de los demás, ella no progresaba. “¡Pero yo creo firmemente que esta curación es justa y posible!” exclamó ella con desesperación.

Percibiendo por último que el camino de las comparaciones jamás la llevaría a su meta, acudió a un practicista, a quien expresó su sincero deseo de vencer este hábito, reiterando su firme convicción de que esto era posible. La practicista le citó un pasaje del libro de texto que era pertinente al caso (pág. 297): “Los pensamientos humanos tienen sus grados de comparación. Algunos pensamientos son mejores que otros. Una creencia en la Verdad es mejor que una creencia en el error, pero ningún testimonio mortal está basado en la roca divina. El testimonio mortal puede hacerse vacilar. Hasta que la creencia se convierta en fe, y la fe en entendimiento espiritual, el pensamiento humano tiene poca relación con lo real o divino.”

Al momento la estudiante notó que la sensación molesta en el estómago, que siempre parecía acompañar cualquier tentativa que hiciera de abstenerse de fumar, había desaparecido. Se apercibió de que las comparaciones sólo son testimonios de los tales llamados grados del pensamiento humano. Se le indicó además que las comparaciones espirituales son imposibles porque, como bien lo dice Mrs. Eddy en Miscellaneous Writings (pág. 102): “Dios es semejante a Sí mismo, y a ninguna otra cosa.” Luego añade: “Su carácter no admite grados de comparación.” He aquí el modelo infinito, el Principio, en el cual reside toda la sabiduría. Dios, la Mente divina, no se consume con deseos carnales; El permanece eternamente satisfecho. De manera que Su imagen y semejanza necesariamente tiene que reflejar esta misma satisfacción.

De este modo se reveló para la estudiante el pensamiento que trajo consigo la curación. Esta vez no cayó en el error de comparar su curación con ninguna anterior, ya fuera la suya o la ajena. Relatar una curación debe ser un acto de gratitud, y no meramente una narración de cómo se llevó a cabo, según los sentidos humanos. El Salmista nos exhorta de esta manera (Salmos, 106:1, 2): “¡Aleluya! Dad gracias a Jehová, porque él es bueno. ... ¿Quién podrá decir las poderosas obras de Jehová?”

A los pocos meses un amigo que sinceramente buscaba orientación, le preguntó: “¿Cómo pudo usted dejar de fumar?” Se le respondió: “Orando de esta manera: ‘Como en el cielo, así también en la tierra’ sea hecha Tu voluntad, y no la mía. Ya no se trataba de dejar de fumar, ni fácilmente ni con dificultad. Más bien fué una sensación de haber comenzado, de renacimiento, o de contemplarme como hijo de Dios, Su idea espiritual, reflejando autoridad y dominio. Sólo entonces descubrí que me hallaba libre.”

Apartándose de la contemplación personal para contemplar la Verdad y el Amor incomparables, uno halla el camino de la libertad en la revelación de la perfecta creación de Dios.

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