La filosofía tocante al camino a escogerse en la vida se ve ilustrada en la leyenda de dos hermanos del Lejano Oriente. Estos dos hermanos, Ahmed y Omar, deseaban hacer algo que perpetuara su memoria. Omar cortó de la cantera un gran obelisco de piedra, que colocó al borde del camino. En esta columna de piedra talló su nombre y además muchas otras inscripciones. Allí quedó durante siglos este monumento sin duda espléndido pero de ningún valor para la humanidad.
Su hermano, por otra parte, cavó un pozo a un lado del camino en el desierto, plantando junto a él palmeras. Al cabo del tiempo, este lugar se convirtió en un hermoso oasis donde el cansado viajero podía detenerse para apagar su sed y descansar bajo la sombra de las altas y erguidas palmeras. Todos los que por allí pasaban bendecían el nombre de Ahmed-el-Bueno.
Esta leyenda oriental ilustra dos planes de vida. Uno consiste en el forjarse para sí mismo un gran nombre, tan alto y tan inútil como el obelisco de piedra de Omar. El otro consiste en asemejar nuestra vida a un oasis, donde la humanidad pueda hallar descanso, consuelo y refrigerio.
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