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Inmutable y sin temor

Del número de abril de 1950 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nadie puede cambiar un hecho. No hay circunstancia, condición, deseo, persuasión u oración que pueda ejercer la menor influencia sobre aquello que ya es. De ahí el consuelo que aporta a la humanidad el Consolador, la Christian ScienceEl nombre dado por Mary Baker Eddy a su descubrimiento (pronunciado Críschan Sáiens) y que, traducido literalmente, es la “Ciencia Cristiana”., la cual revela la verdad, la realidad, pues la verdad es totalmente buena; y la verdad no cambia.

El hombre es concebido por Dios, la Mente divina. El existe en la naturaleza misma de aquello que le concibe. En otras palabras, él expresa las cualidades o ideas espirituales mediante las cuales se expresa Dios, la Mente divina. Este es un hecho inmutable y eterno. La Descubridora y Fundadora de la Christian Science, Mary Baker Eddy, no sólo ha expuesto y probado este hecho, sino que ha presentado la regla mediante la cual todos pueden probarlo. “La Ciencia del ser”, dice ella en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 336), “proporciona la regla de la perfección y saca la inmortalidad a luz.”

Esta “regla de la perfección”, a saber, que las cualidades que constituyen el hombre son tan perfectas como la Mente infinita y divina de la cual emanan, capacita a todo aquel que la aplica, practica o percibe a demostrar que es inmune contra todo ataque. Esto no significa que aquello que se denomina un mortal se halle inmune a los ataques del mal, pero que todo los males inherentes a la mortalidad pueden ser disipados y destruídos por y para cualquier persona en la medida en que se vaya estableciendo la evidencia, o consciencia, de que las perfectas cualidades espirituales están presentes y en acción.

Así cualquiera que se vea confrontado, digamos, por la calumnia y el odio, puede inmediatamente hallar refugio en la comprensión del estado espiritual del hombre tal como Dios lo creó. La inocencia es una cualidad de este hombre, y no hay nada que pueda trocar la inocencia en culpabilidad. Establecida en la consciencia y practicada como un hecho, a pesar de toda apariencia contraria, esta inocencia espiritual pone a descubierto el odio y la calumnia como injustos e inmerecidos. Al mismo tiempo, la ley de Dios se revela, produciendo las pruebas de la inocencia y destruyendo el castigo que encierra el delito, en una forma que el pensamiento humano puede comprender. Todo aquel que sabe y prueba progresivamente que es el hombre de Dios, ese hombre cuya consciencia no puede aceptar la sugestión de que es capaz de obrar mal, no sufrirá por haber obrado mal. Este hecho se percibe mediante el sentido espiritual, y es Dios quien determina como habrá de manifestarse.

Del mismo modo, si uno pareciera estar enfermo puede utilizar el sentido espiritual para desenmascarar el mal como ilusión y para establecer el hecho de la salud, la armonía, como cualidad de su verdadero ser espiritual que refleja a Dios. Siendo un hecho establecido, la salud no está expuesta a cambio alguno. Es mantenida por la Mente divina, siendo una de sus cualidades. Ententida así, es percibida espiritualmente, y esta percepción espiritual opera como una ley de salud para la consciencia humana.

La percepción del hecho espiritual acerca de todo lo que contemplan los tales llamados sentidos corporales operará, en todo caso de necesidad humana, como una ley que proclama la presencia del bien, para todo aquel que ejerza tal percepción; pues el hecho espiritual es el único hecho — permanente y bueno. Mrs. Eddy nos lo asegura con estas palabras (ib., pág. 481): “Las varias contradicciones a la Ciencia de la Mente por parte de los sentidos materiales no cambian la Verdad invisible, la cual permanece intacta para siempre.”

Quizás surja la pregunta: En un mundo inmutable, ¿para qué orar? La respuesta es: Nuestra oración afirma y percibe como realidad el hecho espiritual a los fines del afecto que así se ejerce sobre aquello que no es una realidad. Cualquier sentido de imperfección, ya apareciera en forma de acusación contra el hombre o la condición en la cual él vive, no es una realidad, aunque así lo parezca para sí mismo. Careciendo de base, no es ni permanente ni inmutable. A la verdad ¡no existe! Siendo un sueño, desaparecerá como se desvanece un sueño. Es por eso que oramos, pues sólo mediante la oración los tales llamados hechos materiales ceden su pretensión de tener presencia, o existencia, y desaparecen, al comprenderse la presencia de las cualidades de la Mente divina.

La consciencia perfecta, compuesta de las cualidades de la Mente divina y que constituye el Hijo de Dios, es el Cristo. Esta consciencia fué el don del hombre perfecto llamado Jesús. Esta consciencia reconocía su naturaleza real y por tanto indestructible. Ilustraba asimismo la verdad de que el hombre, linaje de Dios, está siempre dotado de la consciencia constituída de cualidades divinas, o ideas espirituales, y posee la habilidad y el poder de conocerse a sí mismo y expresar su naturaleza verdadera, inmutable y libre de temor.

Esta naturaleza inmutable del Cristo no conoce el temor: está provista del poder y de la regla necesarios para mantener la inalterable prueba de su presencia, como se afirma una y otra vez en la Biblia. Encontramos un ejemplo de esto en las palabras proclamadas por el ángel del Señor a la Virgen María, al anunciar la venida del Cristo en la consciencia humana (Lucas, 1:33): “De su reino no habrá fin.”

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