En la Christian Science, comprender y creer son palabras que se emplean con sumo cuidado. Una de las razones para ello es que marcan la distinción que hace esta Ciencia entre comprender en demostrable realidad a Dios y Su universo espiritual de ideas y la mera admisión humana de que existen. Quien entienda la Ciencia demuestra sus verdades; y vive en práctica experiencia lo que sabe o conoce. No se siente inclinado o tentado a responder emotivamente a los errores que halla a su paso, ni se siente impelido a reincidir en el empleo de medios o remedios materiales para curarse. Porque sabe que Dios es Todo e incluye toda realidad, él vive convencido de que la existencia mortal es irreal. El sueño que Adán iniciara y en el que la materia parece constituir la substancia no lo hace ni odiar sus decepciones materiales ni temerlas.
El Científico Cristiano se ocupa constantemente en traducir esas ilusiones mortales a las ideas espirituales que ellas falsifican. El sabe cuándo está realmente traduciéndolas, por la purificación espiritual que va logrando en su carácter y por la iluminación tangible del Espíritu que se va evidenciando. Se beneficia no sólo con mejor salud y más armonía en sus asuntos o negocios, sino que él en sí se vuelve una persona mejor. Sus afectos se purifican, se hacen más extensivos y más constantes. Se hace más meticulosamente verídico y más justo. Se vuelve más inteligentemente capaz o más capaz de ser inteligente. Se le desprenden y así se libra de toda animosidad personal y de prejuicios. Estas son las señales de comprensión espiritual que uno necesita observar, quizá más que la física evidencia de progreso. Son prueba de que el nombre de uno está “escrito en el cielo” (Lucas 10:20), para emplear las palabras de Cristo Jesús.
Puede haber ocasiones en las que el Científico Cristiano sólo está creyendo las verdades que afirma. Ese es un estado de ánimo en el que resulta peligroso morar, porque aunque la Christian Science no descuenta lo preferible que es creer en lo que es real más bien que creer en el mal o sea lo irreal, muestra cuán precario es detenerse en ese nivel del pensamiento. Dice Mary Baker Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 297): “Una creencia en la Verdad es mejor que una creencia en el error, pero ningún testimonio mortal está basado en la roca divina. El testimonio mortal puede hacerse vacilar. Hasta que la creencia se convierta en fe, y la fe en entendimiento espiritual, el pensamiento humano tiene poca relación con lo real o divino.” La meta del Científico Cristiano es despertar al reino de los cielos que está dentro de su entidad espiritual que es la verdadera; es decir, comprender a Dios y Su creación espiritual tan plenamente que de nada más esté él consciente.
Creer en la Verdad sin entenderla lleva a uno a muchos senderos sin salida. Tarde o temprano, mera creencia se halla frente a frente con la poquedad o lo exiguo del ejercicio intelectual puramente humano. Carece de poder para callar las sugestiones agresivas del mal, y en consecuencia, queda expuesta a ataque. El que simplemente cree en la Verdad suele dar de golpes orgullosa o furiosamente dirigidos a los imaginarios obstáculos para progresar, mientras que el que comprende espiritualmente se sienta humildemente a los pies de Cristo, en espera de señales de la realidad — la calma y la tranquilidad que trae consigo el reconocimiento de que el Amor es infinito.
La aceptación de las verdades de la Ciencia implica la obligación de comprenderlas hasta el punto de demostrarlas en toda su plenitud. Si a la declaración de la verdad no sigue la prueba, es que hay que buscar su comprensión más diligentemente. En Ciencia y Salud Mrs. Eddy contrasta la creencia con la comprensión autoritativa que tenía el Maestro. Dice (pág. 12): “No es la Ciencia ni la Verdad lo que obra mediante la creencia ciega, ni es tampoco el entendimiento humano del Principio divino sanador, tal como se manifestó en Jesús, cuyas humildes oraciones eran profundas y concienzudas declaraciones de la Verdad,— de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor.”
No es por humana certeza dizque segura como se percibe a Dios, sino mediante hambre espiritual, profundizándonos cada vez más en nuestro estar consciente, purificando nuestros móviles. El más tenue rayo de afecto desinteresado es a veces la puerta por la que entra el Amor a realizar su obra curativa. Un arrepentimiento genuino abre a la Verdad puertas que de otro modo siguen cerradas a la Verdad por quedar uno satisfecho de sí mismo con meras afirmaciones de lo que la Ciencia enseña. Inocencia, gozo, buena voluntad, candor — estas son las muestras de la comprensión que el Padre reconoce; los elementos espirituales que “colocan al pensamiento humano” en “relación con lo que es real y divino.” Mediante ellos brilla la luz del Espíritu con poder para curar.
La comprensión imparte a quien la tiene la energía espiritual con que volverse de las cosas mundanales para buscar las cosas del Espíritu, para consagrar su vida a Dios, para amar la Verdad por lo que ella misma es o encierra y no simplemente por los panes y los peces. Mientras que mera creencia ofrece una incierta sensación de lealtad o quizá un celo o ardor que no es santo ni se eleva nunca más allá de las cosas personales de los mortales o el deseo de regularlas o ajustarías conforme a las normas humanas. El Maestro elogió a María por sentarse a sus pies atenta a sus palabras; y dijo a la afanosa y agobiada Marta que María había “escogido la buena parte” (véase Lucas 10:38–42). La comprensión que María tenía de las cosas divinas eclipsaba a la creencia de Marta en ellas, y María daba el primer lugar a las cosas de primera importancia.
Cuando aprendamos a encontrar el espíritu de la Ciencia juntamente con la letra, el espíritu que manifestemos no quedará tan lamentablemente atrás o a la zaga de la letra. Nuestras creencias ascenderán a comprensión mediante nuestra humildad, que ha de hacernos reconocer nuestra necesidad, y mediante nuestra docilidad o mansedumbre, que nos lleva paso a paso a la plenitud de la gloria del cielo.