Leemos en la II Corintios (3:17): “Donde estuviere el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” ¿Qué es pues lo que nos cautiva? ¿No es nuestra creencia en el poder de lo que perciben los sentidos físicos? Como el que sueña cree en sus sueños porque toma erróneamente lo soñado como real y substancial, así los mortales, dormidos en el sueño de la materialidad, consideran como reales los cuadros que presentan los sentidos materiales que esclavizan, cuadros de temor, de enfermedad, pérdida, pobreza y muerte. Exactamente como nos imaginamos al soñar dormidos que caemos víctimas del poder ilusorio de la pesadilla, así al soñar despiertos creemos que las supuestas leyes materiales tienen poder para sujetarnos a cautiverio.
Y todo eso a pesar de que hace casi dos mil años que Cristo Jesús, que veía a la humanidad con profunda compasión, dijo (Juan 8:32): “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” Con estas palabras el Maestro nos llama la atención a nuestros derechos inalienables, al dominio que Dios nos otorga sobre los sentidos materiales y sus engañosas ilusiones. Declara Mary Baker Eddy en la página 227 de su libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras:” “La ilusión de los sentidos materiales, no la ley divina, os ha atado, ha enredado vuestros miembros libres, paralizado vuestras aptitudes, debilitado vuestro cuerpo, y desfigurado la tabla de vuestra existencia.”
La inefectividad e inutilidad de los métodos materiales, el carácter efímero de los placeres físicos, la vacuidad que dejan, nos hacen voltear en rededor nuestro en busca de algo que tenga o contenga poder, que resulte eficaz, duradero, inalienable e imperecedero. El sentido espiritual empieza a amanecernos y vislumbramos lo espiritual y eterno, la vida y la armonía. Entonces despierta la consciencia individual a percibir gozos más elevados.
La individualidad espiritual, que es libre y feliz, hay que reconocerla como nuestra única individualidad. No encontramos los gozos del Alma que son nuestros por derecho inalienable sino hasta que denegamos las pretensiones limitativas y enmarañadoras de los sentidos materiales. La consciencia que se ha elevado en cierto grado por encima del sufrimiento terrenal y de los placeres de los sentidos materiales, reconoce que es hija de Dios, llena de los gozos del bien espiritual y de la pureza sublime, logrando así librarse del cautiverio de los sentidos que esclavizan o sea de la creencia en las leyes materiales, en el sufrimiento y el pecado, y llevando cautiva a la cautividad.
Nuestro Maestro comprendía tan bien la libertad de los hijos de Dios que ni la misma muerte ni el sepulcro pudieron sujetarlo. Consciente de la gloriosa libertad y del dominio del hombre, les dijo a sus discípulos cuando celebraba su última Pascua con ellos (Juan 14:27): “La paz os dejo; mi paz os doy,” y (15:11): “Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea completo.” ¡Paz y gozo en medio de la perfidia, el sufrimiento y la muerte que se cernían sobre él! ¿Qué le impartía tan sublime paz y armonía?
“La Verdad trae los elementos de la libertad,” dice nuestra Guía en la página 224 de Ciencia y Salud. Luego era su plena comprensión de la Verdad y su identificación con ella lo que hacía suya esa libertad. El entendía que en la siempre presencia de Dios, la siempre presencia del Espíritu, no cabe lo que no sea Su semejanza. El sabía que el Ser que es Dios, que es Amor que todo lo incluye, llena todo el espacio y que por lo tanto el odio carece de entidad y que no existe en realidad — que es sólo un fenómeno que aparece ilusoriamente. El sabía que el pensamiento individual del hombre puede elevarse en libertad completa a identificarse con la verdad espiritual ya comprendida y reconocida; que el pensamiento no está obligado a admitir lo que no sea semejante a la Verdad. Era así como utilizaba la libertad que Dios le daba y que emanaba de la clara comprensión de ser él Su hijo divino, poseyendo dominio sobre las creencias materiales del sufrimiento y de la muerte.
Jesús moraba en la consciencia de la armonía y del gozo perenne que constituyen la realidad espiritual. Gracias a su comprensión plena de la realidad, el sueño de los sentidos materiales no podía esclavizarlo porque él reconocía su irrealidad.
Podemos reclamar, cada uno de nosotros, nuestra libertad espiritual. Es nuestro derecho connatural y patrimonial. La Christian Science indica cómo lograr esta libertad mostrando la naturaleza ilusoria de todas las creencias de la existencia mortal incluso el temor y el desaliento, el pecado, la enfermedad y la muerte. En esta Ciencia aprendemos que nada puede obligarnos a considerar lo ilusorio como real y que nadie puede impedir que reconozcamos la realidad de los hechos eternos y armoniosos del ser espiritual que es nuestro único ser. Para todo lo cual contamos con la autoridad de Dios puesto que, como dice Pablo (Efesios 4:7): “A cada uno de nosotros le ha sido dada gracia, conforme a la medida del don de Cristo.”
Si en nuestro diario vivir rechazamos por ilusorias las tentaciones de los sentidos materiales y nos rehusamos a creer en las ilusiones de la enfermedad, el pecado y la muerte, elevando constantemente nuestro pensamiento a la indestructibilidad del ser verdadero, morando por siempre e invariablemente en Dios, entonces nos libertamos natural y gradualmente de la pretensión del cautiverio en la materia. Así comenzamos a ver que es un hecho la libertad de los hijos de Dios. Si nos acostumbramos a reconocer en todas las circunstancias la presencia de Dios como la única realidad y Su ley como la única en vigor por cuanto nos atañe, triunfaremos sea cual fuere la contingencia y haremos frente a todo peligro con la certeza de que podremos demostrar la libertad que Dios da al hombre.
