Un evangelizador dijo hace poco que los cristianos primitivos habían vivido en unos tiempos tan llenos de dificultades como los nuestros, agregando: “Pero ellos no decían: ‘mira en lo que ha venido a parar el mundo,’ sino antes bien: ‘mira lo que ha venido al mundo.’ ” El potente mensaje que Cristo Jesús trajo al mundo en el primer siglo de la era cristiana lo tomaban los que lo aceptaban como respuesta pujantemente trascendental y universal a todos los problemas mundiales. Hablando del Cristianismo, dice Mary Baker Eddy (Christian Science versus Pantheism, pag. 12): “La cumbre del Cristianismo abre muy por encima de las supuestas leyes de la materia una puerta que nadie puede cerrar; muestra a todos los pueblos el camino por que escapar del pecado, la enfermedad y la muerte; quita del corazón de la humanidad la carga de su cruenta experiencia, alumbrándole la senda de tal manera que el que entre pueda correr sin cansarse, y avanzar sin tener que esperar al lado del camino ;— sí, que pase reposadamente hacia adelante, sin la disyuntiva de experimentar las agonías por las que el que busca explorativamente el camino, lo gana y muestra el derrotero.”
El entusiasmo de los obreros cristianos primitivos era confianza en acción — confianza en que el mensaje del Cristo sería capaz de curar los defectos, vencer los males de la carne y señalar la manera de que todos hallaran la perfección. Aunque el mensaje no ha disminuido ni perdido nada de su potencia, la comprensión del mismo y la utilización de sus verdades han amenguado. Puede decirse que hoy el mundo desea los frutos del Cristianismo — paz, prosperidad, amor, cumplimiento, etcétera — sin cultivar el árbol en que crecen. El Cristianismo exige acción conforme a sus enseñanzas. Sin acción, sin hacer las obras que Jesús hacía, el árbol del Cristianismo es estéril.
Mrs. Eddy descubrió la Ciencia del Cristianismo — la Christian — Science y dió al mundo la oportunidad de utilizar lo que ella descubrió. La humanidad cosecha bendiciones mediante esa utilización. Tal es la razón de que exista y sea útil la Iglesia Científica de Cristo, para facilitarles a los hombres que ejemplifiquen la verdad en su vida diaria y ganen la recompensa del cristiano — redención del concepto e impresión de que la vida es mortal. Dios es el bien omnipotente — omnisciente y siempre presente Amor, Espíritu, Alma Principio, Mente, Vida y Verdad. El hombre es la manifestación completa de Dios, y expresa su unión con Dios en poder en acción, bondad actual, y viviendo inteligentemente. Estas verdades divinas exigen demostración en los asuntos humanos. Nada puede substituir esta labor ni los medios que para llevarla a cabo provéen los anchurosos canales de la humana institución de la iglesia destinada a guiar y sostener a la humanidad.
El obrero de experiencia y éxito sabe muy bien que para ganar la bendición cabal de confiar en el amor de Dios es esencial tomar parte viva en las actividades de la iglesia. Nadie debe tener en poco la correlación que hay entre la Iglesia que fundó Mrs. Eddy y su descubrimiento de la Ciencia divina. La correlación no es accidental ni incidental. La iglesia representa la actividad del Cristo, el mensaje divino de esperanza y curación en los asuntos de la humanidad. Esta es la definición que de la “Iglesia” nos da Mrs. Eddy (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 583):
“La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino o procede de él.”
“La Iglesia es aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza humana, despertando el entendimiento dormido de sus creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos.”
Nosotros sabemos que hay una tarea que hacer antes de que el mundo aprenda a obrar de una manera realmente cristiana. Dijo Jesús (Marcos 16:15): “Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura.” No hay que evadir lo que tal declaración implica. Para obedecer el mandato no se requiere ir físicamente. Jesús mismo trabajó en una area geográfica muy limitada. Pero la comprensión del Cristianismo verdadero como lo expone la Christian Science todos nosotros tenemos que demostrarla. ¿Y cómo hacer esto? Un modo vital es continuar dando a la humanidad la oportunidad de conocer mediante las actividades de la Iglesia, la Christian Science y sus verdaderas enseñanzas inadulteradas. Sin la Iglesia no se editarían las publicaciones periódicas ni se tendría cuidado de que los practicistas profesionales y los maestros presentaran la Christian Science genuina a los que la necesiten.
Los que están cumpliendo con sus tareas como miembros de una Iglesia Científica de Cristo están ayudando a hacer la Christian Science asequible para todos. La labor de la Iglesia no corresponde únicamente a los otros. Cuando alguno de nosotros deja que los otros atiendan a lo que a él le toca hacer en parte o del todo, deja de reclamar una gran bendición que es suya con sólo aceptarla. No tenemos derecho, y ciertamente que ningún galardón, si tratamos de vivir a costa del capital cristiano que hemos heredado. Aceptar los derechos del Científico Cristiano y descuidar cumplir con los deberes del mismo es perder la mayor parte de la bendición cristiana.
Cada uno entiende la Christian Science al grado de poder demostrarla cuando llega al punto de su experiencia diaria en el que las cosas reales o sea las espirituales comienzan a tener ascendencia en su modo de pensar. Hay que compartir la Christian Science; hay que demostrarla en lo que pensamos y en nuestro modo de vivir a efecto de que sea benéfica para todos. Para que el Científico Cristiano tenga éxito, debe vivir de tal modo que contribuya a la solución de los problemas mundiales. Ni debe constituir él mismo parte del problema, dejando a los otros el trabajo de resolverlo.
La institución humana que constituye la Iglesia no la forman personas impecables sino los que en ella se reúnen con el deseo de lograr su crecimiento espiritual de pensamiento y de obra, esforzándose con ese propósito. A medida que progresan encuentran que el Cristianismo es en realidad el bien hecho tangible para que lo aprovechemos.
Los miembros de la Iglesia se han comprometido a llevar a cabo un propósito de extenso alcance: promover la comprensión espiritual en la consciencia de todos con el fin de que la raza humana quede libre del mal en su experiencia práctica. Esta liberación que todos deseamos para nosotros y para los demás no se logra en un momento. Es el nuevo nacimiento con respecto al cual dice Mrs. Eddy (Miscellaneous Writings, pág. 15): “Comienza con momentos y prosigue con los años; momentos en los que uno se rinde a Dios, en los que confiamos candorosamente y adoptamos con gozo lo que es bueno; momentos de abnegación, de consagración de uno mismo, de esperanza que nos viene del cielo, y de amor espiritual.”
No es obtenible para nosotros eso de que se nos empuje de súbito hacia dentro del cielo. Quien se haya deslizado por senderos que otros han suavizado al trillarlos, con el tiempo puede que encuentre un terreno rocayoso en el camino y que halle que no ha desarrollado suficientes fuerzas para recorrerlo. La Iglesia les imparte fuerzas a sus miembros individuales. Les inculca la idea y el ideal verdaderos de la Christian Science y pone a trabajar a los mortales para que cumplan con su propósito. Demuestra el Amor divino en vez de dejar que quede como una mera teoría. La Iglesia está fundada en el hecho de que la Mente divina es Todo. Capacita al hombre para que manifieste su espiritualidad y da oportunidad inacabable para la cristianización del pensamiento humano. Inspira la expresión de las cualidades de Dios en la tierra.
Nosotros avanzamos paso a paso y el Principio omnipotente es nuestra norma siempre. Nuestro incentivo es invariablemente el Amor que gobierna al universo. En la labor de la Iglesia el éxito estriba no tanto en realizar lo que diseñen los planes humanos como en tender a alcanzar la meta ante la cual deben ceder los planes humanos: la plena aceptación de la voluntad de Dios en la tierra. Su voluntad para el hombre es buena, y nosotros hallamos satisfacción y paz obedeciendo esa voluntad. Por tanto, nuestra tarea consiste en ejercitarnos en la obediencia de Su voluntad o sea el cumplimiento de Su ley. ¿Qué mejor gozo?
Cada miembro leal de la Iglesia demuestra en la labor de ella el solaz, amor, paz y regocijo naturales al hombre como la amada expresión de Dios. Cada uno aprende que hay gozo en la corrección de los errores del pensamiento humano y en ver que cedan ante el gobierno divino. Ve la expresión de Dios en toda intención recta y obra buena; y en los defectos que aparecen ve que madura o está ya maduro para ser destruido el error mortal.
El miembro activo de la Iglesia tiene que trabajar tomando por base lo que decida votando la mayoría de los miembros y con éstos coopera. Para conservar la tranquilidad tiene que aprender a discrepar sin mostrarse desagradable, a amar los móviles buenos de los hombres, respetándolos, sin dejar de trabajar en pro de una expresión de móviles más elevados. Aprende a asemejarse al Cristo en su comportamiento para con los demás, en lugar de mostrarse criticón de lo que los otros hagan. La labor de la Iglesia recompensa al obrero valeroso que aprende a elevarse por encima de los gustos y disgustos personales y la ambición humana, encontrando gozo en los pasos que todos dan al caminar juntos hacia una comprensión mejor de Dios y el hombre.
Somos buenos miembros de la Iglesia — para con nosotros y para con el mundo — cuando en nuestros asuntos y tratos humanos expresamos las cualidades de pensamiento y acción que son “la estructura de la Verdad y del Amor.” Cuando nos mantenemos firmes en nuestra convicción de la invulnerabilidad de Dios, de Su gran amor que a todos nos bendice, percibimos Su cuidado inteligente por todas y cada una de Sus ideas espirituales. Reconocemos Su omnipotencia para hacer cumplir Su ley espiritual y para anular la supuesta ley material. Entonces probamos la existencia e ilustramos la presencia de la estructura espiritual de Dios.
Dijo Jesús (Juan 13:17): “Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis.”
