Nucleario entre las enseñanzas de la Christian Science
Nombre que Mary Baker Eddy dio a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. es el hecho de que sea lo que fuere lo que alguien necesite bajo cualesquiera circunstancias, no sólo para su protección o seguridad sino también para su satisfacción genuina y permanente, lo tiene a su disposición. Así lo explica cabalmente esta Ciencia mediante la cual se está probando de continuo el vencimiento de la carencia en sus diversas formas — carencia de salud, de oportunidad, de habilidad, de relaciones congeniales, paz, gozo y otras cosas o circunstancias que son de desearse, a veces cuando eso parecía imposible de lograrse.
La verdad en que se funda esta enseñanza y los resultados prácticos que se experimentan los indicó Cristo Jesús cuando dijo (Juan 10:30): “Yo y el Padre somos uno.” Leída a la luz de la Christian Science, esa declaración muestra la unión que hay entre todos los hombres y el bien o lo bueno sin límites de calidad ni de cantidad. Porque en esta Ciencia se comprende que Dios, el Padre, es el bien infinito, Mente siempre presente, Vida y Amor divino, como lo implican las Sagradas Escrituras, dando a entender que Su expresión directa e ilimitada es la entidad real de todo hombre. Jesús pues declaró en efecto que cada uno de nosotros es uno con el Padre y por lo mismo nunca sujeto a limitación.
La propia carrera de Jesús puede verse fácilmente como prueba constante de esta verdad. Cuando parecía faltar alimento, el Maestro lo suministró para los otros tanto como para sí mismo. Cuando la armonía y la paz parecían lejos e inasequibles como en el caso de los discípulos a merced de la tempestad en el mar de Galilea, él probó que estaban a la mano. En incontables ocasiones en que la vista o el habla u otras manifestaciones de salud parecían faltar a los que encontraba a su paso, él las sacaba a luz. Hasta cuando la vida parecía haberse extinguido, él la restituía.
Todas esas obras las llevaba a cabo Jesús en demostración de que ni a él ni a nadie se le negaba o privaba de lo que fuera realmente deseable sino que la perfección e inagotabilidad del ser divino les fluía muy como suyas para que las disfrutaran y pusieran de manifiesto perennemente. La múltiples obras de curación que se logran con la Christian Science quedan hoy como evidencia de que el ejemplo elevado del Maestro es para todos y para siempre. Como él mismo dijo (Juan 14:12): “El que creyere en mí, las obras que yo hago, él las hará también,” dando a entender claramente que todos los hombres son por siempre, demostrablemente, uno en y con el bien infinito.
Por supuesto que el modo ordinario de ver materialmente al hombre es muy distinto. Según ese modo de ver cada quien puede fácilmente quedar aislado de compañía o acompañante, carecer de oportunidad, salud, seguridad u otras cosas necesarias. Pero es claro que eso es sólo lo que ven los sentidos físicos, en los que no puede uno confiar nunca ni para los fines de las ciencias físicas. El cuadro que presenta al hombre como que le falta algo o sin nada que sea de valor genuino para él es tan sin realidad, según se ve en la Ciencia, como las ilusiones que exhibe de ordinario un hipnotista profesional o como los sueños del que está dormido común y corrientemente; ese modo de ver al hombre no requiere para corregirse sino mayor grado del mismo correctivo que los casos ordinarios piden, o sea el despertamiento.
“Estando el hombre real unido a su Hacedor por medio de la Ciencia, los mortales sólo necesitan apartarse del pecado y perder de vista la entidad mortal, para encontrar al Cristo, el hombre verdadero y su relación con Dios, y para reconocer su parentesco divino,” dice Mary Baker Eddy en el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 316).
Mrs. Eddy nos recuerda continuamente en sus escritos que cada uno de nosotros, lejos de estar aislado o expuesto a estarlo, se halla por siempre vinculado con todo lo que hay de bueno; y muestra que las cuestiones de toda importancia para todos son: ¿qué tan consciente está uno de su relación para con Dios? y ¿qué tan pronta e inteligentemente consulta esa relación cuando el caso lo pida?
Si tú anduvieras con un amigo que supiera, digamos, algo que te fuera muy útil a ti y sin que fuera posible que algo te impidiera pedírselo, ¿vacilarías en pedirle la información que necesitaras a ese respecto? o ¿dudarías de que te la diera? ¿Y obramos así de razonablemente cuando se trata de nuestra relación para con Dios? El es Uno con quien andamos diariamente siempre; Uno tan bondadoso que lo conocemos como Amor; Uno, además, cuyos recursos no tienen límites, por ser El mismo infinita substancia, inteligencia y Vida, y que de hecho nos está diciendo a cada uno de nosotros, como en la parábola se nos indica (Lucas 15:31): “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.”
Pero — he aquí una pregunta de vital importancia que no hay que responder superficialmente — ¿Hacemos suficientemente un hábito en nosotros consultar a este amigo, nuestro Padre, para cuanto se nos ofrezca? ¿Consideramos tan consecuentemente y con suficiente frecuencia que la carencia o escasez es sólo nuestra falta de ver las cosas como las ve Él y cómo realmente son? ¿Nos preguntamos con suficiente prontitud en caso de necesidad como nos considera Él a nosotros o a aquellos con quienes tratamos, y las otras circunstancias de nuestra vida? ¿Recordamos que este a quien podemos acudir con plena certeza de que nos concederá lo que pedimos no está separado de nosotros en manera alguna sino que es en realidad nuestra Mente y nuestra Vida? Cuando a Él nos volvemos encontramos lo que es verdad respecto a nosotros y con relación a Él ; hallamos en efecto que volvernos a Él no es sino vernos correctamente a nosotros mismos y a lo que nos antañe como Su propia naturaleza perfecta.
Lo que Jesús comenta acerca de este volverse a Dios no puede ser más explícito: “Pedid, y recibiréis” dice (Juan 16:24) y otra vez (Marcos 11:24): “Todo cuanto pidiereis en ... oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis.”
“Creed que lo recibisteis ya,” dijo; y uno puede ver desde luego por qué lo dijo. Uno debe orar obviamente, pidiendo lo que cree o sabe que está en la naturaleza de Dios concedérselo. Luego al orar con eficacia a Dios no hay que pedirle o buscar precisamente que nos dé cosas materiales; y podemos alegrarnos de esto. Eso sería buscar limitadamente. En vez de eso pedimos y reclamamos una comprensión y consciencia clara de nuestra unión con todo lo que Dios es. Verbigracia si es amor lo que nos falta, podemos recordar que en realidad ya lo tenemos; que por estar a una con Dios efectivamente, ya lo recibimos a la par que lo expresamos sin medida, y tomándolo como cierto de todo corazón, lo probamos. E igual respecto a inteligencia. Si se nos dificulta recordar o aprender algo que nos precisa saber, nos volvemos a la Mente divina que siempre está presente y sabe todas las cosas y en cuya naturaleza está no negarnos nada, y comprendiendo que estamos a una con esa Mente hallamos que se nos imparte lo que necesitemos saber, a veces de una manera que a los que no entienden esto les parecería milagrosa.
Lo mismo en cuanto a la salud, fuerzas, servicialidad, inspiración, felicidad — cualquiera y todas las cualidades de Dios. Recurrimos al Padre que es nuestra Mente y nuestra Vida, y comprendiendo que nosotros poseemos lo que Él posee, lo probamos de la manera específica que el caso requiera. Buscando así, encontramos que como lo promete el Maestro, estamos bien abastecidos, teniendo hasta las cosas humanamente deseables.
Se sobreentiende que nos limitamos a nosotros mismos si buscamos o aceptamos, en creencia y aun sin darnos cuenta, lo que no sea semejante al reino de Dios y Su justicia, y que volvernos a Él significa desconocer y anular todo pensamiento, móvil y característica personal que no sea semejante a Él. Cualquiera de esas cosas es, en creencia, estar ciego a la realidad divina. El odio y hasta la indiferencia nos privan de estar conscientes del amor y de experimentarlo. La irascibilidad, concupiscencia, apatía, la informalidad — todo lo desemejante a la divina Mente o Vida hace a los hombres ciegos a las dotes inmensamente preciosas que son suyas realmente como la expresión de Dios que por ser espiritual es verdaderamente substancial e ilimitada. De ahí la gran ventaja de que todo lo que hagamos humanamente sea conforme a la naturaleza divina en cuanto nos sea posible, y de reconocer el apoyo divino con que contamos al esforzarnos a ese respecto. Porque, como declaran las Sagradas Escrituras al instarnos a que trabajemos por llevar a cabo nuestra propia salvación, el Padre obra en nosotros con tal fin. Reconociendo y demostrando las cualidades de Dios como nuestras, es la manera en que probamos nuestra unidad con Él.
Mrs. Eddy nos marca claramente el camino, o sea el modo de vencer toda carencia o escasez, cuando declara (Ciencia y Salud, pág. 4): “El pedir meramente que amemos a Dios, nunca nos hará amarle; pero el anhelo de ser mejores y más santos, expresándose en vigilancia diaria y en el esfuerzo por asimilar más del carácter divino, nos modelará y formará de nuevo, hasta que despertemos a Su semejanza.”
