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En vista de que el contagio personal o sea...

Del número de octubre de 1956 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En vista de que el contagio personal o sea la adoración de la personalidad está tan desenfrenadamente generalizado como cualquier epidemia, y porque su víctima sufre a veces más de lo que sufriera la víctima de una enfermedad contagiosa, yo someto este testimonio. Espero sinceramente que si alguno de los que lo lean se halla bajo la influencia de alguna atracción personal, o adoración, o adulación, lo que aquí lea le ayude, como a mí me ha ayudado lo que he leído en los testimonios, a librarse de esa forma de cautiverio.

Yo había venido sometiéndome a la adoración de uno u otro héroe desde mi niñez, con el engreimiento ciego que eso ocasiona, y me apegué a esa tendencia hasta después de haber llegado a la madurez como adulta. Mucho me hizo sufrir esa emoción aparentemente indomable, hasta que me ví forzada a descubrir su naturaleza ilusoria cuando vencí una fuerte adhesión personal que me venía aprisionando. Hubo semanas de lucha conmigo misma, y con la ayuda de una practicista consagrada de la Christian Science, error tras error salió a la superficie para ser destruido. Yo me daba a andar de un lado al otro de mi cuarto, declarando que era una con Dios y que estaba libre de todo lo que no fuera semejante a El, y a menudo me arrodillaba a orar empleando las palabras del Salmista (139:23, 24): “¡Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón: ensáyame, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí algún camino malo, y guíame en el camino eterno!” Durante todos esos días de lucha me sentía bendecida leyendo el artículo (en inglés): “El Nuevo Nacimiento” (Miscellaneous Writings, por Mrs. Eddy, págs. 15–20).

Luego una mañana leí con nuevo interés porque a una luz nueva un pasaje bien conocido del libro de texto “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mrs. Eddy, en el que después de referirse a la necesidad de que sean espirituales nuestros afectos y miras, dice ella (pág. 265): “Este concepto científico del ser que abandona la materia por el Espíritu, de ningún modo sugiere la absorción del hombre en la Deidad y la pérdida de su identidad, sino que confiere al hombre una individualidad más desarrollada, una esfera más extensa de pensamiento y de acción, un amor más expansivo, una paz más elevada y permanente.” Esas palabras vinieron a ser parte integrante de mi estar consciente y estaban llamadas a bendecir toda mi experiencia subsecuente.

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