De regreso a la universidad después de las vacaciones de Navidad, en la mañana del jueves de una semana de mucha actividad social, me registré en la clínica. Me sentí bastante débil y dormí la mayor parte del día. Esa noche cuando el doctor hizo una consulta telefónica con mis padres, se decidió que me hicieran exámenes médicos. Comencé a sentir dolor durante el día. El médico me hizo diversos exámenes y diagnosticó que era un caso agudo de fiebre reumática. Como él debía salir de la ciudad a la mañana siguiente, se asignó otro médico para mi caso. Al revisar los exámenes efectuados, este médico llegó a la misma conclusión.
Después de conversar por teléfono, mis padres y yo decidimos seguir el tratamiento de esta condición mediante la Ciencia Cristiana, y sin ninguna clase de medicamento. Llamamos a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me tratara, y a su vez en la clínica se mostraron muy amables y me ofrecieron la máxima comodidad. En el ínterin había estado orando por mí constantemente y me había mantenido en comunicación a larga distancia con la practicista. El único consuelo o alivio que sentía, era saber del trabajo metafísico que se estaba haciendo.
Recuerdo que durante la tarde del viernes de la misma semana, yo leía la Lección-Sermón. Sentía mucho dolor pero repentinamente me inundó una sensación de alivio y de gozo. Por alguna razón, me sentí sumamente feliz y agradecido por tener algo tan grande como la Ciencia Cristiana a mi lado. Cuando la enfermera vino a mi habitación, me miró extrañada porque yo tenía una gran sonrisa en mi rostro. Le aseguré que me iba a sentir muy bien. Ella asintió, se sonrió y se fue. Fue realmente extraño, pues el dolor aún persistía, pero ya no me molestaba más. Mi estado mental era excelente. Creo que fue entonces cuando verdaderamente se efectuó la curación. Estaba bien — simplemente mi cuerpo reaccionaba lentamente a la alegría y convicción que sentía.
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