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De regreso a la universidad después de las...

Del número de diciembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


De regreso a la universidad después de las vacaciones de Navidad, en la mañana del jueves de una semana de mucha actividad social, me registré en la clínica. Me sentí bastante débil y dormí la mayor parte del día. Esa noche cuando el doctor hizo una consulta telefónica con mis padres, se decidió que me hicieran exámenes médicos. Comencé a sentir dolor durante el día. El médico me hizo diversos exámenes y diagnosticó que era un caso agudo de fiebre reumática. Como él debía salir de la ciudad a la mañana siguiente, se asignó otro médico para mi caso. Al revisar los exámenes efectuados, este médico llegó a la misma conclusión.

Después de conversar por teléfono, mis padres y yo decidimos seguir el tratamiento de esta condición mediante la Ciencia Cristiana, y sin ninguna clase de medicamento. Llamamos a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me tratara, y a su vez en la clínica se mostraron muy amables y me ofrecieron la máxima comodidad. En el ínterin había estado orando por mí constantemente y me había mantenido en comunicación a larga distancia con la practicista. El único consuelo o alivio que sentía, era saber del trabajo metafísico que se estaba haciendo.

Recuerdo que durante la tarde del viernes de la misma semana, yo leía la Lección-Sermón. Sentía mucho dolor pero repentinamente me inundó una sensación de alivio y de gozo. Por alguna razón, me sentí sumamente feliz y agradecido por tener algo tan grande como la Ciencia Cristiana a mi lado. Cuando la enfermera vino a mi habitación, me miró extrañada porque yo tenía una gran sonrisa en mi rostro. Le aseguré que me iba a sentir muy bien. Ella asintió, se sonrió y se fue. Fue realmente extraño, pues el dolor aún persistía, pero ya no me molestaba más. Mi estado mental era excelente. Creo que fue entonces cuando verdaderamente se efectuó la curación. Estaba bien — simplemente mi cuerpo reaccionaba lentamente a la alegría y convicción que sentía.

Entonces resolvimos que el mejor lugar para mi restablecimiento era en casa, de modo que mis padres vinieron a buscarme el sábado de mañana, y nos dirigimos a nuestra casa por avión. Se alegraron de ver en qué buen estado de ánimo me encontraba. Cuando llegué a casa, guardé cama sólo tres días (los médicos habían pronosticado que guardaría cama alrededor de diez a catorce semanas). Se me permitió levantarme tantas veces como lo deseara, siempre que usara muletas.

Para cumplir con los requisitos del departamento de sanidad fui a ver al médico local, quien había recibido la información completa de mis exámenes y del diagnóstico de mi condición. Cuando entré en su oficina, lo primero que dijo fue: “Este muchacho debería estar en cama”. Me hizo nuevos exámenes y recetó medicina para aliviar el dolor, que no fue comprada y ni siquiera se tuvo en cuenta. Por medio de continuo tratamiento en la Ciencia, ya no tuve que guardar cama por más tiempo y pude moverme libremente — con muy poco dolor. Al cabo de tres días, el dolor había desaparecido totalmente.

Al fin de la tercera semana se me permitió regresar a la universidad. Tuve que guardar cama sólo seis días por la fiebre reumática y nunca me vi imposibilitado en modo alguno por sus efectos, ni tuve recaída de ninguna especie.


Cuando nuestro hijo telefoneó que se encontraba en la clínica, le pregunté si deseaba que pidiese ayuda a un practicista, lo cual solicité a pedido suyo. También hablé con la enfermera que estaba a cargo de la clínica, y le expliqué que éramos Científicos Cristianos y que agradeceríamos que le proporcionaran a nuestro hijo el descanso y cuidado necesarios pero que no requeriría asistencia médica. A la tarde siguiente cuando el otro médico se presentó e informó que los exámenes clínicos habían indicado el diagnóstico que nuestro hijo padecía de fiebre reumática, decidimos llevarlo a casa para confiar totalmente en la Ciencia Cristiana para su curación.

Ésta fue la primera vez en mi experiencia que se hiciera una comprobación y diagnóstico clínicos de una enfermedad por la profesión médica, pero aprendí a estar agradecida aun por ello. Comprendimos que un diagnóstico es una opinión humana y que la inteligencia divina es la inteligencia verdadera. La enfermedad, bajo cualquier nombre que se presente, es una condición del pensamiento, de modo pues, que nuestro interés era vigilar nuestro estado mental.

Nunca habíamos recibido una ayuda tan consagrada como la que nos brindó la practicista — no sólo para nuestro hijo, sino también para nosotros mismos, de manera que nos sentimos llenos de gozo y con una sensación de alivio, libres de toda ansiedad. Parecía que cada necesidad se revelaba antes de que se expresara, y cada circunstancia era tratada antes de que se presentara. Todo el tratamiento fue hecho a la distancia.

Nuestro hijo sanó completamente y regresó a la universidad en menos de tres semanas a pesar de que tres médicos habían indicado que no le sería posible retornar hasta el año siguiente.

La Sra. Eddy nos dice en Ciencia y Salud (pág. 376): “Destruíd el temor y acabaréis con la fiebre”. Sabíamos que nuestro hijo era una idea del Amor y sólo podía expresar el amor. No podía expresar temor o fiebre. De manera pues, que nuestro temor y su fiebre tenían que ceder. Y así sucedió.

El dolor fue dominado por la comprensión de que, como la Sra. Eddy dice: “La materia no puede inflamarse. La inflamación es temor, un estado de excitación de los mortales que no es normal” (ibid., págs. 414–415). Y más adelante en el mismo párrafo, agrega: “La inflamación nunca se presenta en una parte a donde el pensamiento mortal no llega”. Vigilamos entonces nuestro pensamiento, en vez de observar los síntomas físicos de la enfermedad en el cuerpo de nuestro hijo.

Las pretensiones del error fueron dominadas una tras otra, incluyendo la de parálisis. Todas las leyes materiales que parecían haber sumido al muchacho fueron reducidas a la nada, venciéndolas una a una. El concepto de que sanar la fiebre reumática tarda mucho tiempo es una ley material muy comúnmente expresada acerca de esta enfermedad. La practicista señaló que Dios es el bien omnipresente y ahora mismo es el momento de experimentar ese bien.

Finalmente nos dimos cuenta de la necesidad de defender y respaldar a diario la idea de la curación cristiana por medio de una confianza y dependencia absoluta en Dios. Muchas eran las personas que conocían la condición de nuestro hijo — incluso todo el estudiantado de la universidad y los que residían en la pequeña ciudad donde vivíamos, en la que las noticias corren con mucha rapidez. Es bien cierto que no es necesario adaptar nuestro pensamiento a ninguna situación humana. Lo único a lo cual debemos adaptarnos es a la verdad — aceptar la verdad de la perfección eterna de Dios y Su idea, el hombre.

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