Egipto tuvo un significativo papel en la historia del pueblo hebreo, con frecuencia fue considerado como fuente de seguridad y protección, paz y prosperidad o se buscaba ansiosamente su consejo y ayuda militar. En otras ocasiones era considerado como símbolo de opresión, esclavitud, peligro y ruina.
Ya fuera que los israelitas huyeran de los egipcios o buscaran mantener alianzas militares con ellos, la influencia egipcia, inevitablemente afectó al pueblo de Palestina, una tierra constantemente invadida por ejércitos merodeadores. Muchos de los hebreos consideraban a Egipto como segura fuente de abundancia; otros, especialmente durante su permanencia allí, con igual justificación, lo veían como un país de opresión y cautiverio.
Abram visitó Egipto por primera vez poco después de su entrada en la tierra de Canaán. El versículo siguiente indica la razón que indujo a muchos otros a seguir su ejemplo (Génesis 12:10): “Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto para morar allá”. La anchura de las aguas del Nilo y el abundante terreno fértil, enriquecido por su inundación anual, rara vez provocaron escasez y hambre en Egipto. Se recordará que Jacob, nieto del patriarca buscó y obtuvo allí alimento necesario para mantener su creciente familia durante la época de escasez, y luego se estableció allí con toda su familia.
La sabiduría, el cuidadoso planeamiento y éxito de José, el hijo de Jacob, como primer ministro de la monarquía reinante, cautivó el afecto tanto de Faraón como el de sus subditos; pero a medida que transcurrieron los siglos, los actos de bien común de José fueron olvidados. Encontramos ahora a Egipto ejerciendo una nueva función, la de opresor de los numerosos descendientes de José y de sus hermanos quienes tuvieron que ser considerados como una carga económica.
Aunque finalmente los israelitas huyeron precipitadamente de Egipto, debido a la furia vengativa de sus opresores, aún así, hubo muchos que, cuando se enfrentaron a los rigores del desierto, ansiaron regresar a la relativa seguridad de la tierra de Gosén en el delta del Nilo.
Los escritores que profetizaron más tarde, sintieron la necesidad de denunciar este repetido anhelo de volver a Egipto, con todo lo que implicaba respecto a su prosperidad material y oposición a la adoración espiritual y a la obediencia a los Diez Mandamientos. Isaías abiertamente denunció “los ídolos de Egipto” (Isaías 19:1). Señaló que sus contemporáneos en el siglo ocho A.C., estaban en rebeldía contra Dios, ya que en lugar de aceptar Su consejo y Su poder, se inclinaban “para fortalecerse con la fuerza de Faraón, y poner su esperanza en la sombra de Egipto” (Isa. 30:2), un curso conducente a la vergüenza y a la confusión.
Oseas, contemporáneo de Isaías, condenó al pueblo del norte de Israel por su falta de estabilidad. En sus palabras (Oseas 7:11) “llamarán a Egipto, acudirán a Asiria”, puso en claro que en lugar de mantener lealtad al Dios de sus antepasados, actuaban como pájaros desconcertados, revoloteando sin rumbo entre dos imperios paganos.
En el siglo siguiente, Jeremías advirtió a sus compatriotas contra la huida hacia Egipto, asegurándoles que en vez de la paz y la abundancia que preveían encontrarían guerra, hambre y enfermedad como castigo por su desobediencia (ver Jeremías 42:13–22).
En el nuevo Testamento, la influencia de Egipto se vuelve más constructiva. Proporcionó un refugio seguro para José y María, así como para el niño Jesús, cuando huyeron de Judea para escapar del cruel decreto de Herodes. Alejandría en Egipto, que había visto la preparación de la versión de los Setenta, primera traducción griega de importancia del Antiguo Testamento, fue el hogar de Apolos, el elocuente predicador cristiano (ver Hechos 18:24-28). Por cierto que Egipto se caracterizó por la primitiva expansión del cristianismo dentro de sus fronteras.
