A Rebeca siempre le había encantado la escuela y por las mañanas salía precipitadamente de casa para tener tiempo de jugar con sus amigas antes de entrar a clase. Pero durante las últimas semanas había salido cada vez más tarde, y últimamente llegó al colegio después de haber sonado la campana.
Una noche, después de acostarse y decir el Padrenuestro junto con su madre, Rebeca empezó a llorar. No le había dicho a su mamá cuál era su problema. Pensó que tenía la edad suficiente para resolverlo por sí misma por medio de la oración, utilizando las verdades que le habían enseñado en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Le había puesto empeño pero las cosas no habían cambiado.
— ¿Por qué mis oraciones no han recibido respuesta? — sollozó.
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