Haz de tu pensamiento un lugar de descanso;
quieto como un pesebre,
apacible como estela de luz,
humilde como la dispersa paja.
Echad fuera esos egoístas — la duda y el temor,
los que, llenando el pensamiento, dirían
“no hay lugar”.
Preparaos; abrid la puerta
para recibir la idea del Cristo.