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En 1929 perdí un bebé.

Del número de diciembre de 1974 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1929 perdí un bebé. Al mismo tiempo fui sometida a una operación que me dejó una cicatriz que sobresalía en mi estómago. Si usaba un traje de baño o un vestido ajustado, la protuberancia se notaba. Se hizo más visible a medida que aumentaba de peso. El médico me aconsejó también que me sometiera a otra operación para extirpar un tumor.

Aproximadamente en aquel momento fue que un amigo me regaló un ejemplar del Christian Science Sentinel. No pude entender los artículos, pues sabía leer muy poco en inglés, pero por los testimonios aprendí que Dios nunca hizo la enfermedad y que Él me amaba. Cuando visité al médico para tomar más radiografías, el tumor había desaparecido. Rebosaba de alegría y empecé a concurrir a una Iglesia de Cristo, Científico.

Me afilié a una iglesia filial y a La Iglesia Madre y pasé instrucción en clase con un fiel maestro de la Ciencia Cristiana. No le presté más atención a la protuberancia. Siempre que pensaba en ella, aplicaba la verdad establecida en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 463): “Una idea espiritual no tiene ni un solo elemento de error, y esta verdad elimina debidamente todo lo que sea nocivo”. Y también de La Unidad del Bien (pág. 60) por la Sra. Eddy, donde declara: “Este sentido falso de substancia tiene que ceder a Su eterna presencia, y así disolverse”.

Más recientemente tuve la tentación de recurrir a la cirugía, pero la resistí porque sabía que Dios es nuestro único cirujano y que Él me hizo a Su imagen y semejanza.

En una reunión de los miércoles en la iglesia filial de la cual soy miembro, me sentí tan elevada espiritualmente por la lectura basada en “la declaración científica del ser”, que de repente supe que estaba libre. Esta declaración, que es tan poderosa en su efecto sanador, finaliza así (Ciencia y Salud, pág. 468): “Por lo tanto el hombre no es material; él es espiritual”. Sentí que algo había sucedido en mi cuerpo, y pensé que tenía que conseguir una copia de las citas leídas, y poder así recordar exactamente las palabras que me habían sanado. Le pedí al Lector una copia de las citas a fin de estudiarlas en casa.

Aun antes de recibirlas, el recuerdo de esa reunión permanecía en mí. Cuando esa tarde llegué a casa, aún pensando en las verdades que había escuchado, dormí la siesta. Más tarde, al despertarme, encontré una pequeña cosa dura que había sido quitada totalmente y en forma armoniosa por la cirugía mental. La protuberancia había desaparecido completamente sin dejar señal de ninguna desarmonía anterior.

Agradezco a Dios por las numerosas curaciones que he tenido en la Ciencia Cristiana, por ser miembro de la iglesia y por haber tomado instrucción en clase, y por nuestros fieles practicistas de la Ciencia Cristiana.


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