El Principio — la fuente, el origen, la fuerza, la substancia — de todo el ser es el bien. No la bondad, sino el bien mismo. La definición de “el bien”, dada en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, incluye estas palabras: “omnipotencia; omnisciencia; omnipresencia; omniacción”.Ciencia y Salud, pág. 587;
Usualmente se piensa del bien como lo que alguien o alguna causa produce. Mas el bien es causa. Su efecto es bondad. El bien es Padre-Madre, el Padre o Madre divino del hombre. El hombre refleja la bondad de Dios, mas como Pablo dijo: “En él [Dios, el bien] vivimos, y nos movemos, y somos”. Hechos 17:28; El bien no es sólo la Mente que nos concibió — en nuestra individualidad verdadera — sino el Espíritu que motiva nuestro ser, la Vida que vivimos, y el Alma que dice Yo soy.
Si pensamos que somos el llamado hombre material que parece ser concebido como un mortal pecador, que lucha, que está motivado por deseos carnales, que vive una vida de probabilidades e incertidumbres, consciente de sí mismo como rico o pobre, fuerte o débil, afortunado o desafortunado, perdemos el significado del bien como Dios.
¿Andamos en busca del bien? ¿Una buena vida, buena fortuna, buenos negocios, buenas diversiones, buena salud? Tal vez esperamos que al buscar a Dios seremos recompensados con el bien. Y es posible que recibamos esta recompensa. Pero es más seguro que encontremos el bien si comprendemos que el bien es Dios. El bien es más que la recompensa de nuestra búsqueda. Dios, el bien, es Todo.
La curación viene cuando anteponemos el bien a todo lo demás en nuestros afectos y deseos. Si amamos el bien por lo que es, en lugar de amarlo por lo que pueda traernos humanamente, encontramos que es nuestro, así como Dios es nuestro y como nosotros somos de Él. Y encontramos que cualquier sufrimiento que podamos estar padeciendo, desaparece cuando comprendemos la substancia y totalidad del bien.
El sufrimiento no sólo no es el bien, sino que la materia no es el bien. El bien es Espíritu, el opuesto de la materia; y el dolor, como también el placer, que prevalece en la materia no es el bien; por lo tanto, no es real. La materia, por su naturaleza misma, incluye riesgo, sensualidad, restricción, éxito incierto, alegrías perecederas, enfermedad, muerte. Pero ninguna de estas cosas está en la materia misma; porque la materia misma no es sino una creencia, una ilusión, de la llamada mente mortal.
Esta mente falsa se opone a la Mente divina. Pero incluso su oposición no es más que suposición. Cristo Jesús, hablando de esta llamada mente, o diablo, dijo: “El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”. Juan 8:44;
El diablo, el mal, no es Mente, ni Verdad, Vida, Espíritu, Alma. Ningún pensamiento pecaminoso ni cosa mala, por lo tanto, puede conocer o ser conocido, existir o dar testimonio verdadero de existencia, vivir o definir lo que vive, motivar o justificar, estar consciente o identificar. Sólo el bien tiene poder para producir pensamiento o cosa, para dar lugar a ser, a caracterizar, definir, activar, o actuar. La enfermedad no tiene punto de partida, ni fuerza motora, ni curso de desarrollo, ni testigo de su condición, ni finalidad.
Para aprender a curar el pecado y la enfermedad, necesitamos aprender a ser buenos, es decir, a expresar la bondad de Dios. Cuanto más expresamos el bien en nuestra vida humana, tanto más claramente mostramos que hemos hecho la elección de dirigir nuestra vida hacia la verdad de nuestro ser. Y cuanto más firmemente persistamos en este propósito, tanto más encontraremos al bien mismo trabajando con nosotros para alcanzar nuestras elevadas metas.
Preguntémonos con cada pensamiento que tengamos hacia o acerca de los demás: ¿Es este pensamiento un pensamiento tan bueno como yo sé pensar? ¿Expresa cualidades del bien divino? ¿Es fortalecedor, útil, saludable, ennoblecedor, puro, armonioso, inspirado? Si no lo es, ¿entonces por qué aferrarse a él? ¡Cambiémoslo! Dejemos que el bien motive y forme cada pensamiento, y entonces procedamos. El resultado no puede ser sino bello.
Y ¿qué decir de los pensamientos que tenemos acerca de nosotros mismos? ¿Son buenos? ¿Tienen su origen en la Mente divina, el Amor divino, o se originan en el cuerpo material? Una buena pregunta a formularse es, ¿Quién dice que me siento perezoso, débil, dolorido? ¿Quién dice que me siento embotado, vacío, temeroso, restringido, o culpable? ¿Produce el bien tales pensamientos? ¿Puedo estar consciente, mediante el bien, de algo acerca de mí mismo que no exprese el Alma, el bien divino y perfecto?
Por medio de la Ciencia Cristiana Christian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. aprendemos a desechar todo lo que no exprese el bien — disciplinándonos para aquello que sabemos que es humanamente y moralmente justo y bueno, y reconociendo nuestra verdadera identidad como el reflejo del bien. Entonces el poder del Principio divino obra en nosotros para darnos el poder de hacer el bien y este poder es suficiente para vencer el mal en todo punto. Entonces todo desafío se convierte en oportunidad de progreso, y toda oportunidad aceptada resulta en curación.
La Sra. Eddy escribe en Miscellaneous Writings: “El verdadero Científico Cristiano constantemente acentúa la armonía con palabras y hechos, mental y oralmente, repitiendo perpetuamente este diapasón del cielo: ‘El bien es mi Dios, y mi Dios es el bien. El Amor es mi Dios, y mi Dios es el Amor’ ”. Mis., pág. 206.
 
    
