Sé que si la Ciencia Cristiana no hubiera llegado a mi vida en el momento oportuno, nunca hubiera podido librarme del uso de drogas prohibidas. Por sobre todas las cosas, estoy agradecida de vivir para contarlo.
Me había interesado en la religión hebrea desde niña, pero en realidad nunca había sabido nada de mi unidad con Dios. Cuando un familiar mío, muy devoto, murió, me sentí sola y llena de preguntas sin respuestas. A los catorce años me desvinculé de la religión. Para cuando llegué al final de mis estudios universitarios, fumaba marihuana, bebía en exceso e ingería dosis excesivas de barbitúricos.
Me eduqué en las bellas artes y entre mis amigos se consideraba normal beber, fumar, estimularse con marihuana y celebrar fiestas desenfrenadas. Se decía que eran formas de ser “uno mismo”. Terminé al fin haciendo un uso excesivo del hachís y de la marihuana.
Una noche, luego de haber estado fumando marihuana con un amigo por varias horas, tomamos LSD. Perdí el conocimiento y cuando volví en sí, temblaba violentamente y casi no veía. Fui rápidamente llevada a la sala de emergencia de un hospital.
Durante las catorce horas siguientes, estuve orando a Dios que me liberara, para no morir, que sólo quedara con vida. Los médicos no podían determinar la gravedad de la lesión cerebral que pudiera haber sufrido. Querían que yo permaneciera en el hospital para hacerme otros exámenes. Pero fui dada de alta gracias a la ayuda de un amigo. Salí del hospital llena de miedo.
Necesitaba un trabajo que me alejara de malas influencias. Me presentaron entonces a una mujer que pareció interesarse realmente en mí y no sólo en mis talentos. No se asom bró ni me miró con extrañeza cuando le hablè de mí. En cambio, me dijo que yo era perfecta. Por supuesto, pensé que bromeaba, pero me hizo sentirme bien. Quiero decir, que me hizo sentir que yo era buena. Pronto me enteré de que era una Científica Cristiana. Desde ese momento, deseé serlo yo también. Sentí que mi oración había hallado respuesta.
Mi mayor bendición fue dejar que una consagrada practicista de la Ciencia Cristiana guiara cada uno de mis aparentemente penosos pasos en este camino. La curación no se produjo de la noche a la mañana. Tenía que superar el miedo. Tenía que aprender que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Comencé a ver que no había razón para temer una repetición de vividos recuerdos de los efectos de los estupefacientes, que Dios me había dado una mente sana. Aprendí que por estar Dios siempre conmigo, no necesitaba persona alguna que me guiara. Toda la orientación y el amor humanos que necesitaba y de los que me había sentido privada, los tenía de Dios, pues “Dios es amor” (1 Juan 4:16). Esa parecía haber sido la raíz de mi problema: La necesidad de amor.
Mi curación fue completa cuando finalmente descarté los dispositivos que había estado usando para administrarme los estupefacientes. La Sra. Eddy dice en el libro de texto, Ciencia y Salud (pág. 184): “La creencia produce los resultados de la creencia, y las penas que impone duran tanto como la creencia y son inseparables de ella”.
Razonar sobre la base de un entendimiento de Dios como el único creador me ha ayudado en mi trabajo de diseñadora. Mi deseo es ayudar a la humanidad.
Mi afiliación a una iglesia filial local y a La Iglesia Madre me ha dado un ímpetu de crecimiento en gracia y de despertar espiritual.
Es mi deseo profundo que este testimonio pueda ayudar a otros, que acaso estén en una encrucijada en su experiencia, a recurrir a Dios y a confiar en Él para que les guíe en su camino en la Ciencia Cristiana.
Nueva York, Nueva York, E. U. A.
