Quisiera expresar, por escrito, mi sincera gratitud por una curación que tuve por medio de la Ciencia Cristiana en enero de 1972. Esta curación me hizo percibir la voz callada y suave tan pronto como aprendí a abandonar mi renuencia a escuchar.
Desperté una mañana y me di cuenta de que no podía oír con el oído izquierdo. No sólo había quedado sordo, sino que también se había afectado mi equilibrio. Esta sordera realmente me molestaba, porque era el primer problema físico que jamás había tenido. Se me crió en un hogar de Científicos Cristianos toda mi vida, pero en ese momento sentí que esta dificultad era mayor que mi entendimiento.
Hice una cita con el mejor especialista en oídos de nuestra ciudad. Cuando le fui a visitar, el médico me hizo unas pruebas de sonidos y me dijo que estaba sordo de ese oído y que era una sordera espontánea y total. Me dijo también que no se conocía una explicación médica de la condición ni un tratamiento que él pudiera darme para remediarla. Me sugirió, sin embargo, que orara.
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