En el quinto capítulo del Evangelio según San Juan, su autor relata cómo sanó Cristo Jesús al hombre en el estanque de Betesda, quien había estado enfermo durante treinta y ocho años. Un día, mientras leía este relato de curación, me llamó la atención, en especial, la pregunta del Maestro: “¿Quieres ser sano?” Juan 5:6; Esta pregunta me parecía más bien superflua, tal vez hasta poco amable.
Sin embargo, en ese momento advertí que si uno examina y también considera la respuesta del enfermo: “No tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”, podemos percibir en el diálogo una descripción de lo que algunas veces ocurre en nuestro propio pensamiento. En la respuesta del enfermo, pueden verse argumentos erróneos que surgen en nuestro propio pensamiento. Son astutos y pretenden dominarnos por tanto tiempo y tan cruelmente como lo hicieron con el enfermo.
¿Nos hemos dado cuenta alguna vez de cuánta autocompasión hay en nuestro pensamiento cuando nos sentimos enfermos y nos es difícil, fatigoso y atormentador pensar espiritualmente con claridad? En esos momentos nos consideramos dignos de compasión y sólo tenemos el deseo de darnos por vencidos. Esta condición misma es el veneno que usa el error para paralizar nuestro pensamiento y nuestra volición. Estando en acuerdo con su incitación, nos asemejamos a algunas de las vírgenes de que habla la parábola de Jesús (ver Mateo 25:1–13), estamos propensos a olvidarnos de proveer aceite para nuestra luz, nuestra divinamente otorgada consciencia de Verdad. Sin embargo, podemos saber que nuestra autocompasión, no es sino una mentira, que no se origina en Dios, la Mente divina, mentira que no puede hacer resistencia a nuestro esfuerzo serio y científico por echarla fuera.
La Sra. Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud: “ ‘Poneos de acuerdo para estar en desacuerdo’ con los síntomas iniciales de la enfermedad crónica o aguda, ya sea cáncer, tuberculosis o viruelas. Combatid los estados incipientes de la enfermedad con una oposición mental tan poderosa como la que emplearía un legislador para impedir la aprobación de una ley inhumana”.Ciencia y Salud, pág. 390;
Van de la mano la sugestión de autocompasión y la mentira de que la presencia de amor, seguridad y cuidado dependen de personas y circunstancias. ¡Qué pobre concepto acerca del Amor! El Amor divino, el verdadero, eterno, firme, e inalterable Amor que nos creó, que nos mantiene y siempre nos rodea con el cuidado más tierno, está siempre a nuestra disposición. Está más cerca de nosotros que el aire que respiramos, y siempre nos guía hacia la fortaleza, la alegría y el dominio. Nada sabe de débiles mortales que emprenden una batalla penosa e incierta contra crueles adversarios. En cierto sentido, siempre hemos sido llevados por el Amor divino, pero esto no implica un estado de consciencia pasivo sino activo.
Quizás el hombre enfermo estaba acusando con resentimiento a los demás por no ayudarlo a entrar en las aguas sanadores en el momento oportuno. ¡Qué fácil es culpar a otros dejando así de cumplir “la ley real, conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”! Sant. 2:8;
¿Como podría ser posible que una idea de Dios infligiera daño, consciente o inconscientemente, a otra de Sus ideas? Las malas intenciones o la malicia pueden alcanzarnos y dañarnos física o mentalmente sólo si reaccionamos con resentimiento, desagrado, susceptibilidad, o con el pensamiento farisaico: “¡Cuánto mejor soy yo que esta persona!” Si nos elevamos conscientemente hacia la atmósfera pura de la armonía y quietud omnipresentes, estamos a salvo de toda flecha del mal.
¿Qué puede impedirnos, entonces, el encontrar nuestra propia salvación?
Por otra parte, el sentimiento de nuestra propia culpa puede atarnos. Algunas veces parece como si tuviéramos que sufrir legítimamente las consecuencias de nuestra errónea manera de actuar y pensar y que no se nos permite tratar de escapar de ellas. Es bueno obedecer la ley real de amarnos a nosotros mismos tanto como a nuestro prójimo. Cuando nos esforzamos por ver a nuestro prójimo como idea de Dios, el puro reflejo de todas las cualidades divinas, y cuando separamos la culpa y el error de él y reconocemos que éstos no pueden pertenecerle, estamos también haciéndolo por nosotros. ¿No se cancela también en nosotros mismos una deuda que reconocemos y de la cual nos arrepentimos si no la guardamos viva artificialmente en una forma de auto tortura o autocompasión?
San Pablo escribe: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filip. 3:13, 14;
De la misma manera en que ni nuestra culpa ni la de otro puede impedirnos el superarla, tampoco podemos ser dañados por la mentira que dice: “Pero sí ocurrió”, o “esta condición ya ha durado tanto, y tercamente resiste toda oración espiritual”. ¿Le ha ocurrido algo nocivo alguna vez a la idea de Dios? ¿Hay alguna vez un momento en que Dios no ejerce dominio total sobre Su universo? Debiéramos refutar enérgicamente esta noción como una blasfemia.
Debiéramos rechazar también enérgicamente todas las ilusiones que quisieran sugerir que nosotros, que somos en verdad el reflejo inseparable de Dios, nos hemos apartado alguna vez por un instante de Su gobierno. Ésto indicaría un creador que no es reflejado, uno que no es omnipotente, uno que no existe. Esto es, sin embargo, inconcebible. Olvidemos todos los pensamientos de un pasado irrevocable. El poder misericordioso de Dios es “nuevo cada mañana”, Lam. 3:23 (según la versión King James de la Biblia); y nosotros reflejamos esta eterna renovación.
¿Qué respuesta dio Jesús, el maravilloso juez de los hombres, a los argumentos del error? “¡Levántate, toma tu lecho, y anda!” Juan 5:8; Porque su consciencia estaba tan firmemente arraigada en Dios, no tuvo la necesidad de emplear ningún contraargumento. Ni trató de eliminar las dificultades del sufriente de una manera temporaria, u ofrecer mera ayuda material, o aplazar la obra de la salvación del hombre enfermo para el futuro, descendiendo así de su altitud espiritual. Jesús habló, y el enfermo, percibiendo evidentemente su propia fuerza y dominio presentes, anduvo. Este ejemplo dado por Jesús, nos demuestra la manera de destruir las decepciones del error.
La Sra. Eddy escribe: “Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre”.Ciencia y Salud, pág. 393.
Este levantarse no es una batalla estrenua, sino un descansar en la fuerza reflejada de Dios, la única fuerza que existe. Si comprendemos a Dios y Lo amamos sobre todas las cosas, si Lo amamos tanto que Lo obedecemos instantánea y completamente y sin escuchar al falso yo mortal, esto puede significar la cesación instantánea de cualquier estado consciente de experimentar enfermedad y discordia — y esto es curación.
 
    
