Tercero en el orden numérico de los Diez Mandamientos está el requisito “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano” (Éxodo 20:7), seguido de la advertencia que cualquier desobediencia a esta regla específica no será tolerada por Jehová Mismo.
Bajo la ley de Levítico (24:16), la blasfemia era considerada como una ofensa capital, y frecuentemente encontramos en los relatos bíblicos que los testimonios falsos, y hasta el perjurio con respecto a esta ofensa, eran aceptados, y se ponía en vigor la pena máxima. Esto ocurrió en el caso de Nabot (ver 1 Reyes 21:12–16) y de Esteban, el primer mártir cristiano (ver Hechos 6:13; 7:58, 59); y en efecto, la acusación de blasfemia fue uno de los cargos falsos que contribuyeron directamente a la crucifixión del Maestro.
Para los hebreos la palabra shem (nombre) tenía un significado especialmente profundo, un sentido mucho más amplio que el que habitualmente se le asigna a su equivalente en español, aunque a menudo hablamos del buen nombre de una persona en el sentido de su carácter o reputación. La palabra hebrea implica no sólo esto sino también la naturaleza, esencia y honor del individuo.
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