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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Una serie señalando el desarrollo progresivo del Cristo, la Verdad, a través de las Escrituras.]

El Tercer Mandamiento

Del número de diciembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tercero en el orden numérico de los Diez Mandamientos está el requisito “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano” (Éxodo 20:7), seguido de la advertencia que cualquier desobediencia a esta regla específica no será tolerada por Jehová Mismo.

Bajo la ley de Levítico (24:16), la blasfemia era considerada como una ofensa capital, y frecuentemente encontramos en los relatos bíblicos que los testimonios falsos, y hasta el perjurio con respecto a esta ofensa, eran aceptados, y se ponía en vigor la pena máxima. Esto ocurrió en el caso de Nabot (ver 1 Reyes 21:12–16) y de Esteban, el primer mártir cristiano (ver Hechos 6:13; 7:58, 59); y en efecto, la acusación de blasfemia fue uno de los cargos falsos que contribuyeron directamente a la crucifixión del Maestro.

Para los hebreos la palabra shem (nombre) tenía un significado especialmente profundo, un sentido mucho más amplio que el que habitualmente se le asigna a su equivalente en español, aunque a menudo hablamos del buen nombre de una persona en el sentido de su carácter o reputación. La palabra hebrea implica no sólo esto sino también la naturaleza, esencia y honor del individuo.

La frase traducida en dos oportunidades como “en vano” en el Tercer Mandamiento también tiene vastas implicaciones, queriendo decir básicamente “en forma vacua” o, por otro lado, “para nada, vanidad, falsedad, pecado, maldad, calamidad”, mientras que el verbo traducido por “tomarás” se usaba alternadamente en los sentidos de “alzar, cargar, llevar o aceptar”. Así es muy evidente que llevar o aceptar el nombre y la naturaleza de Dios es tanto un honor como una oportunidad que no pueden ser tomados superficialmente.

¿No podría entenderse entonces, que el dejar de expresar consecuentemente la naturaleza y el carácter de Dios, como los revelan las Escrituras, pudiera justamente considerarse un quebrantamiento del Tercer Mandamiento? Más aún, reclamar los privilegios de la filiación divina, sin aceptar las responsabilidades que esto conlleva podría asemejarse a tomar o aceptar el nombre de Dios superficialmente o en vano.

El nombre de Jehová parece haberse considerado con mucha reverencia por el pueblo de Israel, a quienes les fue dicho que si ellos como nación obedecían Sus mandamientos y seguían Sus caminos, se haría evidente para todos los hombres que ellos eran “llamados por el nombre de Jehová” (Deuteronomio 28:10, según la versión King James de la Biblia). Para los hebreos esto implicaba y brindaba seguridad y protección, porque podían verlo como una fuerte torre de defensa (ver Proverbios 18:10), y asimismo como un camino por el cual podían caminar con seguridad (ver Miqueas 4:5). Este nombre trascendente les proporcionó su pasaporte, su identificación, la autoridad por la cual y a través de la cual su progreso estaba establecido y mantenido.

En las Escrituras, el nombre de Jehová, o, alternativamente, el de Su Mesías, parece haber estado íntimamente asociado al concepto de curación. Así, escribiendo en el nombre de Dios, el autor del libro de Malaquías pudo asegurar a sus lectores: “Para vosotros.. . que teméis mi Nombre, se levantará el Sol de justicia, trayendo salud eterna en sus alas” (4:2, según la Versión Moderna) — por supuesto, no hablando de “temor” en el sentido de “terror”, sino más bien en el de reverencia y honor al nombre de Jehová en todos sus significados amplios y constructivos.

Cuando Pedro sanó al hombre cojo que estaba a “la puerta del templo que se llama la Hermosa”, él no vaciló en invocar “el nombre de Jesucristo de Nazaret”, y lo hizo tan eficazmente que el hombre tullido de nacimiento, se puso en pie y anduvo (ver Hechos 3:1–10).

Bien puede notarse que el Maestro mismo, al dar a sus seguidores lo que conocemos como el Padrenuestro, confirmó claramente, aunque de una forma positiva, el concepto del Tercer Mandamiento, al enseñar específicamente a santificar el nombre de Dios.


Yo os digo:
No juréis en ninguna manera. . .
Pero sea vuestro hablar:
Sí, sí; no, no;
porque to que es más de esto,
de mal procede.

Mateo 5:34, 37

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