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Sintamos aprecio por la curación cristiana

Del número de diciembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A través de los siglos los cristianos han apreciado el concepto del niño Cristo nacido en un pesebre. Pero la idea-Cristo, la Verdad sanadora y salvadora perfectamente ejemplificada por Jesús, no comenzó con el nacimiento de Jesús en Belén. En todas las épocas, hombres y mujeres de pensamiento espiritualizado han tenido vislumbres de la idea-Cristo.

La Sra. Eddy escribe: “En diferentes épocas la idea divina asume formas diferentes, de acuerdo con las necesidades de la humanidad. En esta época asume, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de amar. Éste es el niño que rodea con sus tiernos brazos el cuello de la omnipotencia y pide del afectuoso corazón de Dios infinito cuidado”.Miscellaneous Writings, pág. 370; ¿Cómo apreciar la idea de la curación cristiana? Abrigando en nuestro corazón el deseo de sanar a los demás, desarrollando la habilidad para sanar y protegiendo nuestro trabajo sanador contra influencias contrarias.

El deseo de sanar a los demás nace de la gratitud a Dios y del amor a la humanidad. Se origina en momentos de amor desinteresado, cuando en el corazón fluye un deseo de ayudar a los demás para que sientan el toque de la Verdad sanadora. Surge de un anhelo profundo de obedecer la orden eterna de Jesús: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:8;

Una vez que el deseo de sanar a los demás se ha despertado en el pensamiento, debe ser nutrido con oración sincera. Como una semilla incluye en sí misma el potencial para llegar a ser una planta, así el deseo otorgado por Dios de sanar a los demás incluye todo lo necesario para su desarrollo progresivo y para que sus frutos se manifiesten en nuestra vida. Este desarrollo se efectúa a medida que devotamente escuchamos la dirección divina. Al orar con profunda humildad para servir a Dios en misión sanadora, cada uno de nuestros pasos es divinamente guiado y protegido en la senda para encontrar al Cristo, la Verdad, y vivirla.

Como primer paso, uno puede sentirse guiado a dedicar un tiempo determinado todos los días a estudiar en la Biblia y en las obras de la Sra. Eddy todo lo que se relaciona con la curación. Pero se necesita más que un entendimiento de la letra de la Ciencia Cristiana para practicarla. El sanador tiene que embeber el espíritu de Cristo. La compasión, percepción, sabiduría, afecto, bondad, pureza y mansedumbre tienen que ser cultivados por aquellos que desean sentir aprecio por la curación cristiana.

El afecto espiritual, o el amor, es el elemento más esencial en el trabajo sanador. Y este amor debe ser un reflejo desinteresado, tierno y puro del Amor divino. No es sólo mediante el estudio que alcanzamos el amor de Cristo que sana al enfermo y despierta al pecador; lo alcanzamos principalmente mediante la oración científica aplicada a nuestra vida y a nuestras relaciones humanas.

La Sra. Eddy escribe: “La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto”.No y Sí, pág. 39; Mediante la oración del deseo sincero de comprender la naturaleza de Dios y reflejarla, aprendemos a amar y llegamos a ser más semejantes a Cristo. El deseo de crecer en gracia sanadora es realmente una oración para dejar que haya en nosotros “este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filip. 2:5;

Cuando vivimos la substancia de esta oración en nuestros hogares, en nuestras iglesias y en todos nuestros asuntos diarios, estamos elevando al Cristo, la Verdad, en la consciencia. Al vivir y amar consecuentemente a la manera del Cristo atraemos a aquellos que están buscando la curación cristiana.

A veces quien ha abrigado durante largo tiempo el deseo de sanar a los demás y ha trabajado fielmente hacia esa meta, se siente desalentado cuando su actividad de ayudar a los demás no se desarrolla rápidamente. Hasta puede sentirse tentado a abandonar la idea de la curación cristiana, asumiendo que, al fin y al cabo, no es apto para ese trabajo.

Sin embargo, el jardinero generalmente es paciente y confiado cuando planta su semilla. Sabe que requerirá tiempo para que las raíces se arraiguen en la tierra y el tierno brote asome a la superficie. Ha aprendido a comprender el proceso de desarrollo gobernado de acuerdo con la ley de la naturaleza.

Desalentarse y descuidar el estudio sistemático, la oración y la aplicación de la verdad en la vida diaria, que desarrollan la habilidad para sanar, revela falta de confianza en Dios, de quien proviene este sagrado deseo. ¿Plantaría nuestro Padre celestial este deseo en nuestro corazón para luego dejarlo sin frutos? Por cierto que no. Entonces, aprendamos a confiar en las leyes divinas que gobiernan el desarrollo espiritual, sabiendo que nuestra fidelidad al propósito divino tendrá sus frutos.

Después del nacimiento de Jesús, Dios advirtió a José mediante sueños la necesidad de proteger al niño contra el odio del rey Herodes. Leemos en Mateo: “He aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. .. porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo”. Mateo 2:13;

Hoy en día es necesario proteger la curación cristiana de influencias contrarias que tratarían de impedir su desarrollo. El mundo parece lento en reconocer que el apoyarse en medios espirituales es seguro y eficaz. El materialismo de la época y el predominio de formas materiales de curación desafían a aquellos que practican la curación cristiana.

Este desafío se siente cada vez que la duda respecto a la eficacia de la Ciencia Cristiana llama a la puerta de la consciencia. A veces la duda se presenta en nuestro propio pensamiento; otras veces en el pensamiento de alguien a quien estamos ayudando por medio de la Ciencia Cristiana. La sugestión mental agresiva puede susurrar que la comprensión que uno posee de la Ciencia Cristiana no es suficiente para enfrentar el problema, o que hay algunas clases de enfermedades que la Ciencia Cristiana no puede sanar. A menos que se reconozca que tales sugestiones no forman parte de nuestro pensamiento sino que son simplemente resistencia impersonal a la curación por medio del Cristo — y sean enérgicamente refutadas como mentiras carentes de poder — tales sugestiones pueden minar y obstruir nuestro trabajo.

La Ciencia Cristiana es la ley de Dios y es una ley opuesta al error de toda clase. No hay poder que pueda anularla, porque está basada en un Principio divino omnipotente. No es la voluntad humana personal sino el Principio, el Espíritu divino, el que realiza el trabajo sanador. Cuando se comprende y aplica correctamente, este Principio infinito nunca falla. Cuando basamos nuestro trabajo en el Principio divino de la Ciencia Cristiana y somos obedientes a sus reglas, tenemos éxito en nuestro trabajo de curación.

No necesitamos temer por el futuro de la curación cristiana. Pero necesitamos protegerla del viejo antagonismo de la mente mortal contra la idea espiritual. Como en tiempos de Jesús, la supuesta resistencia del error a la demostración de la Verdad puede tornarse inofensiva.

Refiriéndose al nacimiento de un nuevo niño, o idea divina, la Sra. Eddy escribe: “Su comienzo será humilde, su desarrollo robusto, y su madurez imperecedera”.Ciencia y Salud, pág. 463. ¿No pueden estas verdades describir también la curación cristiana? A medida que humildemente abrigamos el deseo de sanar a los demás y devotamente lo alimentamos en nuestro corazón, su “comienzo será humilde”. A medida que desarrollamos la habilidad de sanar a los demás elevando al Cristo en nuestra consciencia, su crecimiento será robusto. Y a medida que protegemos nuestro trabajo sanador de influencias opuestas, su madurez será imperecedera.

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