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ESCUELA DOMINICAL

[Esta columna aparece trimestralmente en El Heraldo de la Ciencia Cristiana.]

Perfeccionando su modo de enseñar (Tercera Parte)

Del número de diciembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Journal


[Este articulo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]

Embebiendo el espíritu

Esta serie de tres artículos, que comenzó en junio, sobre cómo perfeccionar nuestra enseñanza en la Escuela Dominical planteó, en primer lugar, la necesidad de un deseo sincero por parte del maestro de ser un mejor maestro. Este deseo profundo nos impulsa a orar y a buscar métodos más efectivos para nuestra enseñanza; y puesto que ésta tiene como motivo el amor hacia los demás y hacia la Ciencia Cristiana, proporciona a nuestra experiencia la inspiración y el apoyo activos de Dios.

En el segundo artículo citamos la primera frase de la respuesta que nuestra Guía, la Sra. Eddy, da en el libro de texto a la pregunta: “¿ Cómo puedo progresar más rápidamente en el entendimiento de la Ciencia Cristiana?” Dice: “Estúdiese a fondo la letra, embebiendo el espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 495). Así es que en la segunda parte vimos la importancia que tiene el estudiar la letra de la Ciencia Cristiana para mejorar nuestra enseñanza en la Escuela Dominical.

Ahora hemos llegado a la tercera y última parte de esta serie: embebiendo el espíritu.

El significado de “el espíritu” se nos revela individualmente a medida que estudiamos. En su significado corriente a menudo quiere decir vivacidad de pensamiento, entusiasmo, fervor. Pero también podría traer a nuestro pensamiento una actitud atenta para escuchar la dirección divina, una expresión de humildad en propósitos y planes. Para algunos puede manifestarse en una profunda sinceridad basada no en la emoción sino en el Alma, lo que resulta en progreso continuo más bien que en un crecimiento súbito seguido de un período de estancamiento. También está la clase de espíritu que se traduce en valor ante las dificultades, una actitud inamovible que avanza sin desviarse a través de los caóticos puntos de vista humanos. Pero, por sobre todo, puede significar para nosotros la ternura del Cristo. Esto y mucho más puede ser descubierto individualmente por cada uno de nosotros a medida que estudiamos la Biblia y las obras de nuestra Guía.

El espíritu era un poder continuo en la vida de Jesús. Tan poderoso era, en realidad, que guió a hombres a dejar por completo su estilo de vida para convertirse en seguida en sus discípulos; y el que esto sucediera tiene que haber sido el resultado de una fuerza irresistible, porque en ese momento ellos deben haber tenido muy poco contacto personal, o quizás ninguno, con Jesús. Esa fuerza irresistible era el espíritu del Cristo; y aquellos que habían estado buscando y esperando al Mesías reconocieron el espíritu de Cristo y respondieron a él.

Fue este espíritu en el pensamiento de nuestra Guía lo que hizo posible que ella transformara la vida de una persona en una sola conversación. (Para ejemplo, véase We Knew Mary Baker Eddy — Conocimos a Mary Baker Eddy, Tercera Serie, págs. 22–24.)

Nosotros también tenemos este espíritu. Podemos emular las obras de nuestro Maestro. Podemos sanarnos a nosotros mismos continuamente; podemos sanar a otros; y podemos compartir activamente la Ciencia con otros mediante nuestro gozo desbordante que tiene el poder de bendecir a todos. Podemos hacer que nuestra vida misma hable alto, clara y convincentemente de la presencia de Dios, y que, como resultado, muchos de nuestros vecinos y amigos se interesen por la Ciencia Cristiana.

[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud (pág. 243): “El Amor divino que hizo inofensiva la víbora venenosa, que salvó a los hombres del aceite hirviente, del horno ardiendo en fuego, de las fauces del león, puede sanar al enfermo en toda época y triunfar sobre el pecado y la muerte. Este Amor coronó las demostraciones de Jesús con poder y amor insuperables. Pero la misma Mente ‘que estaba también en Cristo’ tiene que acompañar siempre la letra de la Ciencia a fin de confirmar y repetir las demostraciones antiguas de profetas y apóstoles”.

En una Escuela Dominical un joven parecía ser un discípulo muy poco prometedor. Nunca participaba en el intercambio de ideas. Cuando se le hacía una pregunta, jamás contestaba sino que se quedaba mirando fijamente a la maestra sin pronunciar una palabra. Tampoco concurría con regularidad. La maestra se dijo: “Parece que no llego a ninguna parte con este muchacho; por cierto que tendré que orar más”. No obstante, no observó ningún cambio en el muchacho durante el tiempo que asistió a clase y la maestra llegó finalmente a la conclusión de que había fracasado en su intento.

Más tarde el joven se fue de esa ciudad y se fue a vivir al otro extremo del mundo. Un año después, para gran sorpresa de la maestra, recibió una carta de él. Le decía que tenia un problema de índole moral y que ella era la única practicista a quien se atrevía a contárselo. “Usted es la única que conozco”, escribía, “que tiene suficiente amor para encarar un problema como éste — no amor por mí especialmente, sino simplemente amor por el hombre real y por la Ciencia Cristiana”. El espíritu de ternura a semejanza del Cristo que esa maestra había expresado hacia todos en su clase llegó a ese muchacho sin que ella lo supiera. El joven finalmente sanó.

En una Escuela Dominical de Massachusetts había una clase muy difícil de seis niños pequeños que habían vencido por completo todos los esfuerzos de varios maestros, hombres y mujeres, para controlarlos. No había manera de gobernarlos. Eran voluntariosos, impertinentes, revoltosos y aparentemente incontrolables. Además perturbaban al resto de la Escuela Dominical.

Por fin, un domingo durante el verano, cuando prácticamente todos los maestros titulares y suplentes estaban de vacaciones, el superintendente telefoneó a un miembro que superintendente telefoneó a un miembro que vivía cerca. Estaba desesperado y ya faltaba poco para la hora del servicio. La señora a quien llamó, dándose cuenta de que se trataba de una necesidad urgente, aceptó tomar la clase.

Ese día, por primera vez, esos pequeños se comportaron correctamente. Para el superintendente esto pareció un milagro. Después del servicio, le hizo preguntas a la maestra suplente, pero ella no pudo ofrecerle ninguna razón especial sobre el resultado que había tenido. No había empleado ningún método especial. Pero a través de la conversación se vio claramente que niños impertinentes no constituían un problema para ella. Sus esfuerzos por jugarle malas pasadas no tuvieron resultado. Les hizo frente y los contradijo, pero con el mejor humor. Uno de ellos le dijo durante esa primera clase: “¿Sabe?, ¡para ser suplente lo está haciendo usted muy bien!” Y otro comentó: “Generalmente no somos tan buenitos con los suplentes”.

Meses más tarde, uno de estos chicos hablando a su madre sobre la maestra, dijo: “¿Sabes, mami?, ¡ella nos quiere de veras!”

Estos dos ejemplos se citan para ilustrar el efecto feliz que tiene sobre nuestra enseñanza en la Escuela Dominical el embeber el espíritu. Bebiendo profundamente de las fuentes de inspiración, nos vivificamos continuamente con el vigor de la verdad espiritualmente científica, y hacemos práctica en nuestra experiencia diaria lo que deseamos comunicar a la clase. La enseñanza que se basa en hechos vividos encuentra rápida receptividad en los alumnos. Los alumnos tienen sed de lo que el maestro les da cada domingo, y concurren a la clase con regularidad porque nada les parece más atractivo.

Embebiendo el amor, podemos incluir a cada niño en una enseñanza cuidadosa y hacerle saber al niño que ha estado ausente que él también fue incluido en esa enseñanza. Embebiendo la verdad, apoyamos nuestro amor a la verdad y al estudio entusiasta que de ello resulta; así nuestra enseñanza viene a ser más profunda y se imparte con autoridad. Entonces no daremos respuestas superficiales a la clase y seremos honestos al admitir que a veces no conocemos algunas de las respuestas.

Embebiendo la inteligencia de la Mente podemos reconocer la capacidad infinita de nuestros alumnos, sentir un profundo respeto por ellos y protegernos contra la tentación de hablarles como a pequeñuelos. El embeber el espíritu eleva todos los aspectos de nuestra enseñanza.

¿Y qué decir del privilegio de atraer a nuestras Escuelas Dominicales a niños y jóvenes que todavía no conocen la Ciencia Cristiana? Con el espíritu del Cristo en nuestros corazones no podemos fracasar en atraerlos hacia nosotros y hacia nuestras Escuelas Dominicales. Nosotros también tenemos el espíritu que Jesús poseía tan notablemente. Ésta es, por cierto, la fuente de donde fluye la buena enseñanza en la Escuela Dominical. Atrajo a multitudes hacia el Cristo en aquellos días y continuará haciéndolo.

Un deseo sincero de enseñar mejor nos afirmará en el camino; el estudio persistente, devoto, de la letra nos instruirá indefinidamente y beberemos profundamente de las aguas descritas por nuestra Guía en su artículo “Pond and Purpose” donde dice: “Cuando viajáis y a veces suspiráis por descansar ‘junto a aguas de reposo’, meditad en esta lección de amor. Percibid su propósito; y con esperanza y fe, donde los corazones se encuentran recíprocamente bendecidos, bebed conmigo de las aguas vivas del espíritu del propósito de mi vida — estampar en la humanidad el reconocimiento genuino de la Ciencia Cristiana práctica y eficaz” (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, págs. 206–207).

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