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[Original en alemán]

Hace algunos años se me presentó una dolencia...

Del número de diciembre de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace algunos años se me presentó una dolencia en los pies y en las piernas. Había hinchazón y cada vez que hacía algo sentía dolor. El médico diagnosticó que estos síntomas eran efectos de una afección del corazón. Me indicó que tendría que tomar medicamentos por el resto de mi vida para fortalecer mi corazón, y que tenía que visitarlo cada mes para un examen. Al preguntarle si por lo menos mis piernas mejorarían, me contestó negativamente en silencio. Desde entonces por el lapso de diez años tomé los medicamentos tres veces por día. Pasé cada día de esos diez años temiendo que no vería el próximo día.

Mediante un maravilloso designio divino, conocí la Ciencia Cristiana, sobre la cual, a pesar de mis sesenta y siete años, no sabía nada. Al principio, se me alentó a que leyera un ejemplar de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, y luego a leer el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y más tarde a visitar un practicista de la Ciencia Cristiana.

Después de cierto tiempo, gracias al paciente estímulo que recibí del practicista, me aventuré a reducir la cantidad de pastillas y tabletas. Al cabo de tres meses, me fue posible descartar toda la medicación. Tiré todos los remedios que había tomado diariamente, junto con muchos otros. Pero a pesar de ello, sin pensar realmente sobre esto, fui al examen médico tres veces más durante intervalos mensuales.

La tercera vez, el médico, desconociendo que había abandonado los medicamentos, determinó que mi afección había tomado un giro decisivo adverso. Además de esto un instrumento indicaba cifras que durante los diez años enteros de tratamiento médico nunca habían sido tan desfavorables. El médico estaba preocupado por esta recaída inesperada, y dudas y temores opresivos se apoderaron de mí.

El facultativo me dio medicamentos de toda índole. Pero antes de que yo abandonara el consultorio, me di cuenta de que no podía ser cierto a pesar de los instrumentos supuestamente infalibles, y percibí mi propio gran error. Recordé las palabras de nuestra Guía, la Sra. Eddy, que había leído en Ciencia y Salud, donde cita al Maestro, Cristo Jesús (pág. 14): “No podemos ‘servir a dos señores’ ”. Repentinamente sentí la sinceridad de estas palabras, y comprendí que tenía que hacer una decisión. Estaba preparado para abandonar los falsos dioses y para servir sólo al único Dios. Con toda confianza dejé los medicamentos de lado, y agradecí a Dios por la gracia y comprensión que tuve precisamente en el momento de extrema necesidad, y que me indicaron el camino correcto.

Pocos días después me fue posible escribir al doctor con mucha alegría que me encontraba en perfecta salud y que su diagnóstico sólo había sido el resultado de mi temor. Le confié que hacía ya cierto tiempo que no tomaba más medicamentos y le escribí que no deseaba continuar más con el tratamiento médico. Había perdido mi temor a la enfermedad, y con ello, inmediatamente la enfermedad misma.

Aún había muchos puntos importantes para trabajar después de mi primer contacto con la Ciencia Cristiana. Hasta ese entonces había asistido a la iglesia muy de vez en cuando, y nunca había abierto la Biblia. El primer descubrimiento — que me impresionó— fue que Dios está aquí, que en verdad, está aquí mismo, como lo declara la Biblia. Entonces comencé a darme cuenta de que este Dios es omnipotente, omnisciente, omnipresente. Unos meses después pude darme cuenta de la feliz experiencia de ser guiado por Dios, unida a la disposición de confiar en la guía divina sin reservas, humilde, obediente, y pacientemente.

Agradezco a todos los que fueron elegidos por Dios para ayudarme, y tengo una deuda de incesante gratitud a Dios por Su Hijo, Cristo Jesús, y por la Ciencia Cristiana y su Descubridora y Fundadora, la Sra. Eddy.


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