Cuando era pequeña, me gustaban mucho las joyas hechas por los indios Navajos — joyería de plata con turquesas. En aquel entonces tenía una pulsera india que mi padre me había regalado. Tenía una turquesa en el centro, con pequeñas cuentas de plata alrededor. ¡Cómo me gustaba esta pulsera! ¡Me parecía más brillante y hermosa cada vez que me la ponía! Lo que hacía todos los días. También me gustaban los anillos de los indios Navajos, especialmente con el águila india y una turquesa en el centro.
Un día, al final de la hora de almuerzo, mientras corría hacia el colegio, pues estaba un poco atrasada, vi sobre el césped cerca de los peldaños de entrada algo inesperado — un anillo con el águila india. Inmediatamente lo recogí, y lo puse en mi bolsillo, y seguí mi camino para ir a mi clase. Tenía que decidir qué haría con él. Toda esa tarde me fue muy difícil prestar atención en clase, pues sólo pensaba en el anillo.
Imagínense, encontré un anillo con el águila india — ¡Un anillo como el que tanto había deseado! Me dije una y otra vez: “El que halla se adueña”. (La última parte de este dicho es, “y el que pierde llora”, pero no quise pensar en ello). De vez en cuando tocaba mi bolsillo para estar segura de que todavía lo tenía.
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