Las plagas que sobrevinieron a los egipcios, tal como se relata en el libro del Éxodo, evidentemente resultaron de la obstinación del gobernante a negarse que los israelitas salieran de Egipto y veneraran a su Dios en el desierto. El punto culminante que resultó en la muerte de los primogénitos de toda familia egipcia en una sola noche, hizo que Faraón y su gente se sometieran. Aun los primogénitos de sus animales fueron destruidos.
Con anticipación a este horrendo acontecimiento, le fue declarado a Moisés que los israelitas debían observar el rito de la Pascua. Esta fiesta solemne parece haberse instituido teniendo presente tanto la consagración como la protección. Algunos eruditos sostienen que con anterioridad a esta ocasión, los israelitas deben haber celebrado una fiesta similar; pero si es así, el significado más profundo en el pensamiento hebreo se remonta a aquella horrenda medianoche en que los egipcios experimentaron el impacto total del mensaje de las plagas.
En el décimo día del mes de Nisán, algunas veces llamado Abib, el cual corresponde a parte de los meses de marzo y abril del calendario cristiano, los israelitas debían comenzar con los preparativos seleccionando un cordero o un becerro, sin defecto, por cada familia. Debía ser sacrificado en la noche del decimocuarto día del mismo mes. Se debía marcar claramente con la sangre los dos postes y el dintel de las casas de cada hebreo, quedando así identificadas.
Por consiguiente, los israelitas serían pasados, y así protegidos, de la plaga mortal que aguardaba a los egipcios, de aquí el origen de la palabra “pascua” [derivada del hebreo que significa “paso”] como lo sugiere la Biblia (ver Éxodo 12:11–13). Se trazaron reglas específicas sobre la preparación y el modo de tomar esa comida memorable. La carne del cordero pascual debía ser asada y comida con hierbas amargas — a fin de recordar la amarga suerte de los israelitas en Egipto — y con pan sin levadura — considerado como un indicio de la prisa con que los israelitas debían salir del país, apurados por los afligidos egipcios.
Otra evidencia del hecho de que los israelitas debían estar preparados para partir sin tardanza inmediatamente después de su apresurada comida aparece en Éxodo 12:11: “Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová”.
Parece que los israelitas obedecieron estrictamente esas instrucciones, y a la medianoche de aquel fatal decimocuarto día del mes de Nisán el golpe cayó sobre los egipcios. Ya no fue necesario que los israelitas solicitaran su libertad, pues los egipcios insistieron en que se fueran inmediatamente, y aun les dieron alhajas de plata y oro al irse (ver Éxodo 12:35, 36).
Estrechamente asociado a esa memorable liberación, como lo relata el libro del Éxodo, estaba el requisito de que en el futuro el primogénito de toda familia hebrea debía ser consagrado al servicio de Dios (compárese Lucas 2:22, 23). Además, el primogénito de todo animal se sacrificaría al Señor, en memoria de la protección asegurada a los israelitas y a sus rebaños, cuando tanto hombre como bestia murieron entre los egipcios.
El mismo Cristo Jesús asistía regularmente a la fiesta anual de la Pascua; y aún continúa siendo una de las costumbres más preciadas de los judíos, en memoria de la liberación de sus antepasados de la tierra de Egipto y en cumplimiento del mandato bíblico: “Por estatuto perpetuo lo celebraréis” (Éxodo 12:14).
