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La juventud y el hogar

Del número de junio de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco una madre estaba parada cerca de la ventana mirando a través de la obscuridad de la noche. Le había dado permiso a uno de sus hijos para ir a una fiesta con la condición de que no debía regresar después de la medianoche. A la una de la madrugada el chico aún no había regresado. La ansiedad sobrecogió a la madre y lágrimas de desconsuelo y desilusión asomaron a sus ojos. ¿Por qué había traicionado el muchacho su confianza? ¿O qué le habría sucedido?

Los miembros de esta familia son Científicos Cristianos, y aun cuando esta madre estaba sumida en el desaliento y el temor, el Amor le estaba diciendo: “¿Qué te está tentando a creer la mente mortal?” Despertada por este mensaje angelical, la madre dejó de vigilar tras de la ventana, para estudiar y orar.

Al apartar su pensamiento del cuadro de un mortal desobediente e irresponsable, se esforzó por llenar su consciencia con lo que sabía que era verdadero acerca de Dios y de Su idea, el hombre. Razonó que Dios es el bien y llena todo el espacio; por lo tanto, el hombre,

Su imagen y semejanza espiritual, es bueno, y está rodeado de Su presencia protectora. Sabía que no importa cuál sea la circunstancia en la que nos encontremos, allí mismo están los mensajes angelicales para guiarnos y dirigirnos. Comprendió que ninguno de los hijos de Dios, incluyendo a su hijo, podía ser tentado por el mal, porque el mal, cualquiera sea la forma que asuma, es una mentira, y que la verdad que ella estaba afirmando le traería la paz.

La Sra. Eddy escribe: “Más que nada necesitamos la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresándose en paciencia, humildad, amor y buenas obras”.Ciencia y Salud, pág. 4 ; Al pensar en Dios como el único padre y madre, como el Padre-Madre del universo, supo que su única responsabilidad era esforzarse por responder paciente, confiada y humildemente a la dirección divina y ser el medio por el cual el Principio y el Amor divinos se estaban expresando. Su inquietud se calmó al recurrir a la Biblia. En Isaías leyó: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”. Isa. 41:10.

¿Cómo fue recibido el muchacho al regresar poco después? Cariñosa y amablemente, y con gratitud a Dios. ¿Por qué? Porque el Amor había preparado el camino. La aplicación de estas verdades enseñadas en la Ciencia Cristiana había permitido a la madre reprender la decepción de la mente mortal y proporcionar así la oportunidad para que su hijo discutiera la situación libremente al mismo tiempo que se le señalaran las tentaciones de la mente mortal. Esto capacitó a todos para acordar juntos ciertas restricciones justas de modo que aquella experiencia no volviera a repetirse. La alegría en el hogar permaneció.

Mucho oímos hoy en día acerca de la rebeldía y provocaciones de la juventud. ¿Nos hemos dejado mesmerizar por estas pretensiones falsas? ¿Estamos discutiendo con nuestros jóvenes, criticándolos, rechazándolos y despreciándolos por considerarlos vagos — casos perdidos? ¿O, por el contrario, vemos que en realidad están buscando reconocimiento, seguridad, comprensión, amor? Para vivir y trabajar con jóvenes y amarlos es necesario reconocer claramente los elementos que causan la discordia y la confusión en las relaciones entre padres e hijos.

En primer lugar tengamos cuidado de no dar cabida a las sugestiones sutiles de que nuestros hijos nos van a querer más si les hacemos una que otra concesión. Porque, entonces, lo que estaríamos librando, realmente, es la eterna batalla entre el Espíritu y la carne, el bien y el mal, la Mente inmortal y la mente mortal. Puede que no sea fácil decir NO y mantenerse firme en ello. Pero si no reflejamos el Principio, la discordia parece reinar; discutimos con nuestros hijos, objetamos sus puntos de vista y los amenazamos, cuando la verdadera pelea, el verdadero problema contra el que hay que luchar y vencer, está dentro de nuestro propio pensamiento. ¿Cómo puede haber paz en nuestras familias si no estamos en paz con nosotros mismos? ¿Estamos verdaderamente dispuestos a admitir nuestra culpa, a reconocer nuestros errores, cambiar nuestro curso y adoptar una posición firme hacia aquello que consideramos correcto para demostrar el Principio, el Amor?

Más aún: ¿Nos tomamos el tiempo para mirar más allá de lo que la juventud parece estar expresando y mostrarles que aquello por lo que están pasando — inseguridad, timidez, melancolía agobiante, cambios, frustraciones y tentaciones que tratarían de hacerlos desviarse de lo que es correcto — han perturbado a todo ser humano en un momento u otro? ¿Y les aseguramos que la Ciencia Cristiana nos enseña cómo afrontar y vencer estas pretensiones falsas universales, demostrando nuestra unidad con Dios y viéndonos a nosotros mismos y a todos los hombres como Cristo Jesús los veía — espirituales, sabios, inteligentes, honrados, veraces, confiados y libres? ¿Nos tomamos también tiempo para decir calladamente: “Tú eres el hijo perfecto de Dios. Él te ama y por consiguiente yo también te amo”?

Es una gran satisfacción para los padres sentirse orgullosos de un hijo que ha sobresalido en algo, como por ejemplo, si ha obtenido buenas calificaciones en la escuela. ¡Pero cuánto más reconfortante es para los padres y para el hijo el que se le haya enseñado quién es él realmente, cuál es la verdadera fuente de su inteligencia y habilidad y cómo vivir expresando la Mente divina! ¡Qué gran satisfacción es cuando un niño sabe que su único propósito es glorificar a Dios dondequiera que se encuentre, en todo lo que dice y hace, y cuando comprende que siempre hay un lugar apropiado y una oportunidad para usar sus capacidades cuando está deseoso de escuchar la dirección de Dios!

Es mucho mejor para los padres ayudar pacientemente a los jóvenes a desenvolverse y progresar a su modo, sabiendo que se ha plantado la semilla de la Verdad. Aun cuando a veces parezca haber poco progreso, el desarrollo se manifestará en toda su gloria cuando el pensamiento del niño haya sido alimentado y amorosamente cultivado con hechos espirituales — pruebas — y la conmiseración se haya expresado en paciencia, compasión y bondad.

Los niños y los jóvenes perciben y responden rápidamente al reflejo genuino del Principio y Amor divinos. Por lo tanto, depende de nosotros el ser lo suficientemente consistentes, sinceros y cariñosos en nuestro trato con la juventud, a fin de que ellos respondan de la misma forma y juntos crezcamos en gracia.

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