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ESCUELA DOMINICAL

[Esta columna aparece trimestralmente en El Heraldo de la Ciencia Cristiana.]

Perfeccionando su modo de enseñar (Primera Parte)

Del número de junio de 1975 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Journal


[Este artículo sobre la Escuela Dominical aparece en inglés en el The Christian Science Journal de esta misma fecha.]

Aspiraciones sinceras

El perfeccionamiento en la enseñanza de la Escuela Dominical comienza con el anhelo sincero de enseñar mejor.

Sabemos sobre una señora que durante muchos años, de cuando en cuando, enseñaba en la Escuela Dominical, pero jamás había sentido que era una buena maestra. Esto, debía admitirlo, no era del todo verdad puesto que muchos de sus ex alumnos aún se mantenían en contacto con ella, le expresaban su afecto y conservaban el interés por la Ciencia Cristiana. Sin embargo, hubo muchos con quienes no logró comunicarse. Y jamás supo lo que era una clase chispeante con preguntas, ávida por la discusión, hambrienta de la Verdad.

Ella creía no tener talento para comunicarse con los jóvenes o para entusiasmarlos a que tomaran parte activa en la clase. Por más que trataba — y había tratado con todas sus fuerzas — sus alumnos, en el mejor de los casos, se mostraban condescendientes, en los peores, aburridos. Por lo general el domingo era una desilusión agonizante. De vez en cuando se desanimaba por completo y renunciaba a su puesto de maestra, convencida de que los niños estarían mejor en manos más expertas.

Pero en lo más profundo de su corazón aún aspiraba a enseñar su querida religión, la Ciencia Cristiana, a los demás.

[Preparado por la Sección Escuela Dominical, Departamento de Filiales y Practicistas.]

Finalmente esta aspiración — que de hecho no era otra cosa más que oración — tuvo su recompensa. Leyó un artículo en el The Christian Science Monitor. Trataba sobre los puntos de vista de varios hombres de éxito en cuanto al porqué recordaban a algunos de sus maestros de sus viejas escuelas públicas como verdaderamente grandes maestros. El consenso general era: estos maestros no trataban de ser de ninguna manera divertidos, no hacían ningún esfuerzo para que sus alumnos se congraciaran con ellos o que las materias que enseñaban fueran de su especial agrado. Pero cada uno de estos maestros era un erudito que amaba su materia y la enseñaba con conocimiento y certeza. Enseñaba con entusiasmo. Persistía él mismo en el estudio e investigación a fin de tener siempre nuevas ideas y se mantenía al tanto de los desarrollos más recientes en su rama de estudio. Amaba su asignatura a tal grado que los estudiantes terminaban por amarla también.

La Científica Cristiana pensó, “¡Pero si con la ayuda de Dios yo puedo hacer lo mismo! Puedo ser una erudita en materia de Ciencia Cristiana. Constantemente trabajo a fin de profundizar mi conocimiento del tema. Habiendo tomado instrucción en clase, en mi asociación de cada año obtengo nuevas vislumbres y aprendo nuevas formas de aplicar esta Ciencia. No sólo leo el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, sino que lo estudio y medito sobre las verdades que presenta. Leo fielmente las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Mi pensamiento está completamente absorto en la Ciencia Cristiana; la amo y no puedo pensar en nada que esté más lleno de aventura, colorido y gozo que el estudio y la aplicación de este tema infinito. Estoy segura de que podría impartir estos genuinos sentimientos a una clase de la Escuela Dominical”.

Esperaba con anhelo la posibilidad de que le ofrecieran volver a enseñar. Y así fue. Después de unas pocas semanas se le pidió a último momento que substituyera en una clase, y consintió.

Habiéndose dado cuenta tan claramente que no era necesario que se esforzara por hacer que los niños respondieran favorablemente a lo que les iba a enseñar, comenzó a enseñar con claridad de pensamiento y con una nueva liberación del sentido personal. Le explicó a la clase que su tarea era la de enseñar, pero no la de aprender. Ésa era tarea de ellos. Pasó la hora explicándoles Ciencia Cristiana a manos llenas, dándoles pródigamente las verdades que le venían a la mente, del modo que se sentía guiada. Les daba suficiente oportunidad para preguntas, pero si no se presentaban, no permitía que esto afectara su enseñanza. Por primera vez en su experiencia permaneció tranquila ante lo que superficialmente parecía falta de interés por parte de los alumnos.

¡La maestra pasó una hora maravillosa! Quería mucho a sus alumnos, pero en ese momento no le dio importancia al hecho de si ellos la querían. Le pareció que jamás había mantenido despierto el interés como aquel día.

Al terminar la clase, uno de sus alumnos tímidamente le dijo en privado: “¿Sabe una cosa? A usted ya la he tenido de maestra antes. Pero la clase nunca fue como hoy. ¿Qué cree usted que haya pasado?”

La maestra contestó de todo corazón: “Quizás tanto tú como yo hayamos madurado un poquito más entretanto”.

Pronto le asignaron permanentemente esa clase y jamás volvió a tener dificultad en retener el interés de los alumnos o su propia libertad de sentirse feliz e interesada.

¿Está presente la capacidad?

Muchas personas que aún no han tenido experiencia como maestros de la Escuela Dominical quisieran servir a la Ciencia Cristiana en este papel importante, mas por una razón u otra dudan de su capacidad. Es posible que hayan conocido la Ciencia Cristiana después de la edad de la Escuela Dominical y, por lo tanto, tengan un conocimiento limitado de los requisitos para enseñar. O es posible que hayan asistido a la Escuela Dominical durante varios años y ahora duden de que puedan enseñar a la altura de la enseñanza que ellos mismos recibieran, según la recuerdan. ¿Acaso podrán arreglárselas con el mal comportamiento de algún niño? ¿Podrán contestar las preguntas difíciles?

¿Qué hará que estas dudas se disipen? ¿Qué otra cosa más que la oración? Y la Sra. Eddy nos ha enseñado cómo orar, sea para tener la capacidad de enseñar en la Escuela Dominical o para lograr cualquier propósito sagrado. Escribe en Ciencia y Salud (pág. 15): “En el santuario tranquilo de aspiraciones sinceras, tenemos que negar el pecado y afirmar que Dios es Todo. Tenemos que resolvernos a tomar la cruz, y con sincero corazón salir a trabajar y velar por la sabiduría, la Verdad y el Amor. Tenemos que ‘orar sin cesar’. Tal oración es oída en la proporción en que llevemos nuestros deseos a la práctica”.

La oración basada en nuestras “aspiraciones sinceras,” necesariamente incluye esa sinceridad que nos hace decir de todo corazón: “Sea cual fuere Tu voluntad, Padre-Madre Dios, eso haré, ¡y sin condiciones!” Esta oración, honesta y sincera se expresa en obras, e invariablemente trae resultados. Es posible que nos guíe a trabajar en la Escuela Dominical o en otra clase de trabajo para la iglesia. Dios guía a todo buscador sincero al lugar en que pueda contribuir de la mejor manera.

Un día, una señora fue a encontrarse con su hijito a la salida de la Escuela Dominical y él exclamó: “¡Mamita, no sabes lo maravillosa que estuvo la maestra! ¡Realmente nos entusiasmó!” La madre pensó que le gustaría que tales cosas se dijeran de ella, de manera que ofreció sus servicios al superintendente de la Escuela Dominical de esa iglesia. Se le asignó una clase, pero no tuvo éxito.

Un mero deseo personal de ser un buen maestro de la Escuela Dominical por el sólo hecho de que la posición parezca interesante, que nos dé prestigio o que nos haga populares, es obvio que no es suficiente. Nuestro único motivo posible es una “aspiración sincera” de compartir lo que sabemos de la verdad sanadora tal como Dios lo designa. Este deseo debe incluir nuestra gratitud por la Ciencia Cristiana y por la obra de la Sra. Eddy al presentarla al mundo, nuestra gratitud por la gran misión de Cristo Jesús, y nuestro amor por la humanidad que se extienda más allá de la familia y amigos, — hacia toda la humanidad, y fundamentarse en esta gratitud y en este amor. El deseo de la señora que se mencionó anteriormente no era un deseo que se extendía hacia Dios y Su voluntad. El conocerse a sí misma y la abnegación eran indispensables.

La apatía y el antagonismo

Posiblemente alguien pregunte: “¿Y qué si siento — o aparento sentir — cierta apatía o antagonismo en ser maestro de la Escuela Dominical?”

Un joven a quien se le asignó una clase de siete adolescentes tenía este problema y halló la solución.

El primer año que enseñó esa clase fue una experiencia horrorosa (y reconoce que probablemente fue igualmente horrorosa para los muchachitos). Los antecedentes étnicos y económicos de los muchachos eran variados, no demostraban ningún interés por aprender sobre la Ciencia Cristiana y se comportaban muy mal. El maestro trató por todos los medios de cambiar la situación, mas sin resultados visibles. Comenzó a sentir antipatía por los muchachitos y a no querer tener nada que ver con ellos.

La superintendente era una persona comprensible y cuando él la consultó, ella le aconsejó que fuera más tratable con sus alumnos y que simpatizara más con ellos. Mentalmente resistió la idea; sin embargo, se dio cuenta de que para que la clase sanara, la curación debía efectuarse primeramente en su consciencia. Comenzó a anhelar por hacer la voluntad de Dios, fuere la que fuere. Esto lo guió a comenzar con el primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20: 3). El significado que esto tuvo para él fue que un solo Principio divino gobernaba la enseñanza de la Escuela Dominical y al alumno de la Escuela Dominical.

Él y su clase no era un grupo de mortales que se reunía una vez por semana para hablar sobre la Ciencia Cristiana; eran ideas de Dios, reflejando el Principio. Había estado considerando a sus alumnos como si fueran unos tantos problemas de comportamiento, unos tantos casos de sicología infantil, a quienes debía de manipular de tal manera que pudiera transformarlos en jóvenes Científicos Cristianos. Ahora vio que la ley de Dios gobernaba completamente, y que si él, como persona, se quitaba de en medio y permitía que Su voluntad operara, todo saldría bien.

Durante esa experiencia se dio cuenta de que la palabra “adolescente”, en uno de sus usos familiares, quiere decir “medio lleno, medio vacío” y tuvo cuidado de refutar que tal pretensión tuviera efecto sobre aquellos jóvenes. Cada uno era una idea de Dios, tal como él mismo, totalmente perfecta.

Gradualmente el cuadro cambió. Comenzó a sentir un poco de amor por sus alumnos. Halló maneras sencillas, pero concretas, de demostrar su interés por ellos. Y a medida que los alumnos lo fueron conociendo mejor, vieron que realmente simpatizaban con él. Y a su vez, él se dio cuenta de que estos jóvenes lo necesitaban.

Su frialdad se transformó en amor, terminando así la separación entre maestro y alumnos. El maestro sólo vio la unidad del único Dios — el primer mandamiento — puesto en evidencia. Él y los alumnos se han hecho buenos amigos. Y el maestro encuentra que los muchachos tienen tanto para brindarle a él como él a ellos. Ahora apenas si puede aguardar a que llegue el domingo para ver lo que se pueden brindar entre sí.

La apatía y el desafecto que por tanto tiempo se habían apoderado de él, son ahora cosa del pasado, y siente que la eliminación de estos errores va más allá del interés personal. “Básicamente, la apatía es limitación”, dice. “Es la pretensión de que la Ciencia Cristiana no da resultado. Es lo opuesto a ese trencito que resopla cuesta arriba diciendo: ‘Creo que puedo; creo que puedo’. La apatía dice: ‘No puedo demostrar la verdad; entonces, ¿para qué? ¡Me iré a dormir!’ De esta manera la apatía daría su golpe en el corazón mismo de nuestro movimiento, y debemos destruirla”.

En nuestro libro de texto, en la página 445, la Sra. Eddy tiene una declaración que, aunque relacionada con la curación del enfermo, es igualmente aplicable a la curación de los errores que quisieran impedir la buena enseñanza de la Escuela Dominical. Escribe: “La Ciencia Cristiana impone silencio a la voluntad humana, calma el temor con la Verdad y el Amor, e ilustra la acción espontánea de la energía divina en la curación de los enfermos”.

Aquí hay verdadera ayuda para quien sinceramente aspira a enseñar en la Escuela Dominical o a enseñar mejor — también hay ayuda para quienes sufren de apatía o temor.

El afirmar enérgicamente que con toda sinceridad aspiramos a hacer la voluntad divina — y luego hacer algo para llevar a cabo esa aspiración — siempre nos trae alguna recompensa. Mas lo primero es la aspiración sincera.

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