Desde el punto de vista humano pareciera que debemos tomar alimentos y digerirlos para vivir y mantenernos activos. Cualquiera persona que conoce y acepta las teorías de la fisiología y la dietética concernientes a este proceso, llegará a la conclusión de que su sistema digestivo es muy importante. También puede sospechar que el mecanismo del proceso alimenticio e ingestivo, que se supone ser necesario para su sustento, convirtiendo la comida presentada en la mesa en energía mental y física, es tan complejo que fácilmente puede funcionar mal y causarle problemas. E incluso, puede que hasta desee renovar su propio sistema digestivo.
Pero la Ciencia Cristiana trae a luz una explicación diferente, espiritual, acerca de la naturaleza del hombre, de las funciones y actividad de su ser, y la manera en que es sustentado. Demuestra que a pesar de la creencia arraigada de los mortales, el hombre no es una entidad material, una estructura orgánica propulsada por un complejo mecanismo de consumo de alimentos. Él es un ser espiritual compuesto de las cualidades e ideas espirituales de la bondad y el amor inmortales, y sustentado por ellas. Este pan celestial de cada día proviene del Principio divino, Dios, que no solamente es el creador de todo, sino también la fuente inagotable de la fuerza, inteligencia, y vitalidad de todo individuo en Su universo.
En su relato alegórico de la creación, la Biblia dice: “He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer”. Gén. 1:29; Y la Ciencia Cristiana, que revela el significado inspirado de las Escrituras, enseña que, en razón de que Dios es Espíritu divino, o Alma, todo lo que Él crea — hombre, animal, planta — es espiritual. La hierba y la fruta, el pan diario que Dios provee para la manutención de Su idea y semejanza perfecta, el hombre, consiste de substancia divina, no mortal. Dios es Espíritu divino, y Su creación consiste en la expresión de Sus propias cualidades. Éstas son la substancia de Su manifestación. Y el hombre, que es la semejanza de la Deidad y el objeto del cuidado de Dios, es alimentado por Él con el alimento espiritual de ideas divinas que lo sustenta, fortalece, vitaliza y embellece, y lo impulsa a demostrar la fuerza y dominio con que Dios lo ha dotado.
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