Cuando era todavía una principiante en el estudio de la Ciencia Cristiana, no podía leer las ediciones en inglés de los escritos de la Sra. Eddy y, por lo tanto, con excepción de algunas pocas traducciones que había en esa época, tenía que limitarme a la edición del Heraldo en alemán. Me gustaba mucho esta revista y hacía un esfuerzo por conseguir muchos ejemplares atrasados.
Este deseo de aprender más acerca dela Ciencia Cristiana ha venido a ser muy provechoso, y me gustaría relatar una experiencia que tal vez pueda ayudar a otros.
Era una primavera muy fría y lluviosa. Aun de joven yo había sufrido con frecuencia de enfermedades reumáticas, y esta dolencia se manifestó nuevamente en una condición muy dolorosa en la espalda y las piernas. Traté de aplicar la verdad aprendida en el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pero con poco éxito. El dolor y la dificultad para moverme empeoraban cada vez más.
Una mañana al despertar pensé que sería muy agradable permanecer en cama, abrigada, donde sentía menos el dolor. Pero en el mismo instante me vino la respuesta: “Si la enfermedad no es real, ¿por qué quieres permanecer en cama?” Obedientemente me levanté, me vestí con cierto esfuerzo y me senté a la mesa. Traté de argüir contra el dolor, pero me vino el pensamiento: “Si no hay dolor en la materia, ¿por qué estás arguyendo contra ella?” Con esto me dije que no necesitaba prestarle atención al cuerpo y que debía desempeñar mis quehaceres habituales. Tomé unos Heraldos y leí artículos que sacaban a luz la irrealidad de la creencia en la edad, o de que una idea espiritual esté sujeta a limitaciones debido a la creencia en la vejez. Estos artículos me fascinaron e inspiraron tanto que me olvidé de todo lo demás. Entonces me puse a trabajar, cojeando, sí, y estremeciéndome de dolor a cada paso que daba.
El día era hermoso, el primer día de sol de aquella primavera. Los capullos se habían abierto al calor de los rayos solares, y las primeras hojas de tierno verdor resplandecían como joyas bajo el sol. Me sentí profundamente agradecida por toda la belleza, por todos los pensamientos del ser divino e inmortal, sin comienzo ni fin, que me llegaban revelándome la idea infinita de la creación por siempre unida a su creador.
En ese instante observé a dos niños jugando y saltando bajo los rayos del sol, como dos mariposas revoloteando de un lado para otro. Y, a continuación de los pensamientos descritos más arriba, me dije: “¡Yo también puedo hacer eso!” Esto fue el reconocimiento de la unidad del hombre con Dios, una confirmación de los pensamientos de verdad que acababa de recibir de mi devota lectura del Heraldo. En ese mismo instante sentí ceder en mi cuerpo la rigidez que me oprimía, como si una mano imaginaria que hubiera mantenido apresada la parte inferior de mi espalda de pronto se hubiera desprendido de mi cuerpo. Me liberé instantáneamente. Pude caminar y moverme sin ninguna dificultad. Esta condición reumática que me había aquejado durante muchos años jamás ha vuelto a manifestarse desde entonces.
Estoy muy agradecida por ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, por el privilegio de trabajar en la viña del Señor, que me ha convertido en una nueva persona y ha bendecido toda mi vida. Estoy muy agradecida por todas las actividades de nuestro movimiento, que la Sra. Eddy tan sabiamente nos ha dado mediante la dirección de Dios. Estoy agradecida por la Biblia y por toda la literatura de la Ciencia Cristiana, de la cual podemos obtener agua viva — la inspiración para todos nuestros días.
Berlín Oeste, Alemania
