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Venciendo la furia destructiva de los elementos

Del número de agosto de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una tarde de verano advertí que el cielo estaba ennegrecido con nubes amenazadoras. De hecho, se veía tan negro el cielo, que me retiré a mi cuarto. Afuera se desencadenaba la peor tormenta que jamás había visto en mi vida — truenos, relámpagos, viento, torrentes de lluvia y hasta granizo, rugían estrepitosamente. La energía eléctrica se interrumpió. A una milla había caído un torbellino.

Anteriormente siempre había esperado una tormenta con fascinante expectativa. Sin embargo, esta vez estaba consternado ante tal violencia. Había pasado la mayor parte del día estudiando la Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy — recurriendo a Dios para obtener un concepto más claro de Su universo. No podía aceptar el cuadro aterrorizante que se presentaba afuera como parte de Su creación, pues Dios no es destructivo.

En la página 293 de Ciencia y Salud hallé está impresionante declaración: “La electricidad es el excedente violento de la materialidad, que falsifica la verdadera esencia de la espiritualidad o verdad, — siendo la gran diferencia que la electricidad no es inteligente, mientras que la verdad espiritual es Mente”.

Esta tormenta era “el excedente violento de la materialidad” que pretendía expresarse. Súbitamente desapareció mi fascinación por la tormenta. No acepté como real ningún aspecto de esta violencia. Al guardar mis libros me di cuenta de que la tormenta había cesado.

Mediante mi estudio y oración me fue posible percibir que Dios es Espíritu, y que el Espíritu, siendo Todo, no deja lugar para la materialidad. Es la creencia humana la que hace que las cosas materiales parezcan tener substancia. Percibí que a medida que progresivamente se comprende la totalidad y perfección de Dios disminuye la creencia material hasta que desaparece. Entonces viene a la consciencia la comprensión plena y gloriosa del universo de Dios. ¿Cómo, pues, podría realmente haber un excedente de materia, o de mente mortal? Hablando en términos absolutos, no podría haber tal excedente. La destructividad potencial del rayo procedió de la creencia humana errada de que la vida, la inteligencia y el poder son materiales.

La Ciencia Cristiana muestra que no es posible utilizar los medios mentales y espirituales para manipular el estado atmosférico. El estado atmosférico es material y el intentar manipularlo perpetuaría la decepción de que el estado atmosférico y sus condiciones discordantes tienen substancia y realidad. Pero podemos invertir científicamente la creencia humana errónea de destructividad con la verdad de que el ser es armonioso en la Vida, Dios. El Espíritu es la única substancia y Mente verdaderas y gobierna toda realidad concordemente.

¿Qué da origen a las tormentas, los torbellinos y los huracanes? Según las ciencias naturales son el resultado de la falta de equilibrio entre la cantidad de luz que cae en los trópicos y la que cae en los polos. Este desequilibrio hace que el aire calentado en el ecuador y el enfriado en los polos, choquen. Las tormentas ocurren en los bordes de las masas de aire caliente y frío; son el resultado del desequilibrio entre ambas.

La turbulencia es desequilibrio. ¿Qué estados de pensamiento abrigan las personas, consciente o inconscientemente? ¿Son ellos desequilibrados, inestables, discordantes? El pensamiento que está libre de discordancias tales como la codicia, el odio, la violencia, el prejuicio y la enfermedad es puro y tranquilo. Es receptivo a Dios, el Alma. Los vientos de la confusión y los relámpagos de la crítica no pueden obscurecer la paz, la alegría y la confianza inspiradas que provienen del reconocimiento de la unidad perfecta del hombre con la Mente divina. El hombre verdadero, el hombre que Dios creó a Su semejanza, no puede menos que expresar las cualidades de Dios. Nuestra tarea es asegurarnos de que estas cualidades brillen a través de nuestra vida. Nuestra atmósfera mental despejada contribuye a un ambiente más estable.

Algunas personas creen que las tormentas violentas son “actos de Dios”. Pero un Padre afectuoso no inflige destrucción a Sus hijos. No es el autor de la violencia, del temor o de la confusión. Bendice a Su creación con belleza, orden y tierna protección. Hallamos esta bendición al identificarnos como hijos de Dios. El hombre no es lanzado de un lado a otro, y ninguna creencia falsa puede hacer que esto se haga realidad.

Tenemos en la Biblia un precedente para rechazar lo destructivo en la naturaleza. Lucas nos relata que cuando Jesús y sus discípulos se encontraban en una barca se levantó una gran tormenta. Los discípulos estaban aterrados; la barca se había llenado de agua. Al venir al Maestro lo encontraron durmiendo. “¡Maestro, Maestro, que perecemos!”, gritaron. Entonces “despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza. Y les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” Lucas 8:24, 25.

Cristo Jesús no dejó que la tormenta lo atemorizara. Ni siquiera lo impresionó. Tenía fe absoluta en que Dios lo gobierna todo. Demostró que Dios es la fuerza activa y benevolente del universo.

Jesús calmó la atmósfera en beneficio de todos los que lo rodeaban. Nosotros también podemos mantener serena nuestra atmósfera mental. Ante la amenaza de mal tiempo, podemos recurrir a Dios con humildad. Mas es preciso confiar en Su gobierno. Entonces no estaremos a la merced del tiempo. Estaremos actuando en obediencia a la máxima ley. Esta purificación de nuestro pensamiento nos ayuda a prevenir el peligro. Afianza la armonía.

¿Acepta usted la violencia como parte del curso natural de las cosas? Cuando el servicio metereológico anuncia tormentas, ¿se atemoriza usted? ¿Lo acepta con indiferencia? ¿Decide llevar consigo su paraguas y simplemente se olvida del asunto?

Cuando el servicio metereológico nos advierta que se avecinan severas condiciones atmosféricas, tomémoslo como un llamado para asegurarnos de que estamos confiando en Dios y elevándonos por sobre la creencia material hacia la clara consciencia de la Verdad.

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