La creación de Dios de ideas espirituales incluye la continuidad eterna de la verdadera identidad y de todo lo que le concierne a esta identidad. Las ideas espirituales jamás experimentan nacimiento mortal. Son imperecederas y jamás morirán. Coexisten con Dios, la Mente divina, el origen y preservador de las mismas. Por tanto, son inmutables e inmortales.
Las ideas espirituales y sus identidades expresan la substancia verdadera — que es el Espíritu, Dios. La substancia divina es perfecta, incorpórea, e indestructible. Es incapaz de imperfección o discordancia. No puede decaer ni sentir dolor, inflamarse o encogerse. Es enteramente buena, del todo armoniosa, la esencia de la Verdad, el Amor y la Vida.
La curación en la Ciencia Cristiana, por medios espirituales solamente, de cuanto parezca tener necesidad de curación, confirma el hecho de que las verdades eternas de la Vida y la substancia, una vez comprendidas, nos pueden ayudar ahora. Por medio del estudio y de la práctica de la Ciencia Cristiana podemos aspirar a una creciente demostración de nuestra consciencia de lo espiritual. Aquellos que se ocupan de lo espiritual han hallado la única Vida que existe. Esa Vida es la substancia imperecedera que es incapaz de decaer.
En ningún caso la curación por la Ciencia Cristiana arregla la materia. La curación por la Ciencia Cristiana comprende el progreso espiritual en el cual se abandona la creencia en la realidad de la materia para llegar a la comprensión de que el Espíritu es la única y verdadera substancia. Siempre que le demos al progreso espiritual el primer lugar en nuestra vida, afianzaremos proporcionalmente nuestra fe en Dios y nuestra comprensión de Él. Nos volvemos más y más conscientes de que Dios mantiene todo lo concerniente a nuestra salud y armonía.
Las curaciones de deterioro dental, por ejemplo, ilustran hasta cierto grado que dicho deterioro no corresponde con la ley divina. Estas curaciones reafirman nuestra convicción de que la Ciencia es la revelación de la verdad que Dios ha designado para esta era. Como todas las curaciones por la Ciencia Cristiana, nos alientan poderosamente a poner toda nuestra confianza en Dios, para quien todas las cosas son posibles.
Una persona decide si ha de utilizar los beneficios temporarios ofrecidos por expertos dentistas. En el presente, muchos Científicos Cristianos así lo hacen. Sin embargo, cuando uno sale del consultorio con los dientes empastados y pulidos, es posible que todavía permanezca en su pensamiento una creencia crónica y latente de deterioro.
La creencia en la decadencia indica la urgente necesidad de tener una mejor comprensión de Dios y del hombre a Su imagen y semejanza. La Ciencia Cristiana ofrece esta comprensión. La espiritualidad que se adquiere mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana mejora grandemente nuestro pensamiento; alecciona el pensamiento a la relación normal del individuo con su creador, la Mente inmortal, Dios.
Un cambio de pensamiento puede cambiar nuestro grado de consentimiento con esa forjadora de ilusiones llamada mente mortal. Esta tal llamada mente pretende modelar todo cuerpo humano y todo problema supuestamente inherente al mismo. Sin embargo, la mente y el cuerpo mortales no son sino una creencia falsa — una creencia en algo aparte de Dios y de Su omnímoda creación.
Es esencial hacer algo sobre nuestro pensamientos y de aumentar nuestra comprensión espiritual acerca de la vida y la substancia verdaderas. Cada cambio en el pensamiento y en el carácter relacionado con el progreso espiritual de una persona resulta en alguna evidencia de progreso humano. La Biblia lo expresa diciéndonos que nos despojemos del viejo hombre y que nos vistamos del nuevo hombre (ver Efesios 4:22–24). Necesitamos profundizar más en la causalidad espiritual, más en la verdad de que Dios es la Vida, y que por lo tanto la vida es espiritual e inmortal. La Ciencia Cristiana rechaza la creencia popular de que los factores materiales son las condiciones y causas reales de la decadencia y la pérdida. Todo diagnóstico superficial, o mortalmente mental, indica una creencia en una causa y un efecto aparte de Dios.
La Ciencia Cristiana acepta como causa y efecto verdaderos solamente aquellas condiciones que proceden de Dios, el bien, y permanecen en Él. Sólo la mente mortal — no la materia o la Mente divina — proyecta imágenes e insinúa sensaciones físicas. Y la mente mortal no es más que otro término para la idolatría — la creencia material y sus creyentes. Uno puede enfrentar honradamente sus errores y apartarse de la veneración a ídolos. Y, ¿qué decir si los ídolos de hoy parecen ser corporales y sensuales o químicos y plásticos en lugar de plata y oro? Aún así no son divinos. En lugar de temer y respetar el testimonio del sentido material, uno puede optar por servir al Dios viviente mediante la purificación del pensamiento y la acción.
En una ocasión oré gran parte de la noche antes de que pudiera comprender que el dolor no podía, de ninguna manera podría, provenir de un diente; que ninguna condición material podía causar dolor; que la inflamación era una sugerencia de la actividad de la mente mortal y que no provenía de nada que yo hubiese hecho o de algo que me perteneciera; que la inflamación jamás existió; que Dios es Todo-en-todo.
A partir de ese momento pude apartar de mi pensamiento el mesmerismo del dolor. El reconocimiento de la plenitud de la vida como Espíritu, siempre omnipresente, invadió mi pensamiento. Recibí respuesta a mis oraciones. La verdad me sanó tal como la verdad siempre sana todos los casos en los que se utiliza la verdad completa y comprensivamente.
Cualquiera que sea el testimonio de los engañosos sentidos materiales, no tenemos que recurrir a la materialidad ante el indicio de decadencia. Lo único que verdaderamente se nos exige es ascender espiritualmente hacia vistas más elevadas y puras del Dios perfecto y el hombre perfecto. El estudio persistente y la práctica consecuente de la Ciencia fácilmente proveen las ideas específicas que necesitamos a fin de vencer cualquier creencia en las mentiras de los sentidos materiales. La verdad incesantemente se revela a la comprensión espiritual. El emplear mejor nuestros momentos y días para servir al Espíritu en lugar de la materia preparará nuestra naturaleza para que expresemos un inagotable enriquecimiento espiritual. En lugar de meramente diferir la decrepitud o la muerte, podemos demostrar más de la Vida eterna, cuya substancia es el bien desinteresado. La vida eterna no pende del delgado hilo de las opiniones humanas ni termina en un tope material. La Vida inmortal demuestra plenamente que la vida es espiritual. Dios es la Vida y substancia inagotables.
Una herencia infinita del bien eterno se obtiene al obedecer y comprender a nuestro Padre universal, Dios, quien es Vida y Amor y que se manifiesta y sostiene a Sí mismo. El culpar nuestras debilidades a nuestro linaje humano no nos va a curar de la miseria que invariablemente acompaña a la creencia que niega que Dios es el creador único de todo lo bueno.
Las sugestiones de que ciertos alimentos pueden perjudicar nuestra salud, o que el abastecimiento local de agua carece de elementos indispensables, no pueden de por sí inducir a nadie a que acepte falsedades sobre sí mismo. Nadie debiera verse obligado a aceptar la premisa errónea de que existe una deficiencia en la creación de Dios que es enteramente buena, o que de alguna manera un elemento nocivo la ha invadido. El mal no tiene fuente divina de la cual surgir; por lo tanto no puede surgir de ninguna manera, mucho menos puede acumularse. La Verdad, el Amor y la Vida expulsan estas creencias transgresoras porque como el Espíritu es todo, el Espíritu excluye toda sugestión mental agresiva de que la vida, la substancia, y la inteligencia no derivan de Dios. La vigilancia espiritual nos exime de la autodecepción.
La Ciencia Cristiana elimina el miasma de la enfermedad donde se origina — la creencia en la mente mortal, la primera mentirosa y todas las mentiras. Esta Ciencia revela que Dios, la Mente divina, es infinito, supremo. Nada existe fuera del todo de Dios. El progreso espiritual que avanza en concordancia con la ley divina impide el desarrolle de la creencia en cualquier error. No hay nada inevitable, incurable o necesario acerca de una mentira. El remedio es seguro. El estudio devoto y la práctica de la Ciencia Cristiana abre el pensamiento a la reforma espiritual que rechaza y revoca las mentiras con la verdad de que Dios es perfecto y que el hombre es perfecto.
La Sra. Eddy lo resume en Ciencia y Salud: “Aceptemos la Ciencia, abandonemos todas las teorías basadas en el testimonio de los sentidos, renunciemos a los modelos imperfectos e ideales ilusivos, tengamos una sola Mente, un solo Dios, y éste perfecto, produciendo Sus propios modelos de excelencia”. Y continúa en el párrafo siguiente: “Dejad que aparezcan 'el varón y la hembra' de la creación de Dios. Sintamos la energía divina del Espíritu, llevándonos a renovación de vida, sin reconocer ningún poder mortal o material como capaz de destruir cosa alguna”.Ciencia y Salud, pág. 249;
A lo largo del camino hacia la ascensión final por sobre la creencia mortal, el Cristo, la Verdad, que Jesús vivió y amó, restaura todo lo que sea esencial para la vida humana. El Cristo es el gran convencedor que demuestra a la humanidad la verdad eterna de la Vida inmortal y de la substancia imperecedera. Paso a paso podemos beneficiarnos de la promesa del Maestro: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”. Juan 5:24;
Bien sea que la demostración de la promesa del Cristo de que la vida es inmortal resulte en la resurrección de todo el cuerpo o la restauración de un solo diente, el Principio que probamos es el mismo. La substancia es todo vida, todo amor. No tiene ningún elemento de muerte, no hay discordancia. No incluye ni se aviene con la muerte o el proceso de la muerte. La eterna existencia de la Vida, la Verdad y el Amor significa la perpetua renovación y lozanía de la substancia. Puesto que el hombre refleja la substancia inmutable y divina del Espíritu, no es susceptible de decaer y es insensible a la decadencia. Conoce sólo la pureza y la perfección de la inmortalidad. No puede ni perder su consciencia de la verdadera substancia ni perder de vista su perfección absoluta como el hijo bienamado de Dios, la representación de todo lo que constituye el ser inmortal.
Todos pueden despertar a la comprensión de la integridad del ser verdadero. El ser espiritual está siempre en la cúspide de la perfección. La belleza, la dulzura, la salud y la perfección esperan nuestro reconocimiento. Las poseemos por autoridad divina. Las bendiciones prometidas por la Biblia y la Ciencia Cristiana se pueden obtener ahora. En su libro La Unidad del Bien la Sra. Eddy escribe: “Los elementos que pertenecen al Todo eterno, — Vida, Verdad, Amor,— jamás pueden ser eliminados por el mal”.Unidad, pág. 25.
Con amor eterno
te he amado;
por tanto, te prolongué
mi misericordia.
Jeremías 31:3
