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Ganando el reino de los cielos por medio del amor

Del número de agosto de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana revela al hombre como Dios lo hace, espiritual e inmortal, nunca sujeto a la discordancia y a la decadencia, no viviendo en la materia sino en el Espíritu, no existiendo en el tiempo sino en la eternidad. La comprensión del hombre real como el reflejo de la Vida, revela constantemente nuevas oportunidades para expresar el vigor, la vitalidad y la fuerza de la Vida. Aparece la eterna lozanía con la revelación del reino de Dios, en el cual se ve al hombre coexistiendo con su Hacedor, sin pasar por el nacimiento ni la muerte.

Cuando los fariseos le hicieron preguntas sobre el reino de Dios, Cristo Jesús dio énfasis al hecho de que el reino de Dios no es una localidad. Él dijo: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:20, 21; El reino de Dios es el reino del Amor divino e infinito. Está caracterizado por la armonía eterna, por la supremacía de la Verdad, la belleza del Alma, la paz de la Mente, el orden inmutable del Principio divino. Aquí se reconoce que Dios es la causa única, el creador único, y que la creación es Su manifestación, que continúa eternamente. El reino de los cielos dentro de nosotros, no es pues, una meta lejana que ha de alcanzarse después de la muerte, sino un estado mental que le es revelado a los de corazón puro, del cual puede tenerse consciencia aquí y ahora.

La importancia que Jesús atribuía al reino de Dios es subrayada por la referencia que de él hace en el Padrenuestro (ver Mateo 6:9–13). Tanto el cielo, o la armonía, como el reino de Dios son mencionados dos veces en esta oración: “Padre nuestro que estás en los cielos.. . Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.. . porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”.

Así enseñó Jesús que el reino de los cielos es un estado de consciencia, y que se puede obtener aquí y ahora. Se expresa en felicidad, paz, abundancia, salud, bondad, inmortalidad, perfección. Si bien es cierto que el cielo no es una localidad que se gana después de la muerte, sí es un hecho que podemos tener consciencia del reino de los cielos sólo a medida que abandonamos el modo de pensar material, el cual quisiera atarnos al modo mortal de la vida. Este modo de pensar material se manifiesta en males como la falsa ambición, lujuria, odio, envidia, hipocresía, desavenencia con nuestros semejantes, crítica destructiva, desaliento, pecado, enfermedad y muerte. El error quisiera inducirnos a pensar que somos mortales, completamente separados de Dios. Mientras nos entregamos a estas formas de materialidad, no podemos estar conscientes del reino de los cielos dentro de nosotros.

A través de todas sus obras la Sra. Eddy frecuentemente se refiere a las enseñanzas de Jesús con respecto al reino de los cielos, y da énfasis una y otra vez a la importancia de seguir las instrucciones del Maestro en la vida diaria. En Ciencia y Salud escribe: “El cielo representa la armonía, y la Ciencia divina interpreta el Principio de la armonía celestial. El gran milagro para el sentido humano es el Amor divino, y la gran necesidad de la existencia es obtener la verdadera idea de lo que constituye el reino de los cielos en el hombre. Esta meta jamás se alcanzará mientras odiemos a nuestro prójimo o abriguemos una opinión errónea de alguien a quien Dios haya designado para proclamar Su Palabra”.Ciencia y Salud, pág. 560;

En este pasaje, la Sra. Eddy claramente nos muestra algunas condiciones con las cuales debemos cumplir para estar conscientes del reino de los cielos dentro de nosotros. Estas condiciones están de acuerdo con las exigencias de Jesús de amor desinteresado dadas en el Sermón del Monte. Amar es expresar activamente la bondad y la comprensión de Dios. El odio es la expresión de la mente carnal o mortal, la hipotética actividad del mal. En nuestros esfuerzos por dominar el odio en sus variadas formas debemos darnos cuenta de que no existe ninguna posición neutral entre el amor y el odio, ninguna “tierra de nadie” mental. Si nos justificamos diciendo de alguien: “No, yo no lo odio, sólo que no pienso más en él, me rehuso a pensar en él”, no estamos expresando activamente el amor de Cristo, que sana y purifica. Tal actitud indica indiferencia, apatía y negligencia, que quisieran obscurecer nuestra capacidad de darnos cuenta del reino de los cielos dentro de nosotros.

Al poner en práctica las enseñanzas de la Ciencia Cristiana encontramos que no podemos ignorar ni ser indiferentes a la gente desagradable, ni a situaciones desdichadas. En vez de eso nos damos cuenta que tenemos que negar el cuadro material y comprender que Dios es Todo, reflejando así el Amor que es Dios, y demostrando el reino del Amor dentro de nosotros. La Sra. Eddy declara sucintamente: “El odio humano no tiene mandato legítimo ni reino alguno. El Amor está entronizado”.ibid., pág. 454; El que se sienta en el trono ejerce autoridad y poder absolutos. Si “el Amor está entronizado” en la consciencia, no queda lugar para el odio. Si el odio no tiene mandato, no tiene causa, ni mente, ni autoridad, ni medios por los cuales poder actuar. Si el odio no tiene reino, no tiene esfera de influencia o actividad, no abarca nada, no tiene reino, ni dominio, ni poder, y está privado del Principio de todo ser verdadero.

La comprensión de Dios como Amor omnipotente y del hombre como el reflejo espontáneo del Amor vence el odio y el antagonismo en sus formas más severas. Daniel dio prueba de ello. En su contestación al rey, Daniel atribuyó el estar a salvo en el foso de los leones, a la inocencia y pureza de pensamiento y de acción que él manifestaba: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo”. Dan. 6:22; Merecemos nuestra inocencia ante Dios purificando nuestra consciencia de los errores que parecen dar realidad al mal. Como Daniel, debemos demostrar nuestro verdadero yo como reflejo del Amor, más bien que justificar un falso yo, separado de Dios. Los elementos mortales de conspiración y odio no encontraron reacción en el pensamiento de Daniel; por lo tanto, por falta de apoyo el mal se desvaneció. Un estado de consciencia lleno de paz y consuelo, un conocimiento de que Dios es el Amor omnipresente y omnipotente, gobernó completamente la situación.

De Daniel podemos aprender que las pretensiones agresivas de la mente mortal, cuando son rechazadas por una consciencia que refleja la Verdad y el Amor, se agrandan sólo para deshacerse cual burbuja de jabón. Cuando invalidamos las pretensiones de que el mal obra por medio de personas, nos liberamos a nosotros mismos y liberamos a los demás del odio. Sólo el Amor gobierna al hombre. En la consciencia que reconoce el ser verdadero del hombre, “el Amor está entronizado”. El hombre está sostenido con seguridad en la presencia de Dios, siempre apoyado por su Principio, Amor y Vida divinos.

El hombre de Dios siempre ha estado en paz en la Mente divina. Una vislumbre de este estado sagrado de los amados del Padre es una anticipación del cielo. Cuando nuestra fe en Dios está armada de la comprensión del Amor divino, percibimos una escena muy distinta de la que el ojo contempla. Percibimos un reino que sólo el Amor podría desarrollar, un reino en el cual la armonía y la libertad de acción constituyen el orden natural, porque no existe insubordinación en el Amor. Allí el Amor divino es Todo y hace cumplir sus propios decretos, y el hombre, la idea obediente de la Mente, ama infinita e imparcialmente como expresión del Amor. Es esta visión cristiana del reino de Dios la que eclipsa al odio, y anula la creencia de enemigos y persecución. Reflejando al Amor en todas nuestras relaciones humanas, estamos obedeciendo el mandato del Maestro: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:44, 45. Por medio de la mansedumbre, la falta de egoísmo y el amor vencemos el odio y ganamos el reino de los cielos dentro de nosotros.

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