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Nuestra participación en la paz mundial

[Original en alemán]

Del número de agosto de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es posible que muchos digan que siempre ha habido guerras y que, por lo tanto, las guerras son inevitables. Pero en lo más profundo del corazón de los hombres persiste la esperanza de que haya paz mundial. Este justo deseo es para que toda la humanidad tenga una vida significativa, libre y feliz — una vida gobernada por la ley de Dios, como la describe Isaías: “El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre. Y mi pueblo habitará en morada de paz, en habitaciones seguras, y en recreos de reposo”. Isa. 32:17, 18;

¿Dónde puede encontrarse una paz semejante? Debemos empezar con nosotros mismos. Para nosotros la verdadera paz empieza en nuestro propio pensamiento y se evidencia por la paz que nosotros mismos expresamos. La comprensión espiritual acerca de Dios y del hombre irradia paz. Obtenemos esta consciencia que conduce a la paz y a la armonía por nuestro estudio y aplicación de la Ciencia Cristiana. Como escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “La Ciencia Cristiana revela la Verdad y su supremacía, la armonía universal, la plenitud de Dios, el bien, y la nada del mal”.Ciencia y Salud, pág. 293;

La discordancia surge cuando uno ofende o acusa a otro y ninguno quiere perdonar o hacer concesiones. Consentir en tendencias tan adversas como la disensión, el odio, la envidia, la rivalidad hostil y la venganza hace que la paz peligre. Uno debe separarse de estas tendencias y reconocer como supremas las fuerzas espirituales de Dios, el Principio divino.

Muchos que desean una paz permanente se preguntan: “¿Qué puedo hacer para ayudar a que el mundo se libere de las condiciones desarmoniosas que ocasionan la guerra, la confusión y el sufrimiento?”

Las guerras y todas las discordancias cesarán cuando los hombres reconozcan que, en realidad, ellos son los hijos de Dios y puedan percibir y seguir la guía de Dios. Espiritualmente hablando, sólo podemos conocer al hombre verdadero, que emana de Dios como idea de la Mente, y que como la manifestación del Amor infinito es tierno, bondadoso e inteligente. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Mateo 5:9;

Hombres de buena voluntad en todas partes del mundo están trabajando por la paz mundial. El amor hacia Dios está inspirando a muchos a purificar sus corazones de la enemistad, a dejar de lado la obstinación, la envidia y el odio, y a llenarlos con la ternura sanadora del amor de Dios. En la proporción en que expresemos armonía, amor fraternal y paz en nuestras relaciones, veremos a los demás sintiendo y expresando estas características espirituales.

Por medio de la revelación del Cristo, como fue demostrado en la vida de Cristo Jesús, el Apóstol Pablo comprendió que todos los hombres tienen el mismo Padre celestial y que pertenecen a la misma familia celestial. Escribió a los colosenses cristianos: “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos... Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones”. Col. 3:9–11, 15;

El hombre real, que refleja la inteligencia de la única Mente verdadera, no puede ser influido y gobernado falsamente. No puede ser la víctima de la hipnosis mundial de luchas y confusión. Cuando vemos el gran número de conflictos que hay en el mundo, las aparentes maquinaciones del mal que parecen luchar contra el bien, podemos preguntarnos: ¿Consideramos que los acontecimientos humanos desarmoniosos son naturales e inevitables?

Quien no pueda distinguir entre el bien y el mal necesita adquirir aquella convicción espiritual que conoce el verdadero bien y que no se engaña con la falsedad de los sentidos materiales. La manera de proporcionar paz espiritual a la humanidad es alejándose de toda influencia del mal y cediendo gustosamente al gobierno de Dios, el bien omnímodo, reconociendo que Él tiene dominio total sobre Su creación. No hay nada en el mundo que pueda influir, perturbar o detener el pensamiento y comportamiento correctos.

Los estudiantes de Ciencia Cristiana ven que pueden demostrar más armonía, bienestar y paz cuando de continuo reflejan la paz verdadera en su vida. La Sra. Eddy aconseja: “Vigilad diligentemente; jamás abandonéis el puesto de vigilancia espiritual y la autocrítica. Esforzaos por la abnegación, justicia, humildad, misericordia, pureza y amor. Dejad que vuestra luz refleje Luz”.Miscellaneous Writings, pág. 154;

La Ciencia Cristiana revela la verdadera paz que Cristo Jesús prometió al asegurar con amor: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”. Juan 14:27; Esta paz es de Dios. Se refleja en el pensamiento reposado, recto, compasivo y justo.

La paz genuina que Jesús conoció cumple con la tarea divina de amar desinteresadamente y de servir a Dios con propósito puro. El orgullo, el temor, los celos y la injusticia no tienen lugar en el mundo de Dios ni pueden influir sobre Dios, la Mente divina, en quien no existen ni la materia ni el error mortal. La Sra. Eddy sostiene: “El dominio de la Mente sobre el universo, incluso el hombre, ya no es una cuestión discutible, sino que es Ciencia demostrable”.Ciencia y Salud, pág. 171;

La paz en la tierra es una posibilidad presente que debe elegirse y aceptarse con agrado. Significa la presencia del Cristo entre los hombres — la evidencia de que Dios, el Amor divino, la única Mente, es el verdadero poder motivador de todo el bien que los hombres son capaces de realizar.

Cuando se entienda claramente el significado de lo que es la paz verdadera, la luz del Cristo, la Verdad, iluminará la consciencia humana y todos escucharán y entenderán el mensaje inmortal proclamado cuando el Salvador nació: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Lucas 2:14.

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