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La Ciencia Cristiana ha sido una bendición...

Del número de agosto de 1976 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana ha sido una bendición para mí durante muchos años. Con gratitud reconozco el amor y la abundancia de Dios, manifestados durante una reciente experiencia de negocios.

Nuestro establecimiento fabril afrontaba un aparente desastre debido a cambios de situación y a una súbita escasez de materia prima esencial para la manufactura de nuestros productos. Esto, unido a una aparente confusión gubernamental en la manera eficaz de manejar la situación, presentaba un futuro poco promisorio.

Mientras viajaba en mi automóvil a cierta distancia de la fábrica, escuché las noticias radiales describiendo los acontecimientos. Durante mi regreso, las alternativas que se presentaban en mi pensamiento presagiaban tiempos de gran pérdida y confusión. Analizando la situación, no podía vislumbrar solución inmediata desde un punto de vista humano. Finalmente me pregunté: ¿Cómo hubiera resuelto el problema Cristo Jesús? Inmediatamente la narración de cómo Jesús había alimentado a la multitud, descrita en Mateo, capítulo 14, me vino al pensamiento. Los discípulos del Maestro habían caído en la desesperación y veían muy pocos recursos para solucionar el problema. Jesús sabía que Dios, el Espíritu, es la única fuente de provisión, y procedió a alimentar a la multitud con abundante provisión, y todavía sobraron cestas llenas.

Pensé en el significado de esta maravillosa historia, y me di cuenta de que los panes y los peces podían considerarse como símbolos de las ideas que están en la Mente, Dios. Como está explicado en el libro de texto, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 544): “En la creación de Dios las ideas se volvían productivas, en obediencia a la Mente”. Por lo tanto, no podía haber escasez en la creación de Dios. Cualquier aparente necesidad ya estaba satisfecha.

Al llegar a la fábrica encontré que se estaban haciendo muchos planes para afrontar la emergencia. La perspectiva parecía muy obscura. Sorprendí a nuestro personal de ventas al contarle la antigua historia de cómo Cristo Jesús había alimentado a la multitud, y para mi alegría hallé oyentes receptivos. Después de nuestra reunión de ventas llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana quien elevó mis pensamientos preparándolos para los días venideros. A medida que transcurrían los días acontecieron muchas cosas maravillosas. Nuestros inventarios de entradas, aunque escasos a la luz de futuras exigencias, eran adecuados para satisfacer las necesidades de nuestros clientes. Rápidamente se desarrollaron nuevas ideas para elaborar productos que pudieran servir de substitutos y proveer una existencia adicional. Se nos abrieron nuevas fuentes de abastecimiento de materias primas. Todo lo cual se logró dentro de los requisitos legales establecidos por nuestro gobierno. Surgió toda una nueva serie de ideas útiles e ingeniosas, de recomendaciones prácticas y de enfoques económicos que aportaron nuevo entusiasmo a nuestro departamento de ventas durante los días que siguieron. El aparente desastre se convirtió en una provechosa experiencia con innumerables beneficios futuros. Por esta maravillosa expresión del amor y la abundancia de Dios, estoy sumamente agradecido.

En otra ocasión, nuestro establecimiento debía negociar un convenio con la unión. Esto se había hecho durante muchos años sin mayores inconvenientes. Sin embargo, ese año la atmósfera que precedió a las negociaciones no era buena, y la posibilidad de dificultades nos preocupaba a todos. Fui designado para negociar el convenio y pronto me di cuenta de que se requería más que un regateo humano. Comencé a leer artículos sobre relaciones humanas en las publicaciones de la Ciencia Cristiana, y en especial este párrafo en Ciencia y Salud (pág. 340) que incluye la siguiente declaración: “Un Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad de los hombres”. Vi claramente que, en realidad, sólo había una unión — la unión de Dios y el hombre. A medida que se acercaba el día de las negociaciones, parecía que surgían nuevos problemas, y que tediosas y largas negociaciones serían inminentes. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien me explicó que el pensamiento del Cristo estaba siempre presente en todos nosotros y que debía aferrarme a esta verdad en mi enfoque sobre las negociaciones y durante la reunión misma. Se me ocurrió una idea para un enfoque original, y comencé la reunión manifestando a todos los presentes que sólo había una unión, la unión de Dios y el hombre. Luego siguió una honesta presentación de las necesidades de nuestro establecimiento relacionadas con el bien y el bienestar generales de empleado y empleador. Sinceramente solicité la colaboración de ellos para resolver problemas presentes y futuros.

La reunión se convirtió en una de genuina cooperación de parte de todos los integrantes. Muchas sugerencias útiles fueron presentadas por los representantes de la unión para ayudar a resolver problemas que habían parecido graves impedimentos. El convenio se negoció en tres horas en una atmósfera de completa comprensión de las necesidades mutuas. Estoy profundamente agradecido por la paz que sentí durante esa negociación. El Cristo fue manifestado por todos para el bien de todos.


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