Durante mi infancia fui sanada por la Ciencia Cristiana cuando los médicos en la pequeña ciudad de Alemania Oriental donde mis padres residían no habían podido sanarme. En aquel tiempo mi madre no sabía nada de esta religión, pero le habían dado la dirección de un practicista de la Ciencia Cristiana en la lejana ciudad de Danzig, y mi curación instantánea se produjo al solicitarle tratamiento por medio de la oración. Desde entonces el libro de texto Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, tuvo un lugar en nuestro hogar, y mi madre se empeñaba en aplicar sus verdades según lo mejor de su comprensión. Mi abuela, que vivía en Danzig, era motivo de constante preocupación para mi familia porque siempre se encontraba enferma y débil. Se dedicó a estudiar la Ciencia, y desde entonces por muchas décadas vivió una vida alegre, útil y ejemplar.
Más adelante, cuando mis padres se mudaron a Berlín, tuve el privilegio de asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana por unos pocos años más. Pero en ese entonces todavía no persistía lo suficiente en mi aplicación de sus enseñanzas, y cuando me casé con el hijo de un pastor protestante, quise adaptarme en todo sentido, incluso a su creencia religiosa, aunque la religión protestante no me satisfacía de ninguna manera después de los años que había pasado asistiendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Luego llegó un momento en que evidentemente me hallé bajo la presión de la situación — a menudo en cama o en el hospital — y continuamente en contacto con médicos. Se me dijo que nunca podría sanar por completo de una afección del riñón, y que tendría que tener sumo cuidado en cuanto a mi alimentación y temperatura del cuerpo. Además, debido a baja presión arterial siempre me sentía cansada y débil. Los médicos no pudieron lograr una mejoría de importancia en este sentido, y estaba siempre susceptible al contagio de cualquier enfermedad que apareciera. Sentía gran oposición a la Ciencia Cristiana porque pensaba que había encontrado a pocos Científicos Cristianos verdaderos — que vivieran de tal manera que me hiciesen vivir así también. No había llegado aún a comprender que la Ciencia Cristiana es la verdad — a pesar de la manera en que la gente la use.
Entonces, un día en que regresábamos de un viaje por tren, conocimos a un matrimonio — que luego fueron nuestros mejores amigos — y la joven esposa era una activa y sincera Científica Cristiana. En su hogar vi que se vivía la Ciencia y que se aplicaba en toda situación. Entonces comenzó el cambio en mí. No en forma inmediata, pero se produjo. Durante los años siguientes me esforcé por “asimilar más del carácter divino”, como dice el libro de texto (pág. 4): “El pedir meramente que amemos a Dios, nunca nos hará amarle; pero el anhelo de ser mejores y más santos, expresándose en vigilancia diaria y en el esfuerzo por asimilar más del carácter divino, nos modelará y formará de nuevo, hasta que despertemos a Su semejanza”. Ni siquiera me di cuenta de cómo todos los viejos problemas desaparecieron. No pensé más en mis riñones. Me sentí sana y capaz, y desde entonces mi familia jamás me ha visto en cama por causa de enfermedad.
La Ciencia me guió al fallecer mi esposo, lo que aconteció poco después de que nuestro hijo se casara y se fuera del hogar paterno, encontrándome súbitamente sola. La comprensión de que la Vida es Dios y, por lo tanto, no puede terminarse, me ayudó a seguir viviendo alegre y contenta.
Hace pocos años, habiendo decidido hacerme enfermera de la Ciencia Cristiana, antes de entrar en los Estados Unidos para tomar el curso, tuve que someterme a un examen médico requerido por la ley, cosa que no había hecho en más de veinte años. En esta ocasión tuve una conversación muy agradable con el joven médico del consulado que me examinó. Se mostró algo sorprendido de que a mi edad (de hecho, ya era abuela) quisiera pasar por algo como un curso de entrenamiento. Le expliqué que la Ciencia Cristiana enseña a sus estudiantes a esperar de cada nuevo año mayor desarrollo y crecimiento en conocimientos y habilidades, de manera que nunca hay un momento en que no podamos esforzarnos por ser más útiles sirviendo mejor a Dios y a nuestros semejantes. Después de comprobar mi presión arterial, me dijo sonriendo que ahora podía comprender mejor mi punto de vista dado mi juvenil presión arterial, (todo lo contrario a la condición existente durante mi juventud).
El período del curso de enfermeras en los Estados Unidos resultó ser una experiencia en extremo agradable y provechosa, que me ofreció la oportunidad de ampliar continuamente mi comprensión y uso de cualidades divinas. Mi corazón rebosa de honda gratitud por la Ciencia Cristiana, y por la manera maravillosa y profundamente satisfaciente en que se revela a todos los que aceptan sus enseñanzas.
Berlín Occidental, Alemania