Existe una ley divina de herencia que gobierna nuestra vida. Bajo esta ley somos dotados de atributos y características derivadas de la fuente de nuestro ser. A medida que las percibimos, estas cualidades espiritualmente heredadas determinan nuestra naturaleza y vida humanas; y puesto que Dios, el Principio divino, es la fuente verdadera de todo el ser —Él es nuestro Padre y nuestra Madre, el origen de nuestra substancia e inteligencia — nada hay en nuestra herencia que nos haga temer o que sea causa de deformidad física o mental, frustración o sufrimiento. Todo lo que Dios, el Principio divino, el Amor, nos transmite a nosotros, Su linaje, es bueno. Todo lo que heredamos por medio de la ley espiritual es para nuestro beneficio.
La ley divina de herencia nos asegura que invariablemente poseemos toda cualidad buena y esencial para una vida plena, pacífica, feliz, armoniosa y progresista. El Salmista estableció bien el caso cuando dijo: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”. Salmo 16:5, 6;
La existencia e irrefutabilidad de la ley inmortal de la herencia espiritual es un desafío letal para las teorías mortales de la transmisión hereditaria. La ley de Dios es invariable e imparcialmente benigna, mientras que la llamada ley del árbol geneológico humano es caprichosa, y con frecuencia maligna. La ley de Dios es la única ley verdadera, y el reconocer esto es estar en condiciones de liberarnos de cualquier sentencia cruel que la tal llamada ley mortal de la transmisión hereditaria pareciera imponer.